domingo, 22 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 6 - Una huida poco limpia


Andamos rápido por los pasillos, pero no corrimos en ningún momento. Ella había dejado atontados a todas las personas que había detectado. Pero podía haber más personas en el edificio.
-Oye, ¿tienes idea de porqué tenían que tenernos desnudos? – le susurré.
-¡Pero bueno!¿Tú me ves a mí cara de científica loca? – y esa fue la respuesta, que alivió un poco la tensión, pero no me respondió nada.
No entendía como se manejaba ella por aquellos pasillos, todos blancos, y que parecían un verdadero laberinto, con tantas puertas. En varias ocasiones bajamos escaleras, siempre sigilosamente. Pero yo no tenía ni idea de por donde quería salir.
Al lado de una puerta, oímos parte de una conversación:
-Algo ha ocurrido en el laboratorio 50.3. No funcionan los ordenadores, no se mantiene el contacto.
-¿Has mandado una orden para ver qué pasa?
-Sí. Debería llegar la respuesta en breve – y se escuchó el sonido de un nuevo mensaje, mientras la desconocida y yo nos mirábamos temiéndonos lo peor.
-“Todos están aturdidos psíquicamente, los ordenadores desconectados de todas las redes. Hay que llamar a la policía. Hay intrusos” -
No esperamos más. Empezamos a correr, pero con sigilo aún. Me pareció entender lo que estaba buscando; la salida de emergencia, porque ahora había varias señales. Y además, esto desde luego, era una emergencia.
Doblamos varios pasillos y bajamos dos escaleras más. Ahí estaba la puerta que andábamos buscando. Corrimos hacia ella, pasamos, y cerramos sin hacer ruido. Sabíamos que no serviría de nada, porque había cámaras, pero ganaríamos tiempo. Había allí una azotea, también blanca. Era mediodía, y hacía un auténtico día de primavera… y para correr como el demonio.
En la esquina había una tirolina, que daba a otro edificio grande de la manzana de enfrente, en la azotea más alta. Ella se enganchó a una rápidamente. Yo hice lo mismo. Ella se deslizó por el cable. Y yo.
Miré abajo. Solo unos cien metros de caída, con suerte. Pero el suelo no se veía con la niebla que se formaba más abajo. En la tirolina se iba muy, muy rápido. Me gustó la sensación, y ya tenía la adrenalina por todo mi cuerpo. Me acercaba al edificio. Ella ya había llegado y se había descolgado. Me esperaba unos segundos, que sería mejor no perder. La tirolina frenó sola al final, y me pude descolgar con facilidad. Habríamos descendido unos quince pisos, y cruzado una avenida. Calculaba que si en el otro edificio estábamos en la planta 50, en este estábamos en un piso 35.
Empezamos a correr, en dirección a la otra parte del edificio. Había un sol deslumbrante, y con ese cielo azul, era realmente agobiante que todo fuera blanco, porque iluminaba más. Pero el edificio en concreto estaba cubierto por la sombra de los otros edificios, así que no molestaba demasiado. Tuvimos que saltar o agacharnos para pasar los conductos de ventilación, y saltar algunas entradas a la azotea. A mí se me daba bien, y me alegré de haber ensayado el día antes de escaparme.



