sábado, 5 de junio de 2010

Historia sin nombre - Capítulo 15 - La Realidad

Era precioso. Solo se oía el piar de los pájaros y el apacible ruidito que hacía el viento moviendo la hierba y las hojas de los árboles. Subí corriendo a una colina entre los árboles y me tiré rodando por la hierba. Olía a tierra, y yo sonreía. Dejé de rodar al bajar la colina, y me quedé bocarriba, mirando el cielo de la mañana a través de las copas de los árboles. Sentía el tacto de la hierba en mis manos, era curioso. Así me quedé un rato, mientras me quedé adormilado. Un piano bellísmo comenzó a resonar en mi cabeza, y cuando la Valse se acabó, llegó Rick.

-Esto es maravilloso – le dije.

-¡He visto una ardilla!

-¿Una ardilla?¿Dónde? - me levanté de golpe, y nos metimos entre los árboles corriendo, en busca de ardillas. Era evidente que las íbamos a asustar, pero si corrían, al menos las veríamos. Y las vimos. Nos pareció maravilloso. Era la primera vez que veíamos un animal. Seguimos corriendo por el bosque, hasta que de repente, nos topamos con un gran muro. Un muro donde acababa el bosque, inmenso, y que continuaba hacia los cielos y hacia los dos lados. Rick y yo andamos pegados a este muro, hasta que subimos una colina alta, llena de trozos de ese muro, y pudimos ver con más claridad. El bosque llegaba hasta el horizonte. La muralla, también, pero esta se elevaba mucho más que el bosque.

-... Rick, es evidente que tú sabes tan poco como yo sobre esto, así qué... ¿dónde están los otros? - Rick tardó en responder. Tampoco sabía donde estaban.

-Pues... ¡ahí! - dijo, señalando a mi espalda.

Allí había un claro, y una cueva en la muralla. Por ahí habíamos salido con el tren. Corrimos hacia allí. Al bajar del tren nos habíamos emocionado tanto que no habíamos visto de donde salía el tren. Niyebe y Eudora estaban sentadas sobre unas piedras, al lado de las vías. Drake, Esteban, y Jane, estaban haciendo alguna reforma al tren, más cerca de la muralla. Drake nos atendió.

-Vaya, ¿ya habéis vuelto? Hay mucho bosque que explorar.

-¿Qué... es esa muralla? - preguntó Rick, jadeando.

-La ciudad – respondió Esteban tranquilamente, sin mirar. Jane seguía concentrada, y Eudora y Niyebe, a lo suyo. Yo me pregunté donde estaría Tina.

-¿Cómo que la ciudad? -tomé aire – Esa muralla no puede ser la ciudad.

-No, claro que esa muralla no es la ciudad; es la muralla que rodea a la ciudad.

-Pero... ¡tiene que ser enorme! - dijo Rick.

-Sí. Y, ¿por qué hay una muralla rodeando la ciudad?¿por qué no nos lo han dicho nunca? - seguí yo.

-¿Y cómo es que nunca nos habíamos dado cuenta?

-La muralla tiene sofisticados sistemas de camuflajes, para que no puedan verse desde la ciudad. Es más, si te acercas a ellas, efectos ópticos te hacen dar media vuelta mientras crees que sigues andando hacia delante. La muralla está ahí para que no se pueda salir al exterior. Y si está camuflada, es obvio que no os lo digan – Prosiguió Esteban.

-¿Para qué está ahí? - preguntó Rick, mientras yo escuchaba.

-Pues para que lo que esté dentro no salga, ni lo que esté fuera entre. Y no, su principal función no es protegernos de los animales de la naturaleza, sino evitar que nosotros salgamos fuera.

-¿Por qué nos privan de la naturaleza? - pregunté.

-Buena pregunta. Pues no lo sé, habría que buscar un gobierno al que preguntarle, ¿no? - siguió Drake.

-Drake, no seas idiota – le contestó Esteban. La cosa se ponía interesante – sabes perfectamente, que esa muralla está ahí no para protegeros del exterior, sino para proteger al exterior de vosotros.

-¿Qué? - Rick y yo no entendíamos nada.

-Esteban dice que somos un peligro para la naturaleza, que la degradamos y rompemos su equilibrio.

-Pero... ¿cómo íbamos a hacer eso? Estamos aquí y todo sigue como estaría antes – dije yo.

