sábado, 14 de febrero de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 1 - Niebla

Había una niebla impenetrable, no veía nada a partir de lo que calculaba que serían tres metros. De todas formas, esa espesa niebla no me suponía ningún problema, acababa de salir de la ducha, allí no iba a haber ningún peligro, ni nada por el estilo.

Ese era probablemente mi momento favorito del día, la ducha. El unico sitio para pensar en lo que quisiera, y el tiempo que quisiera. En la ducha he llegado desde a pensar historias hasta en los deberes de matemáticas, y haciendo matemáticas he pensado historias...

Pero el problema de mi historia, sencillamente, era que tenía un profundo nudo, que no sabía si sería capaz de resolver:

Yo era huérfano. No conocí a mis padres, o al menos, no más que unos segundos. No sabía si estaban vivos o muertos, pero suponía lo segundo, por aquel entonces yo era muy pesimista.
No me iba muy bien en esa especie de internado. No caía bien a nadie, ni a chicos ni a chicas, ni a profesores ni a profesoras. Aunque he de reconocer que se me daban bien las asignaturas. Eso sí, no soportaba hacer los deberes.

La unica fuga de esa dura realidad fue mi único y mejor amigo, mi amigo Rick.
Era un buen chico, o al menos, desde mi punto de vista. Desde la de los demás era un bicho malo, algo semejante a mi. Era el único que me comprendía y me ayudaba en lo que fuera. Era un amigo de los buenos.

Desgraciadamente para mí, y por entonces no sabía si para él, era que hacía un mes había desaparecido, sin más.

No había rastro, ni me dijo nada. Solo se vio que la ventana de su habitación (y que en varias noches también fue mía) estaba abierta. Lo que era aún más extraño, era que en el suelo no había nada. Claro, que teniendo una habitación en el piso 92 de un rascacielos, era dificil caer justo abajo.

Pero no se encontró nada de él, por ningún lado. Y yo no dejaba de preguntarme donde estaba. Al principio fue muy duro para mí su desaparicíon, a la semana, lo superé. Pero ya hacía un mes de eso. Y yo necesitaba irrealidad, algo fuera de los sintagmas y las ecuaciones, fuera de las reglas, necesitaba al amigo que había perdido.

Desde luego, en una historia, y esa era la mía, ese era un nudo demasiado fuerte mi.

Pensando en mi amigo Rick, terminé de secarme, me enrrollé una toalla a la cintura, y fui a mi habitación. Ese día había poca gente por los pasillos, era febrero, y una semana con bastante tarea. Ese día era jueves, y eran las 10 de la noche. Yo tenía la costumbre de ducharme después de la cena, antes se duchaba todo el mundo, y yo aprovechaba ese tiempo para hacer la tarea más tranquilo. Y cuando ellos volvían a su habitación, yo salía para ducharme más tranquilo.
Pero sobretodo, más que por tranquilidad, era para evitar problemas con los demás, que me podían hacer de todo.

Por el camino, casi en mi habitación, vi a una chica de la clase de al lado. También acababa de salir de la ducha, pero lejos de ser una coincidencia feliz que nos hiciera amigos, ella me miraba de una manera sumamente burlona. Yo le dirijí una de esas miradas cargadas hasta el fondo de la pupila de odio que tan bién se me daban, y aprovechando su confusión, le heché un vistazo. Hoy había mala suerte, se había tapado bien con la toalla, no podía ver nada, menos las piernas, que eso sí, eran bonitas. Vale, reconoceré que siempre he sido algo salido, pero al fin y al cabo era lo más entretenido que podía hacer. Ella me dirijió una mirada de odio casi tan buena como la mia, y yo le contesté con una sonrisa.
Seguí andando, más que nada, porque estaba seguro de que si no me iba de allí pronto acabaría con moratones en las espinillas, que sabía de sobra que esa vez merecía.

Entré en mi habitación, terminé de secarme, y me puse el pijama. Tenía que analizar frases de lengua, y alguna ecuación de matemáticas. Terminé sobre las once, al hacer la maleta para el día siguiente.
Yo me dormía a las 11:30 entre semana; había que madrugar.
Pero hasta entonces, tenía media hora libre.

Cogí mi mini ordenador, para el que ahorré cuatro años, y que había usado montones de veces para ayudarme en mis deberes. No era nada del otro mundo, era una tabla tactil, con disco duro, donde yo guardaba mis cosas, entre ellas, las canciones que descubría y descargaba.

Yo tenía una cualidad especial, y esa era que cada dos por tres se me venía una canción a la cabeza, que no sabía de quien era, ni de cuando, y sonaba como si la escuchara por los oidos. Si conseguía identificar alguna por internet la descargaba, y acabé teniendo una biblioteca bastante completa. Lo bueno de mi cualidad es que siempre escuchaba la canción apropiada en el momento apropiado. Lo mejor, que cada día descubría alguna canción nueva.

Lo que más me gustaba de mi ordenador, que como ya he dicho, no era nada del otro mundo (por entonces lo normal eran los hologramas), eran los altavoces. Eran un montón de dados negros, creo que quince, conectados al ordenador por un cable muy fino. No sonaban muy fuerte, pero eran quince, y juntos, todo sonaba de maravilla.

Puse música, y además, me puse unas lentillas especiales que me consigió Rick (no se como) que hacían que por mucho que miraras fijamente la pantalla, no te dolieran los ojos. Cosa que a mi me venía perfectamente, pues yo era un gran lector, y tenía una biblioteca en mi ordenador, que como la música, iba umentando con el tiempo, pues había mucha seguridad, y no me quedaba más remedio que comprarlo todo con mis ahorros.

Leí durante esa media hora, y a las once y media apagué el ordenador, que estaba programado para despertarme a las siete y media, pero hasta entonces, se quedaría apagado.

Me metí en la cama, y no después de mucho tiempo, me dormí.