Entonces, lo oímos. Retumbaba en el aire. Era como me lo habían descrito. Volaba como una mariposa, pero retumbaba en los oídos. Era un helicóptero. Pero no me terminó de gustar, era de la policía, y dejó a un hombre armado en la otra parte de la azotea. Corrimos aún más rápido, saltando cualquier cosa. Ese helicóptero nos buscaba, y no sabíamos si habría refuerzos.
Ya habíamos llegado a la otra parte del edificio, que era enorme. Estaba la tirolina que debíamos de estar buscando. Daba a otro edificio, que si que estaba al sol, pero en el que no había indicios de policía. Ella bajó primero, yo después. Bajamos otros 10 pisos, y me gustaba la sensación de bajar, pero el hecho de que me persiguiera la policía no me hacía ninguna ilusión. De cualquier manera, no pensaba volver al internado, costara lo que costara.
Ese edificio tenía muchas, muchísimas placas solares, y daban calor. Si las tocábamos, nos derretiríamos. Así que andamos con cuidado por los estrechos pasos que había entre las placas, o incluso por el borde del edificio. Vimos otro helicóptero, y nos escondimos bajo una de las placas. Dejó a una mujer policía también armada en el edificio. Pero hacia donde nos dirigíamos. Se internó en el bosque de placas solares, como nosotros. Fuimos con mucho cuidado de que no nos viera. Una vez casi nos acorrala. Tuve que tirar un trocito de metal que se había caído de una placa hacia otro lugar alejado, para que no nos viese.
Funcionó, pero aún estábamos en una planta 25, y ella parecía querer llegar al suelo. Llegamos al borde del edificio, que era más pequeño que el otro. Habíamos tenido suerte, esa manzana tenía dos edificios, y al que íbamos era más bajo. Por eso había una escalerilla de mano.
Pero eso daba a una zona cerrada con vallas, así que no podíamos ir allí. El edificio tenía unas partes más altas, es decir, en la azotea había algunas plantas más, pero no ocupaban todo el edificio. Saltamos a la salida del ascensor de esa planta pequeña de la azotea. La caída había sido de tres o cuatro metros, pero nosotros la supimos amortiguar bien. Bajamos del techo, que estaría sobre el motor del ascensor, y saltamos un poco abajo, a la puerta, que estaba cerrada, por lo que no pudimos entrar en el edificio. Andamos al borde. Había cuatro pisos, y esta vez sí una escalera normal de hierro que llegaba hasta el suelo, por lo que bajamos con facilidad. Y a esa altura estaríamos en una planta 20, ya en medio de la niebla.
Tenía miedo. Iba a ser libre, al fin. Pero, la presión me estaba matando. Necesitaba hablar con ella, pero no podía por miedo a que nos descubriesen. Y en cualquier salto, me mataría, eso era cuestión de tiempo.
-¿Donde vamos?
-Al suelo, tengo un plan para huir de la policía. Pero seguime siempre, es difícil. Calla.
Y seguimos. Por el borde del edificio, se veía un paso de cristal que llegaba al otro edificio. Pero estaba unos diez pisos más abajo. Exploramos la azotea, moviéndonos rápidamente y sin hacer ruido. Había una entrada, que tenía escaleras. Por suerte, no estaba cerrada con llave. Estaba cerca de el paso de cristal, pero mucho más arriba, así que decidimos bajar. Bajamos rápido la escalera, pero de puntillas, hasta llegar a la planta 10. A la izquierda se veía una puerta con una ventana. Daba al paso de cristal. La abrimos, y pasamos. Era sobrecogedor. El suelo era blanco, pero las paredes y el techo de cristal. Te daba la sensación de que te ibas a caer de un momento a otro. Se veía el suelo y algunos taxis automáticos que funcionaban como un tren por los monorailes. Y, más arriba, entre la niebla, la silueta de algunos edificios, todos muy altos. Llegamos al otro lado, tras atravesar otra avenida. No tenía ni la más remota idea de en que parte de la ciudad estaba. Debía de ser enorme. Llegamos al rellano de la escalera, y bajamos unos pisos. Ella fue a la puerta de emergencia, yo la seguí. Daba a una pequeña azotea que hacía esquina con la avenida. Había una escalera que bajaba a la avenida. Pero si ibamos por ahí, nos verían fácilmente, y estaba cerrada con llave. Así que buscamos otra manera de bajar. La parte que no daba a la avenida, daba a un callejón estrecho. No había manera de llegar al otro edificio. Había una tubería que llevaría el agua de lluvia hacia abajo. Ella se agarró, y empezó a descender, como podía. Yo hice lo mismo. No había echo eso en la vida, era cuestión de deslizarse y agarrarse. Pero podía caerle encima, así que me fui agarrando cada poco. Había un punto en que la tubería giraba, y se ponía horizontal, hasta perderse en el callejón. Por eso, ella se paso. Era demasiada altura para saltar al suelo sin romperse algo, unos cinco o seis metros, como lo que yo salté para huir del internado, pero no había nada para amortiguar. Hasta que ella tuvo la genial idea. Abajo había un contenedor de basura, justo debajo de una tubería que echaba todos los desperdicios del edificio.
-No queda más remedio. Te hace tanta gracia como a mí – y me dijo eso porque yo ya estaba verde.
Se soltó. Cayó como verticalmente, y se hundió hasta la cintura. Esperé a que saliera, temblando y sin saber por que; tenía demasiados motivos. Se escondió a la izquierda del contenedor, porque a la derecha estaba la avenida, y podían verla mientras me esperaba. Me solté, y caí verticalmente, como ella, me gustaba el caer, pero no me gustó el aterrizaje. Todo era blando y esponjoso, en algunos lugares líquido. Era asqueroso y olía fatal. Salí todo lo rápido que pude, y me escondí a la izquierda con ella, perdido de basura y después de bajar cincuenta pisos. Me dirigió una sonrisa.
-¿Te ríes de la pinta que tengo o estás contenta porque hemos llegado?- le pregunté bruscamente, pero en voz baja. Ella empezó a reírse más.
-Estás loca- le dije y con una sonrisa. Al poco, paró de reírse.
-Vamos, hay que seguir.
No le pregunté adonde, por no hacer más ruido. Ella se internó en el callejón. Llegamos a una especie de patio tétrico, húmedo y oscuro. No tenía ni idea de adonde me quería llevar.
Se empezó a oír la sirena de la policía, a unas manzanas. Se acercaba. Me puse tenso. Ella me miró seriamente, y se agachó. No entendía que hacía, pero la policía se acercaba. Sonó un ruido metálico. Había levantado la tapa de una alcantarilla.
-¡Vamos!- me susurró.
Me agarré a la escalerilla que había, y empecé a bajar lo más rápido que pude, ella se metió y cerró la tapa. Casi nos pillaban.
Llegué al suelo. Todo estaba oscuro, húmedo, y olía mal. Se oían nuestras respiraciones agitadas, el ruido de gotas cayendo y los chillidos de las ratas huyendo. Me entró mucho miedo. Entonces, ella llegó al suelo. Tanteó por la pared, y le dio a un interruptor. Todo se iluminó con una débil luz blanca, algo verdosa.
-No sé si nos siguen. Hay que hablar lo menos posible. Sígueme, esto es como un laberinto. Cuando se apague la luz, no te preocupes, yo busco el interruptor. Y, sí, no queda más remedio que ensuciarse... un poco.
Dicho esto, se calló, y empezó a andar. Me arrepentí de haber visto con Rick aquellas películas de miedo tan antiguas. Ahora me esperaba un monstruo a cada esquina. Y lo peor es que ella debía de enterarse. Andamos durante lo que me pareció una hora y media. Claro, que allí no sé podía medir el tiempo. Seguía llevando mi mochila, eso sí, ahora la mochila llevaba porquería de más, en sentido literal. Girábamos hacia la izquierda derecha, derecha izquierda... y todo por los pasillos, si es que se podían llamar pasillos, más largos que he visto nunca. Cada cinco minutos había que darle al interruptor. Y los gritos de las ratas no eran muy buena música. El resultado era un agobio total. Y ella iba muy rápido, porque, como yo, temía que nos pusiera pillar la policía. Estaba cansado, tenía hambre y sed, y por si fuera poco, calor. En algunos puntos las aguas residuales llegaban hasta los tobillos, y me llevé tanto tiempo que casi me acostumbré al olor. Ya creía que era cuestión de rato que me volviera loco, cuando ella, se paró en seco, y me choqué con ella.
-Vamos a bajar, y bastante. Yo iré primera, la luz debe aguantar. Es... como un tobogán, pero algo más asqueroso. Al fondo hay unas rejillas de filtración. Eso te parara.
No me dejó tiempo a ponerle pegas, porque se sentó, y se deslizó hasta las profundidades de la alcantarilla. Me senté, no sin antes decirme que estaba loco. Me empujé con las manos, y me deslicé. Si no fuera porque estaba rodeado de aguas residuales, y estaba en una alcantarilla, sería agradable. Estaba bastante inclinado, y me llevaría unos minutos deslizándome, hasta que se hizo menos vertical. Frené mucho, hasta que llegué a las rejillas, donde aplasté e hice crujir varios esqueletos de ratas muertas. Ella estaba allí, esperándome.
-Vamos, lo que viene ahora ya no será asqueroso.
-¿En serio?
-Déjate de rollo, aún no hemos llegado.
Andamos por una especie de pasadizo, esta vez sin aguas residuales. Era muy estrecho. Ella se paró y empezó a subir por una escalerilla. Levantó una tapa de alcantarilla. Y, al contrario de lo que esperaba, no entró luz. Aquello estaba más oscuro. Me daba un poco de miedo. Subí.
-Oye, espera aquí, voy a buscar el interruptor.
No me hizo ninguna gracia, pero me quedé allí de pie, en el frío hormigón, en medio de la oscuridad, escuchando sus pasos alejarse, y los latidos de mi corazón, aterrado. Lo único que me motivó a no caer a las garras del pánico fue que tenía que seguir adelante, aunque sufriera.
Se oyó algo, un ruido extraño. El estómago me dio un vuelco, temiéndome cualquier cosa horrible. Y entonces, me quedé ciego por unos instantes. Todo era blanco. Ella había encendido la luz. Cuando me acostumbré a la luz, vi lo que menos me esperaba. Estaba en medio de unas vías de tren, en una estación vacía, con papeles por los suelos, y que parecía que no se usaba desde hacía mucho, mucho tiempo. Ella se acercó. Me rozó la mano, como para quitarme el miedo, y lo consiguió. Puso la tapa de nuevo en su sitio.
-Estamos en una estación abandonada, a una gran profundidad. No me hagas preguntas, las cámaras y micrófonos seguirán funcionando. Hay que seguir.
Y yo no entendía por donde. Pero era ella la que sabía el camino, así que no me preocupé. Se dirigió a una especie de garaje. La puerta estaba rota, se podía pasar. Cuando entramos, todo estaba oscuro, y en el centro había una cosa bastante grande. Parecía una especie de esos taxis de monorailes que circulaban por la calle. Lo arrastramos, salimos por la puerta, y volvimos a las vías. Ya entendía que pretendía.
Lo encajamos en las vías, y después de unos intentos, lo encendimos. Tenía batería, y también tenía unos pedales. Nos montamos, y empezamos a pedalear. Se iba bastante rápido, el coche no pesaba mucho, y entre la fuerza de los dos pedales y la batería, se llegaba a unos 70 km/h. Y así, fuimos pedaleando, durante una media hora. Pasamos varias estaciones, también encendidas, ya que el interruptor debía de ser para todo el sistema de esa vía de tren. Poco a poco fuimos bajando el ritmo. De pronto, ella dejó de pedalear, y yo hice lo mismo. Me miró sonriente, y entonces, llegamos a otra estación. Apagó el coche, y empezó a llevarlo a un garaje similar al anterior, también con la puerta rota. Le ayudé, y me fijé que antes de salir del garaje, lo enchufó, para cargarlo. Salió. Y la seguí. Se paró, y me dijo:
-Ven.
Andó recto, y pasó por una puerta. Yo iba a hacer lo mismo, cuando me di cuenta de que era el cuarto de baño de chicas. Me quedé pensando, ¿adonde querría llevarme? Volvió, y me apremió:
-¡Vamos!
La seguí a regañadientes. Ella abrió la puerta de un retrete. Hizo como si yo debiera entrar, pero me negué en rotundo. Empezó a empujarme hacia adentro.
-¿Estás loca o qué?
Cuando entré finalmente, cerró la puerta. Tiró de la cadena, y yo no entendía por qué. El agua se fue, lógicamente. Pero no volvió. Sonó un ruido extraño, y, para mi sorpresa, la pared de ese retrete, y el retrete, se hundieron en el suelo, dejando solo el suelo suficiente para que ella y yo pudiéramos estar de pie. Una vez se hundió, pasamos a una habitación algo mayor, y se volvió a levantar la pared. Una voz de mujer a agradable empezó a hablarnos.
-¿Eres nuevo, no? Encantada, yo soy Mary, soy una robot, ya te habrás dado cuenta. Menudo recibimiento, ¿cómo se te ocurre llevarlo por las alcantarillas la primera vez?
-Oye, Mary, no quedaba más remedio, sabes que a mí tampoco me hace ninguna gracia.
-Bueno, bueno... Anda, os quitaré echaré agua, estáis hechos un asco.
Y entonces, empezó a caer agua. Fue una ducha extraña. Nunca había estado tan sucio, ni nunca había tenido la sensación de que estaba soñando, todo parecía tan irreal...