-Diablos, ¿qué os han enseñado en historia? ¡Eso es lo que no comprendéis! - Rick y yo, e incluso Esteban, nos preguntábamos a qué se refería - ¡Claro que vosotros no vais a hacerle nada a la naturaleza! Pero vosotros sois los primeros en salir de la ciudad en quien sabe cuanto tiempo, y estáis preparados para ello, todo está en el tren. Los demás, ¿lo harían? ¿Cómo acabaría esto si salieran de la ciudad miles de millones de personas?

-...Pero, Esteban, se les puede preparar para ello – contesté.

-No a todos les importaría tanto la naturaleza. Qué todos hicieran como nosotros requeriría mucho trabajo y esfuerzo por parte de ese gobierno aparentemente ausente. ¿No es más fácil dejar que, si de verdad se quiere disfrutar dela naturaleza, que se busque por sus propios medios? Suponiendo que lo consiguiera alguien, solo tendrían que encargarse de que no hicieran ninguna barbaridad. Es mucho más fácil esto, que dejar que salgan todos y tener que encargarse de ellos.

-Mirado así, tiene razón. Pero todo el mundo tiene derecho a ser libre y a ver la naturaleza – continuó Drake.

-Por eso hemos llegado hasta aquí. Si no fuera como yo he dicho, habrían puesto más obstáculos para evitar que saliéramos de la ciudad. No lo prohíben, solo lo ocultan. Y los que se hacen preguntas, lo descubren.

-Pero eso tampoco está bien. No deberían ocultarlo -dije.

-Pero es más fácil y eficaz. -

La conversación terminó. Rick y yo fuimos de nuevo a dar una vuelta por el bosque, siguiendo al principio el trayecto de las vías. Pasamos por el lado de Tina y Eudora. No pude evitar mirar a Tina, haciéndome sentir débil, porque me gustaba, estúpido, por que sabía que si intentara integrarme en su conversación no lo conseguiría, y triste, porque ella no me miró a mí. Pero no había olvidado la conversación, que siguió dando tumbos por mi mente junto a Tina durante ese paseo.


Habíamos curioseado, y encontrado diferentes especies de árboles. Yo los miraba sorprendido. La textura que tenían sus cortezas era algo completamente nuevo para mí, pero mis pensamientos no me dejaron sentirme en armonía con el entorno. Volvimos un rato más tarde. Para entonces, ya estaban todos allí.

Subimos al vehículo, y seguimos pedaleando una gran parte del día. Esteban ya había cogido plantas para hacer la comida. No, no comimos plantas, sino que la máquina transformaba esas plantas en cualquier comida. Comimos por esos métodos a partir de entonces.

Comimos poco después del mediodía, lejos ya de la ciudad. El día se estaba encapotando, cada vez habían más nubes. Es decir, tarde o temprano, iba a llover. Descansamos un buen rato, y volvimos a subir al tren. Pedaleamos mecánicamente, cada uno sumido en sus pensamientos. Yo estaba sumido en los míos, y acababa por ser de lo más deprimente. No podía dejar de pensar en Tina. No me interesaba nada más en ese momento. Para colmo, me sentía solo. No sabía de qué hablar. Tenía muchos temas de conversación para hablar, pero los demás también estaban sumidos en sus pensamientos. Pensé en todos los demás, y en música. Se me vino a la cabeza una canción: This Time Around, de Deep Purple. Estuve pensando en esa canción e imaginando algún solo adicional durante un buen rato. Pensé en eso y en libros. Hacía tiempo que no leía. Me acordaba de uno en concreto, el Guardián entre el Centeno. Me lo leí en el internado, después de que Rick desapareciera, y antes de conocer a Tina y a Clara. No podía dejar de pensar en Tina, como se puede ver. Cualquier acababa por hacerme pensar en ella. Pero volví a concentrarme en el libro, y me acordé de Sunny. La chica del vestido verde. Una puta de Nueva York, aquella ciudad tan antigua y sorprendente. Siempre quise que el libro hablara un poco más de ella. Holden tendría que haberle preguntado sobre su vida, o al menos, haberlo intentado. Aunque, de todas formas, comprendí que no lo hiciera. “Tal vez sea un poco directo preguntarle a una puta por su vida personal” pensaría Holden. Yo, la verdad, no estaba seguro de nada. No tenía ni la más remota idea de como viviría una puta, en el siglo XX. En mi época no hay, y en las clases de historia, no salen. Pero deberían salir esas cosas. Pensé que debería buscar información sobre ellas.