El agua dejó de caer, y llegaron unas toallas para que nos secáramos, aún con la ropa encima. Una vez secos, se abrió una puerta a otra habitación. Entramos. Parecía un ascensor. Mary habló de nuevo.
-Bienvenidos a casa.
-¡Ah, por cierto! Albus, me llamo Ithin. -

domingo, 15 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 5 - Un extraño despertar

Recuerdo muy bien que soñé. Baje saltando de azotea en azotea interminablemente, atravesando el cielo azul. Sabía que estaba soñando, pero no sabía despertarme. Lo conseguí al cometer lo que habría sido mi suicidio, no saltar a la azotea, saltar al vacío. Recuerdo haber sentido muchos segundos de caída, la velocidad, y el vértigo. Mis sueños siempre han sido muy reales. Pero en vez de despertarme de golpe, fue bajando la velocidad, todo se hizo más blanco y fui tomando consciencia, hasta que me desperté del todo.
Abrí los ojos. Veía el suelo, era blanco y blando, como una cama (bastante cómoda, la verdad). Pero la cama era todo el suelo.
Estaba adormilado. Cerré los ojos de nuevo. Como cualquier persona antes de terminar de despertarse, toqué con la mano los alrededores. Era cálido y agradable ese suelo. Seguí palpando el alrededor. Era como estar en eso que los antiguos religiosos llamaban cielo. Pensé que estaba muerto, pero no me pareció lógico, yo pensaba que entonces no sentiría.
De repente, toqué algo más cálido y blando, que también era agradable. Eso no era el suelo, estaba más alto. Curioso, abrí los ojos para mirar que era. Empalidecí hasta quedarme totalmente blanco. En el suelo había una chica, de mi edad entonces; 13. Pero eso no fue lo que más me sorprendió. Ella estaba desnuda. Y había tocado su pecho.
Me quedé literalmente flipando. De echo, tarde unos días en dejar de estar flipando, pero todo a su tiempo. No podía ser muy real. Me di cuenta de que yo estaba desnudo. Ella abrió lentamente los ojos. Tenía el pelo negro, fino y largo, extendido por el suelo, como una estrella de infinitas puntas. Era ligeramente morena, alta. Tenía los ojos negros. Y, naturalmente, me pareció guapa. Empezamos a hablar.
-Hola.
-Ho-hola – le contesté tímidamente.
-¿Has dormido bien?
-Sí –dije ya sin tartamudeos.
-¿Tuviste un buen sueño?
-No mucho. Me caía constantemente.
-Son secuelas por escaparte.
-¿Cómo lo sabes? – le dije aún más extrañado.
-¿Recuerdas que pensabas que alguien te seguía? Tenías razón. Era yo.
Me quedé pensándolo un minuto. Era verdad. Pero, ¿cómo sabía ella lo que pensé?. Eso solo me había pasado con la chica del sueño. Pero no podía ser ella, no se parecía. Decidí no preguntarlo. Por curiosidad y por cambiar de tema, le pregunté:
-¿Y tú con qué soñaste?
-Soñaba que estaba en la playa, tomándome un helado. Y luego… - parecía que pensaba que yo conocía el resto. Pero no creía saberlo.
-¿Y luego…?
-¿No te acuerdas? Me despertaste tú.
Se me cayó el alma. ¿Para qué le habría preguntado? Ahora sí que iba a morir, no por caerme. Iba a morirme a guantazos.
-Lo-lo siento – conseguí decir.
Ella empezó a reírse. No sabía por qué. Y eso me hizo palidecer más. Ese era el día más raro de mi vida, sin duda.
-No te culpes, lo hiciste sin querer. Además, queriendo habría sido comprensible.
Eso era demasiado para mí. No sabía ni su nombre y ella sabía todo lo que pensaba. Tardé unos minutos en responder.
-¿Pero cómo demonios sabes lo que pienso?
-Mira, tienes que esperar. No puedo responderte a todo ahora. Ni siquiera a el nombre. Nos están vigilando, pero aún no te has dado cuenta. Detrás de ti hay un hombre feo y calvo que te mira, que me ha escuchado, y pone mala cara.
Tenía razón. Y esa era una buena razón para no hablar más de la cuenta. Empecé a reírme de la cara del hombre, con esa chica que no conocía y que empezaba a caerme bien.


Se me hacía incomodo el estar desnudo con una chica desnuda delante. Y ella debía de saberlo, porque me leía la mente.
-No te preocupes. Puedes mirar, no te mataré ni nada.
No le hice demasiado caso. Por una vez en mi vida me controlé, el día era demasiado raro. Y de repente, me vino a la cabeza aquella canción de los Beatles que tantas veces he escuchado, Don’t let me down. La escuché con total tranquilidad. Pero a ella le alteró. Parecía que se daba cuenta que estaba escuchando música. No debía de ser normal en ella escuchar música porque sí, a través de su cerebro y sin ningún medio. Por hablar, le pregunte:
-Oye, chica desconocida, ¿para qué estamos desnudos?
-Porque ese hombre de ahí y sus ordenadores –detrás de un cristal en la pared- pasan la información a otros tipejos como él y a otros ordenadores sobre nosotros, porque dicen que no somos como los demás humanos.
Eso me extrañó.
-¿Por qué dicen que no somos humanos?
-En principio lo somos, o casi. Tenemos una capacidad pulmonar algo mayor, unas piernas que nos permiten saltar más y correr más rápido, y nuestro cerebro tiene unas ondas diferentes al suyo. Pero somos básicamente iguales, la diferencia es mínima. O eso dijeron antes de que te durmieras.
-¿Y para eso es necesario tenernos aquí?
-Dijeron que nos iban a hacer algunas pruebas, pero que iban a estudiar como somos en este “hábitat”.
-Y no sabrás si tendré que volver al internado, ¿no?
Se pensó un poco la respuesta.
-No, no creo que tengas que volver.
-Bien.


Pasamos un rato sin hablar, pero ella me leía los pensamientos, así que era como si le hablara constantemente. Decidí recordar todo lo significativo hasta entonces, para que ella supiera lo que me pasaba. Se mostró atenta todo el rato. En el momento en que pensé todo lo de Rick, Tina y Clara se le saltaron las lagrimas, y yo me quedé mirándola a ella, hasta que me di cuenta que seguía desnuda, y miré rojo como un tomate a otro lado, lo que hizo que se riera porque me leyó ese pensamiento. Cambié de tema.
-¿Porqué no tengo hambre?¿Tú tampoco tienes?
-No, no tengo. Nos metieron alimentos mientras dormíamos, directamente a la sangre, con una sonda. Pero ya se ha curado la herida. ¿Ves?
Me señaló su brazo. Tenía razón. Había un punto rojo. Pensé que ojalá solo nos hubieran metido alimento, pero ella me miró con una mirada esperanzadora, así que dejé de preocuparme, ella tendría sus razones para creer eso, y yo la creía.

De pronto, una pared se levantó hacia arriba. No la habíamos visto porque todo era blanco. Detrás había una piscina, con el suelo blanco, pero que por el agua se veía azulada. Tenía cincuenta metros de largo, y tres de profundidad. Cada uno estaba medido. Sonaron unos altavoces que no sabíamos donde estaban.
-Tiraos de cabeza y bucead todo lo que podáis.
Yo miré aún más extrañado a la chica desconocida, y me sonrió.
-No te preocupes, vas a bucear treinta metros.
Yo no me creía que pudiera bucear tanto. Me estaba preguntando como iba a hacerlo, cuando ella saltó. Buceó pegada al fondo, y yo la miré todo el rato, atontado porque estaba desnuda. Se impulsó en el suelo, y salió a la superficie. Tomó aire y dijo:
-Treinta y dos.
Me resultó chocante. No entendía como iba a poder hacer eso. Solo había buceado dos veces, hacía varios años. Me acerqué al borde. Estuve cogiendo y echando aire profundamente cerca de un minuto. Y me tiré de cabeza. Avancé 7 metros solo por el salto, y quedé cerca del fondo. Seguí buceando, sin problemas, a una velocidad normal, porque pensaba que si fuera más rápido me quedaría antes sin aire. 15 metros. Seguía más o menos bien. 20, me empezaba a faltar el aire. 25, no me quedaba más aire, pero seguí. Pensaba que me iba a ahogar, y cuando no podía más, me impulsé y salí arriba rápidamente. Cogí aire muchas veces, y salí del agua. Había hecho 30 metros. Ella me sonrió, y corrió a darme un abrazo. Yo me puse más rojo. Nunca me habían dado un abrazo. Y menos una chica desnuda estándolo yo también. Nunca pensé que me pasaría algo así, pero claro, ¿como me iba a mí a pasar algo mínimamente normal?

Había subido la temperatura, y cuando ya estábamos secos, bajó de nuevo. Volvimos al lugar de antes, y la pared volvió a bajar.
-Te dije que lo ibas a conseguir.
-Sí, ¿pero cómo lo he hecho?
-¿Te acuerdas que te dije que ellos creían que teníamos una capacidad pulmonar mayor de lo normal? Pues tenían razón.
-Se me había olvidado – dije, algo sorprendido.
Me quedé un rato pensando.
-Oye, ¿y sabes cuánto tiempo vamos a estar aquí haciendo pruebas?- le pregunté.
Pareció pensarse la respuesta. Creía que le estaba leyendo la mente al hombre que nos miraba.
-Mmm… Espera un momento – me dijo.
Estuvo unos minutos allí sentada, concentrada, y mirando el suelo. De pronto, se levantó.
-Unos diez minutos. Ven.
Me quedé boquiabierto. ¿Qué estaba tramando?.

Andamos en dirección a donde estaba el hombre. Tenía cara de atontado. Se levantó una pared, que llevaba a donde estaba el hombre. Seguía atontado, no se dio cuenta. Se puso en el ordenador. Yo no entendía nada.
-¿Qué estás haciendo?
-Borrando todo sobre nosotros, y cosas que no deben saber. A él lo he dejado semiinconsciente, y le he borrado todo lo que he podido sobre nosotros. También a los demás. Pero no aguantará más que un rato. No tengo suficiente onda para más. Tengo que dar también la orden de desconectar los ordenadores de la red, pero antes borrarles la información. ¿Entiendes? -
Yo no había entendido nada.
-Sí – le dije.
Tardó un minuto en el ordenador. Luego abrió una puerta que estaba atrás mía, y que no había visto.
-Ven – se levantó y fue corriendo a esa sala. Yo la seguí también corriendo.

Allí estaban todas nuestras cosas, su ropa, la mía, y mi mochila. Como todo, la habitación era blanca. Se empezó a vestir, y esta vez no pude hacer nada, entre una cosa y la otra miraba boquiabierto como se vestía.
-Oye, si alguna vez quiero que no me mires desnuda, es ahora. No tenemos tiempo que perder. Corre, vístete.
Me vestí lo más rápido que pude, mirándola de reojo. Era ropa cómoda, porque para huir del internado la necesité. Cogí la mochila, que afortunadamente era totalmente impermeable, pues yo tenía el pelo mojado. Una vez listos, se abrió otra puerta, que daba a un pasillo también blanco.
-¿Nos vamos? – pregunté esperanzado.
-Sí. Nos vamos.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 4 - El sueño y la decadencia

Desde que estaba con Clara y Tina, el tiempo se me pasaba más rápido; es como dicen, cuando quieres que vaya lento, no lo hará. Seguían pasando los días, que se llevaban las semanas. Por hacer algo de deporte, decidimos salir a los patios y a azoteas por las tardes, para hacer atletismo. Yo hacía eso con Rick, así que le tenía cierta costumbre.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, parecía que los profesores nos odiaban más y más, solo por ser feliz. Los compañeros no más, solo lo de siempre. Acabamos metiéndonos en líos por contestar, pero no supusieron grandes problemas, una vez nos castigaron encerrados en la habitación todo el tiempo posible. Clara y Tina se pasaban de una habitación a otra por la puerta que las unía, y yo me comunicaba con ellas por internet, porque no podían quitarnos lo poco que era nuestro. Así que, no importó demasiado.
Ya en marzo, nos pusieron un memorable castigo, por seguir portándonos mal o no sé que patrañas de la profesora. Duró solo una tarde, y consistió, en que bajáramos a la lavandería, y clasificáramos la ropa sucia para que las lavasen las máquinas. Normalmente eso lo hacían las máquinas solitas, pero para ponernos un castigo decente, nos pusieron a nosotros. Lo peor del castigo eran los calzoncillos. Simplemente, algunos daban asco. También destacaban la ropa interior de niños pequeños, que mojaban las sabanas. Pero lo peor eran los chicos con eyaculaciones, entre los que me incluía... Pero todo tenía su lado positivo, también había ropa interior femenina, por lo cual, curioseé bastante y me lo pasé en bomba. Clara hizo exactamente lo mismo que yo, pero con el sexo opuesto. Tina al principio estaba un poco cortada, pero después solo disimuló un poco.
Así que poco a poco pasaba el tiempo. Mis bibliotecas aumentaban, y Clara y Tina eran como hermanas para mí (eso sí, no nos peleábamos tanto). Las “princesitas” sentían curiosidad por nosotros, tanto que una vez incluso me hablaron. Las clases de historia y lengua se me hicieron cada vez más aburridas, pero yo seguía siendo un buen estudiante, menos por imaginario mal comportamiento.
Pero lo peor es que no sabía nada de Rick. Nada. Hacían casi dos meses que había desaparecido, y no había noticias. Tina y Clara tuvieron que ayudarme mucho en ese aspecto.


Hubo una noche que me costó especialmente conciliar el sueño. No entendía por qué, porque estaba cansado. Pero me acabé durmiendo. El principio de los sueños, como muchas veces pasa, fue nada. Pero después, todo empezó a cobrar su sentido.
Me di cuenta de que era de noche. Estaba en una calle, algo estrecha. Alrededor había edificios muy altos, que se perdían en las tinieblas del cielo. Más abajo, había unas farolas que daban a todo una luz anaranjada. Algunas parpadeaban, como en esas antiguas películas de terror. Pensé que eso era un sueño, porque no podía estar en la calle, pero que el sueño lo había hecho muy bien. Avancé por la calle, que estaba algo húmeda. Había un silencio total. Solo oía mis pisadas. Me cayó una gota. Y empezó a llover progresivamente. Yo no tenía adonde ir, pero tenía la impresión de que cuando comenzara la tormenta totalmente, y cayeran los rayos, me despertaría. Así que seguí avanzando, decidido a explorar. Seguía lloviendo, cada vez un poco más. Yo empecé a correr, y descubrí para mi alegría que en ese sueño corría con normalidad, pero además no me cansaba. Llegué a un sitio donde en el horizonte todo estaba oscuro, y no había más edificios. Seguí corriendo hacia allí, porque empezaba una lluvia notable. Vi de lejos algo, un borrón. Parecía algo, pero al avanzar, me di cuenta de que estaba equivocado, era alguien. Me acerqué más, y dejé de correr. Era una chica de unos 7 u 8 años. Tenía el pelo largo, castaño y rizado, además de empapado. Me miraba como si fuera una estatua que me estuviera esperando. Me acerqué hasta estar a un metro de ella.
-Te necesito. Te necesitamos. Y tú también nos necesitas – me dijo, y me quedé extrañado ante sus palabras, porque no entendía donde estaba el plural, ni quien era. – Eso ahora no importa – me pareció que leía los pensamientos. – Tienes que salir de ahí, cuanto antes, es por tu bien. Nos encontrarás o te encontraremos, da igual. Pero sal de ahí. Te necesitamos, y yo sobre todo.
Yo no entendí muy bien que quería decir eso, solo que tenía que salir, nada más. Iba a preguntarle que porque hacía falta mi ayuda, pero ella leía los pensamientos.
-Tranquilo, ya lo entenderás todo. No importa quienes somos ni para qué te queremos, solo queremos que sepas que nosotros "somos", y que estamos ahí. Solo tienes que encontrarnos, no te preocupes por lo demás, lo harás.
Empezó a llover más fuerte, el rayo estaba a punto de caer. Pensé en despedirme.
-Adiós- me dijo- , y recuerda, debes salir de ahí, terminó la frase, me miró con sus ojos marrones, y cayó un rayo.
Todo se volvió blanco, y yo tuve esa sensación que a veces se tiene, la de estar cayendo. Y caí en mi cama, sudoroso. La lluvia sí que me había empapado, en cierto modo. Ese día era sábado, tenía hechos mis deberes, y quería ir a ver a Tina y a Clara. Cuando estuve listo fui a la habitación de Clara, donde solían estar. Llamé a la puerta. “Qué raro, no contestan”, pensé. Llamé a la de Tina, y nada. Pensé que estarían dormidas, pero ya era un poco tarde para ellas, eran las once. Seguí llamando, para despertarlas, pero no funcionó.
Al rato pasó un profesor.
-¿Buscas a Clara y a Tina? – me preguntó.
-Sí – le dije.
-Bien, aquí no las vas a encontrar – eso me alarmó -. Verás, ya no están aquí. Se han ido, no volverán. Creemos que escaparon por la ventana. No me preguntes si están o no vivas, no lo sé. Y pronto sellarán las ventanas, te mandarán una carta para cuando será el día.
Me quedé de piedra. No podía ser verdad. Me fui a mi cuarto. Me tiré de nuevo en la cama, y me puse a pensar. “¿Yo les había hecho algo malo?¿Por qué se fueron sin decirme nada, y por qué sin mí?” … Pero la pregunta que más me hacía, era “¿Por qué soy yo el que siempre se queda solo?”
Empecé a llorar. Pensé que no podía sucumbir, así, simplemente. Pero fue como si me cayera por unas escaleras. Y llegué a la planta baja, una depresión.


Me llevé gran parte de la semana siguiente llorando y lamentándome. Debía de estar muy mal, porque llegué a darles pena a las “princesitas”. Pero los demás parecían que estaban más contentos al irse, y no paraban de hacerme sufrir más y más, incluso los profesores. Me provocaban, y si conseguían que les respondiera, me mandaban trabajos extra. Intenté hacer amigos, como con Clara y con Tina, pero lo dejé. Nadie era como ellas, lo más parecido que encontré a un amigo, solo podía sentía pena por mí.
Apenas dormía por las noches, creo que echaba de menos dormir acompañado de vez en cuando. Y lo poco que dormía, tenía sueños tristes, o en los que me enfadaba. El martes dejé de intentar dormirme temprano, no tenía sentido, así que me ponía con el ordenador hasta tarde, leyendo, en internet, o escuchando música. Todo era horrible ahí dentro, y el exterior parecía tan bonito… Llegué a plantearme un suicidio porque todo iba de mal en peor, y así todos estarían mejor... sin mí.
Pero no lo hice, porque a lo mejor Rick, Tina, y Clara, estaban vivos, y había una chica que tenía que ayudar. Y principalmente, porque no sé que hay después de muerto, y no quería arriesgarme, tal vez fuera peor.
Pero el miércoles, ocurrió algo que tal vez pueda considerarse bueno. Empecé a sentir odio por la mañana. Por la tarde, todo lo que sentía era un odio puro a todo lo que había a mi alrededor. Me cegaba, era inmenso. Acabé escuchando todo lo fuerte que tenía en mi biblioteca, y tuve una idea, un tanto estúpida. No merecía la pena morir solo porque aquí no estaban mis amigos, pues podía encontrarlos. Pero desde luego, ahí no. Pensé que era arriesgado, porque el viernes me pondrían rejas en la ventana a la hora de la cena. Así que debía partir el viernes por la tarde.
No le vi mucho sentido, pero además, había tenido ese sueño, que me decía que debía salir… Eso me motivó. Además, no quería morir porque tal vez estaban mis amigos, ¿qué más daba morir en el intento de llegar a ellos?. En ese lugar no tenía nada mejor.
Pero además de preparar los planes de escapar, que más de una vez preparamos Rick y yo por si acaso, preparé mi venganza. Me sentía diabólico en ese momento, pero no me importaba mucho. Empecé a planearlo todo en la ducha. En la mochila, metería algo de ropa, algunas sábanas, y entre eso, que en parte estaba para amortiguar, mi ordenador y el cuaderno electrónico. Ahí tenía todo lo de mis clases, no le veía mucha utilidad, pero tal vez le encontrase alguna. En total la mochila pesaba alrededor de un kilo, lo que la hacía cómoda. No pensé en nada de comida, porque ahí no la podía conseguir, y porque la podría conseguir en otro sitio. Pero eso ya estaba planeado con Rick. Lo que de veras planeé fue mi venganza. El jueves no me quedaría más remedio que hacer los deberes, porque sino el viernes me pondrían más obstáculos. Haría todo el viernes, después de las clases. Pensaba cada vez más en a quien fastidiar… Sabía que en la habitación de arriba de la mía había bastante gente que se reunía, y me caía mal, y en el siguiente piso también. Eso me daba una ventaja, estaban comunicadas por el conducto de la ropa sucia. Me sacó una sonrisa, les iba a coger la ropa. Además sabía que ropa llevaban, de tanto vigilarlos, por lo que no podía confundirse. Evidentemente, dejaría una nota en la pizarra, imborrable. Otra en la habitación de la tutora. Ya se me ocurriría algo para el portero, que siempre se encargaba de encerrarme en el momento más inoportuno.
Así que me fui a mi habitación, repasé un poco los planes, y me fui a dormir con una sonrisa de malicia.


Fue un despertar triste, porque entonces estaba triste de nuevo; no recordaba para nada el odio. Pero como era mi único modo de salir adelante, me obligué a odiar y a pensar en mi venganza. hoy debía actuar. La red seguía funcionando, por lo que tenía que guardar ropa en cualquier lado, para luego llevar a cabo mis planes.
Salí de mi habitación, con mucha frialdad, y tuve suerte. En la habitación de al lado estaría el portero, en la puerta estaban sus llaves. Le encerré en la habitación de Rick, donde estaría curioseando. Volví a mi habitación con sigilo, por si escuchaba desde la otra habitación, y le tiré las llaves por la ventana. Las lancé con todas mis fuerzas, y las vi alejarse, hasta que se perdieron en la niebla que había más abajo, ya muy lejos de mi habitación.
Fue un buen comienzo para un día, ya estaba casi alegre, lo que me permitía seguir adelante con facilidad. Me controlé toda la clase, pensando en lo que iba a hacer y en mis amigos. Los demás estaban igual de insoportables que siempre.
Cuando volví a mi habitación, ya había terminado mis deberes a las cinco. Escuché cuatro veces por lo menos mi disco de Animals, escribiendo una nota para dejar con el rotulador especial que consiguió Rick, y que tampoco sé como, en la pared de la clase. Escribí otra para la tutora. Para entonces ya habían liberado al portero. Me pareció una venganza muy simple, pero era lo más que podía hacer.
Me fui a dar una vuelta por los patios y azoteas, necesitaba correr y saltar, para ensayar la huida, y porque lo echaba de menos. Volví a para cenar, después me duché, y volví definitivamente a mi habitación. Había un montón de ropa más. Me acosté, y como en toda esa semana, no podía dormir.

Eché una cabezada, y tuve una idea al despertar de madrugada. No había cámaras. Podía hacer algo en los pasillos. Y entonces tuve la genial idea. En mi habitación había ropa de sobra, y las chicas no tendrían muy agradable despertar con calzoncillos sucios colgados de los pomos de sus puertas… Salí inmediatamente, tendrían ese "agradable" despertar.
En mi habitación me volví a dormir, algo más reconfortado.


Me despertaron los gritos de las chicas, y me sonreí. Ese era el gran día. Algo nervioso, salí de mi habitación, y fui a dar clases, feliz, pero controlándome, con la esperanza de que fueran las últimas. Como siempre, se burlaron de mí, pero yo aguanté, a ver quien reía el último. Tuvimos que dar todas las clases en un aula, por culpa del portero, que había perdido las llaves […]. Nos mandaron un montón de deberes, pero a mí me daba igual, no los iba a hacer. Cuando todo el mundo salió de la clase, yo escribí verdades y barbaridades, mezcladas, en la pared de la habitación. No habría clases hasta el lunes, nadie se daría cuenta. Le dejé la nota a la tutora, pasándola por debajo de la habitación, ya que volvería al anochecer. También decía muchas cosas no muy agradables para el lector destinado. Fui a comer. Dos chicos especialmente odiados me estaban observando. Al salir me intentaron poner una zancadilla, pero yo estaba preparado, y le pisé y estrujé sin piedad la espinilla, hasta llegar a el pie. Seguí andando, me seguían, y querían alcanzarme. Pero yo tenía un arma secreta. Uno me tocó el hombro. Yo le estrujé el plátano en la cara, que había cogido porque sabía que sería útil. Eché a correr, y les saqué ventaja, en eso no me ganaban.
Llegué a la puerta de mi habitación, pero les esperé, quería decirles cuatro cosas. No tardaron mucho en llegar. Me sonrieron maliciosamente, pero se les heló la cara al ver mi sonrisa de odio profundo que les dediqué. El que no tenía plátano en la cara se acercó, cojeando.
-¿Pero qué te pasa? – se atrevió a preguntar.
-A mí nada, a vosotros os está pasando mi venganza por hacerme la vida imposible.
-¿Pero tú eres tonto o qué? – me dijo con voz patética. Yo guardé un momento el silencio. Cometió un error.
- No más que tú, pedazo de imbécil. Los dos coincidís en algo, mucho cuerpo para meterse con la gente, y poco cerebro, ¿eh?. Estoy harto de vosotros, ¿me oís? ¡HARTO! ¡Ojalá no hubierais nacido, todos seríamos más felices! –
Abrió la boca para contestar, y cometió otro error. Ante la atónita mirada del otro, le cayó un escupitajo en la boca abierta, y les di un portazo en las narices.
En mi habitación tenía una sonrisa enorme, mi venganza había sido un éxito, y tenía tiempo de sobra para huir; cuatro horas si hacía la mochila en cinco minutos.


Metí el ordenador, los altavoces, las lentillas especiales, el cuaderno electrónico, algo de ropa y algunas sabanas para acomodar lo demás y porque me sería útil… y también guardé el rotulador de Rick, por si lo encontraba.
Me asomé a la ventana. Cada seis o siete metros aproximadamente, había una pequeña azotea. Así podría ir bajando poco a poco, sin hacerme mucho daño. Me puse la mochila negra, ligera, a la espalda. Lo tenía todo preparado, tiré la ropa por la ventana, echa un montón, y cayó en la pequeña azotea donde iba a saltar, para amortiguar la caída. Además, debía dar una voltereta para no romperme los tobillos, por si acaso. Iba a saltar, pero algo me chocó en la cabeza.
¿Estaba loco?¿Me iba a tirar, aún sabiendo que tal vez no sobreviviría? Me entró un miedo atroz, pánico. No quería morir. Pero no tenía porque morir, solo había alguna posibilidad… Pensé eso y no sonó demasiado alegre, pero tenía que salir de allí, me lo dijeron en un sueño… Me sonó más patético aún. Pero iba a salir, porque quería encontrar a mis amigos, quería una vida mejor, y si me quedaba, me quedaría castigado de por vida con mi venganza… Ya no había vuelta atrás.
Me quedé varios minutos mirando esa azotea, pensando si saltar ya o no. Pero no tenía mucho tiempo. Yo ya estaba sentado en la ventana. Y en un momento, me solté, me dejé caer. No sé si cerré los ojos o no, pero ya creía que había muerto antes de caer. Y los abrí. Tenía miedo, pero el caer era una sensación agradable. Por lo menos iba a morir de una forma agradable…
Pero no fue así. La ropa amortiguó mucho la caída, y además di una voltereta. Sentí poco dolor en los tobillos.
Me sentí feliz, y fui bajando de azotea en azotea, escuchando la música que salía de mi cerebro, cada vez más rápido. Todo parecía tan bonito, tan luminoso y tan blanco… Me fijé que todos los edificios eran muy altos, de cristal, y lo que no era cristal, estaba pintado de blanco. Eso daba una sensación deslumbrante. Seguí y seguí bajando, durante un buen rato.
Tenía la sensación de que alguien me seguía, pero pensé que solo eran imaginaciones, porque por más que miraba no veía a nadie. Ya estaba en la parte neblinosa, y seguía bajando. Ahora había menos niebla. Debía de haber bajado mucho, mucho. Debía de estar en la planta quince o algo así.
Bajé un poco más. Esa era la última azotea. Abajo, a 10 u 11 metros había otra azotea, pero no pequeña. Ocupaba una manzana de la ciudad. Así que mi internado era una torre muy alta, pero que en los primeros pisos era un edificio enorme que ocupaba una manzana.
Dejé caer la ropa. No sabía como me iba a salir ese último salto, porque era más alto. Dejé caer el montón de ropa. No quería estar indeciso, debían de ser las cinco y media o las seis. Salté.
Por un momento pensé que volaba, pero caía. Fue como a cámara lenta. Pero los últimos metros fueron muy rápidos. Noté pisar algo blando, que era la ropa, y llegar a lo duro; el suelo de la azotea. Tal vez diera una voltereta, pero no lo sé, porque entre al cansancio, la emoción, el salto, o todo a la vez, me desmayé.

domingo, 1 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 3 - Compañía

Ahora no me acuerdo con qué soñé esa noche, pero no fue importante. Me desperté poco a poco, y me levanté al recuperar la conciencia, como hacía los fines de semana. Fui al baño, me vestí, y me pregunté qué hacer. Me respondí casi instantáneamente: ir a ver a Tina y a Clara, como habría hecho con Rick. Una vez encendido mi ordenador, miré la hora; 10:30. Me esperaba un buen día por delante, hacía sol, pero para mí eso solo suponía que el ordenador tardaría menos en cargarse (funcionaba con energía solar). Una vez guardado el pijama en el armario, me puse el ordenador bajo el brazo, y me guardé los altavoces en los bolsillos. Entonces, salí de la habitación.
Cerré y miré a mi alrededor. Todo me parecía bonito. La gente no me miraba burlonamente, sino extrañada por verme contento. Yo puse rumbo a la 514, y esta vez no estaba rojo.
Llamé a la puerta, esperando que Tina me abriera, pero no estaba, habría bajado a desayunar. Entonces se me ocurrió algo, llamar a la habitación de al lado, la 513, donde estaría Clara. Llamé suavemente a la puerta, y para mi sorpresa, me abrió Tina, que ya estaba vestida. Pensé que ella era como yo, se despertaba y tenía que ir a ver a alguien. Me invitó a pasar.
En lo primero que me fijé, fue que la habitación era casi igual a la de Tina, pero más desordenada (eso sí, la ropa estaba en su sitio). Las paredes estaban pintadas de lila. Y en la cama estaba Clara, medio dormida, en pijama, y gruñendo.
-Es una dormilona, déjala, no tiene remedio – dijo Tina, con cara sonriente
Clara dijo algo como – Tonta, déjame…
-Sí, sí, no te preocupes - y ella y yo nos miramos aguantando la risa, hasta que me susurró:
-Plan B, voy a buscar el “veneno”
-Veneno… ¿Qué…?- pero no me dio tiempo a terminar, me hizo un gesto de silencio, y buscó algo debajo de la cama. Sacó, un bulto, que después me di cuenta que eran zapatos. Olían mal.
Tina se acercó a mí - ¿Ves por qué es veneno? – susurró. Yo afirmé con la cabeza. Ella se acercó sigilosamente a la cama, se tapó la nariz, y se los puso en la cara a Clara. AL principio no reaccionó, luego se movió un poco, luego más, pero Tina le seguía poniendo el zapato en la boca. Empezamos a reírnos. Clara se levantó de un salto al fin, y nos dijo:
-¡Vale, vale, ya me levanto, pero quitad eso de ahí! –refiriéndose con eso y cara de asco a sus propios zapatos, y nosotros nos seguimos riendo - ¿Ya os vale, no? ¡A mí no me hace gracia! – Nos callamos un momento, y nos empezamos a reír más fuerte. A ella se le quitó la cara seria, y se le quedó una sonrisa.
-So guarra, podrías lavarlos de vez en cuando, ¿no? ¡Te dan asco hasta a ti!- dijo Tina, todavía entre risas.
-Bueno, está bien… - dijo Clara, y se fue al cuarto de baño a tirar los zapatos por el conducto, y a asearse un poco.
Tina y yo nos miramos, riéndonos y escuchando las cosas que se le caían a Clara en el cuarto de baño por estar medio dormida. Yo dejé mis cosas en el escritorio de Clara; con las risas se me olvidó que las llevaba encima. Nos sentamos en la cama. Y esperamos a que Clara saliera del cuarto de baño.
Cuando salió, ya estaba despierta del todo, y nos propuso:
-Bueno, tendréis hambre después de intentar despertarme, ¿verdad? Yo estoy que me caigo – Nosotros afirmamos, y ella dijo - Bueno, ¿pues a que esperamos? – abriendo la puerta. Y yo le respondí:
-A que te vistas de una vez, Clara – cerró la puerta, y nos miró sonriendo. Cogió cuatro cosas del armario, y volvió al cuarto de baño.
-Te lo dije, no tiene remedio – dijo Tina de repente, y nos miramos sonriendo.


Tuve un desayuno como el que no tenía desde hacía tiempo, preparando operaciones con Rick. Alguna vez nos colamos en la azotea por la noche, con los llamados “planes del desayuno del sábado”.
Acordamos varias cosas, como la hora de ducharnos cenar, desayunar, etc., para estar el máximo tiempo juntos. Fue muy fácil, porque ellas se adaptaron a mi horario. Lo peor era que Clara estaba en la otra clase, pero así nos contaba las cosas que le sacaba a las “princesitas”.
Nos llevamos el día juntos, hablamos mucho, de cómo se las apañaban ellas para no aburrirse, de la de cosas que hice con Rick…
-Nosotras, cuando rompimos más reglas de golpe, fue, cuando intentamos llegar a la planta número 1 a las tantas. Robamos llaves, bajamos por los conductos de ventilación y por los de la ropa cuando va a la lavandería, pero poco más…- dijo Tina, ya en la habitación de Clara por la tarde.
Yo me reí con ganas, y no por lo que me habían contado, sino por algo que había recordado.
-Albus, ¿qué diablos te ocurre? – me preguntó Clara, medio riéndose por mi risa contagiada.
-Os lo contaré, pero no me peguéis. Tenéis que prometedlo. – les dije terminando de reírme.
Se miraron con cara de “este está chalado” y dijeron al unísono: - Lo prometo.
-Vale – comencé a decir - . No hay ninguna regla que lo prohíba, lo revisamos, pero es como sí…
-¡Ve al grano, hombre! – me dijo Clara impaciente. Yo le sonreí, y conté todo.
-Vamos a ver, algunas noches, daba igual que fuera finde o no, yo estaba en la habitación de Rick, simplemente para no aburrirme. Bien, sobretodo en estos últimos tiempos, Rick y yo tuvimos la feliz idea de poner en el conducto de la ropa de su habitación una red, a la hora en que se ducha todo el mundo. Pues bien - las miré antes de decir lo más fuerte – la ropa de los chicos la dejábamos pasar, pero la de las chicas… bueno, pasaba un rato antes de dejarlo pasar… - yo ya estaba rojo como un tomate, y ellas me habían entendido perfectamente.
-¡Seréis guarros!¡A ti no te pego porque me hiciste prometerlo, pero en cuanto encontremos a Rick…! – me dijo Clara en un arrebato.
-Oye, si lo encontramos, le pego yo primero por no decirme donde pensaba irse…
-Clara tiene razón, sois unos cerdos. – me dijo Tina.
-Eso – dijo Clara firmemente. Yo me defendí diciendo:
-¿Pero yo cuando os he dicho que no lo sea?
Me dijeron que éramos unos guarros unas 9 veces, todas con sus tesis correspondientes, hasta que Clara me preguntó:
-¿Y es vedad eso que dice Tina de que el jueves te pilló mirándola después de la ducha? – en un tono jovial.
-Sí – le dije, con las mejillas algo rosadas.
A ella le hizo sacar una sonrisita, pero esa vez me defendió Tina:
-Albus, ¿sabías que ella hace lo mismo? – eso me despertó de mi vergüenza.
-¿En serio? – le pregunté a Clara, que al carecer de vergüenza alguna, no se ruborizó lo más mínimo
-Claro, ¿por qué no? Además, vosotros os tapáis menos, y nunca la parte de arriba – dijo, y sonrió aún más.
Yo me quedé un momento sin habla. Luego, le dije:
-¿Y encima soy yo el guarro?


Nos pasamos la tarde hablando, y se nos pasó rápido el tiempo. Al final, entre una cosa y otra, acabamos hablando de música. Les enseñé una muestra de mi biblioteca. Les encantó Another brick in the Wall (part 2), sobre todo por la letra. Acabamos pasando la biblioteca del ordenador de Clara y Tina al mío, y viceversa, y nos ahorramos un pastón en canciones, y acabamos hechos unos piratillas.
Les conté que conseguí toda esa biblioteca averiguando canciones que sonaban en mi mente, que sonaban siempre en el mejor momento.
-¿De verdad? – me preguntó Clara sorprendida – a mí lo más raro que me ha pasado es que a veces altero las ondas de mi alrededor, pero no tiene nada que ver. Y supongo que lo mío tendrá que ver con electricidad estática, así que...
Tina se quedó callada durante la conversación, como meditando sobre lo que yo había contado. Se había hecho de noche, y era la hora de cenar, así que fuimos a cenar. Seguimos juntos, y acompañé a Clara y Tina a su cuarto. Tocaba ducharse. Y yo pensaba que me tendría que despedir de ellas, pero no fue así, porque Tina me preguntó:
-Oye Albus, ¿te quieres quedar a dormir en nuestras habitaciones?
-¡Sí! – dije casi sin pensar.
Aquello era como en los viejos tiempos, con Rick. Quedé con Clara y Tina en la habitación de Clara a las 10:30, hora en la que supuestamente no se debía salir de la habitación, y norma que poca gente respetaba. Fui solo a mi cuarto, tiré la ropa por el conducto, me envolví en una toalla y salí en dirección a la ducha.
Una vez terminado de ducharme, salí, y me encontré con Tina y Clara. Esta última me miró con un descaro impresionante, así que nos sonreímos, y nos fuimos. Me puse en el pijama en mi habitación, y me fui algo nervioso a la habitación de Clara. Donde aún estaban mis cosas.
Ya estaban en pijama (unos pijamas que les sentaban muy bien, y que me hizo mirarlas con disimulo), y se estaban secando el pelo. Una vez terminaron de secarse el pelo, seguimos hablando, tal vez hasta pasada la medianoche.
Cuando la conversación comenzó a perder sentido, decidimos que era hora de dormir. Cogimos la cama de Tina y la pasamos por la puerta que conectaba las habitaciones, y pusimos las camas de Clara y Tina una al lado de otra, para acostarnos en ángulo recto respecto a como dormían habitualmente. Pusimos las mantas improvisadamente para que tapara toda la cama, y nos fuimos a dormir.
Clara se había quedado dormida en la parte que daba al armario. Tina se acurrucó en el otro rincón, pegada a la pared, y yo me acosté entre las dos. Estaba súper a gusto entre ellas dos, era como una mezcla de felicidad mezclada con el sopor. No duré mucho más despierto, pero dormí maravillosamente.



Todo era perfecto en ese momento. Me di cuenta de que había luz. No pensaba en nada, de momento. Me fui despertando poco a poco, hasta ser consciente de que tenía a Clara a mi izquierda y a Tina a mi derecha. Se estaba genial entre las sábanas y Tina y Clara. La luz se colaba suavemente por las persianas. Me pareció que Clara se estaba despertando. La toqué con el pie. Y se movió más, pero no debía de estar demasiado despierta porque lo que hizo fue dar media vuelta y apoyar su pecho y su cabeza en mi pecho. Yo procedí a despertarla, no quería que Tina despertara y me viera en esa posición con Clara. Se fue moviendo un poco más hasta que abrió los ojos y me miró. Fue una mirada interrogativa, y luego me pregunto.
- ¿Se puede saber qué haces debajo de mi cabeza y mis…? – le corté antes de que terminara de decir la frase y le respondí.
-Oye, has sido tú la que te has abrazado a mí. ¿Con qué soñabas?
-Ah, yo soñaba que abrazaba a… - se dio cuenta de lo que iba a decir – oye, eso a ti no te importa – y se calló.
Se quedó mirando a Tina diez segundos hasta que le pregunté:
-¿Oye, no era a ti a la que le molestaba que te despertaras conmigo debajo?
-¿A mí? No, eres bastante cómodo.
-Ah… - Me quedé riéndome un rato por dentro, a mí sí que no me importaba tener a una chica guapa con su pecho y su cabeza encima de mí.
-A mí, no me molestas, pero quiero ir al baño…
-Bueno… - Y se quitó de encima. Fui al baño, y me aseé un poco.
Al salir del cuarto de baño, Tina ya estaba despierta. Hablamos un poco medio dormidos y decidimos ir a vestirnos. Tina empezó a echarme de la habitación.
-Pero es que me da vergüenza salir en pijama… - les dije.
-Nosotras salimos cada dos por tres y no nos pasa nada, Albus – me respondió Tina
-Ya, pero vosotras sois chicas y salís por la zona de las chicas. Yo soy un chico, para vuestra información – les saqué una sonrisa, y Clara me contestó:
-Pues mejor, ¿no? Así se te quedaran mirando – me dijo Clara, con esa sonrisita que se le ponía.
-Hay que ver como eres, Clara…- dije, y salí de la habitación.
Todas me miraron algunas con más o menos disimulo, incluidas las ”princesitas”. Después de salir de la que decidí llamar “Zona zero”, fui a mi habitación, me vestí, y volví a la de Clara, donde ellas ya estaban vestidas. Pasé un día parecido al anterior. Las siguientes semanas pasé todo el tiempo que pude con ellas. Como teníamos más tarea, la hacíamos juntos, sobre todo en los cuartos de Tina y Clara. A veces también dormíamos juntos entre semana. Pero desde luego, vivíamos solo para el fin de semana.