Así transcurrió casi todo el día. Nadie hablaba, pero no hacía falta. Estaba inmerso en el paisaje, que veía moverse vertiginosamente por la ventana, a la vez que mis pensamientos. Era como si hablara conmigo mismo. Dentro de mi cabeza, tenía una habitación con varias sillas, y personas sentadas en ellas, hablando. Siempre sonaba música, y la iluminación ideal era, siempre de madrugada, una tenue luz dada por algunas bombillas. Así solía ser mi cabeza, así debía estar. A veces se hacía el día, asqueroso y nublado, en el que ninguno sabía qué decir, y la música parecía que sobraba. Las cosas son así. La madrugada está separada del amanecer por apenas unas horas. Y a veces, uno no está preparado para que amanezca. Yo, casi nunca lo estoy. Mi cabeza siempre debería estar como esa habitación.

En ese momento, de hecho, estaba clareando. Las voces de mi interior empezaban a callarse, absortos en el crepúsculo del exterior de esa habitación. Es así como la estabilidad mental se deshace. Un momento de felicidad a menudo está separado por horas de otro momento opuesto. En este caso, Tina fue lo que me hundió, porque no podía dejar de pensar en ella. Pero no de la forma de antes. Ahora, pensar en ella me hundía, en vez de hacerme sonreír. Solo sentía que no la tenía.

La habitación de mi cabeza era como el tren. Nadie hablaba. Pero yo quería hablar. Lo necesitaba. Quedarse demasiado tiempo dentro de la cabeza puede ser peligroso si no estás preparado para el amanecer.

Pensaba que iba a pasar como siempre había pasado cuando estaba con los de mi clase, en el internado. Allí siempre hablaban ellos, y yo estaba excluido. Nadie me escuchaba, menos Rick. Por eso él sí fue mi amigo, y los demás no. Por eso siempre amanecía, menos cuando estaba con él. Él me daba la estabilidad emocional. Desde aquellos tiempos me agobio al estar en una conversación con mucha gente. Pero este no fue el caso.

No recuerdo como, surgió una conversación que se fue animando poco a poco, en la que yo participaba. No solo yo; todos. Todos hablábamos, todos formábamos una piña. El día mejoró notablemente para nosotros desde entonces. Pero fuera estaba lloviendo. Teníamos la esperanza de que dejara de llover por la noche, para dormir al aire libre.


Así fue. Al cabo del rato dejó de llover, y cuando quedaba poco para que se pusiera el sol, las nubes parecieron despejarse. No había llovido mucho, pero sí lo suficiente como para mojar la hierba y los bosques. En la mayoría de los árboles no habían hojas, pero estaban empezando a salir. Lo que hace la primavera. Nos bajamos del tren, todos muy cansados. Podríamos haber puesto tiendas de campaña, y deberíamos haberlo hecho. Pero, realmente, cenamos medio dormidos, y lo que hicimos fue poner los sacos de dormir en los lugares donde caímos rendidos, en un claro cerca de las vías, y meternos dentro. Seguía quedando un poco de claridad entonces, pero ya era casi de noche, y habían muchas estrellas. Más de las que yo había visto nunca.

Al principio quedó un poco de barullo, mientras poníamos los sacos, pero después todos se durmieron. Yo no, por supuesto. Aunque estaba reventado, no me hacía a la idea de dormir allí. Me quedé un rato intentando dormirme, pero desistí y me levanté. Ya era noche cerrada, y apenas veía nada. Me moví con cuidado, para no pisar a mis compañeros o hacer algún ruido y despertarlos. La luz de las estrellas me llevó al lugar donde sabía que acabaría yendo.

Tina estaba dormida. Me quedé un rato mirándola. Ojalá estuviera despierta y estuviera conmigo. Ahora me sentía solo. Había un silencio total, y junto a la oscuridad, me resultaba agobiante. Es curioso, como una paz tan completa puede a uno enervarle tanto. Pero al menos tuve suerte. El sueño venció al agobio. Se me caían los parpados a su lado, y cuando volví a mi saco dormir, me dormí rápidamente, pensando en ella.


Fue una noche incomoda. No creo que nadie durmiera bien. Me desperté en varias ocasiones, y al instante me acordaba de Tina, pero al cabo de un minuto me volvía a dormir, porque seguía estando muy cansado. También veía moverse un poco a los demás, en esos momentos. No estaban cómodos.

Lo gracioso, es que mientras dormitábamos, Esteban no estaba entre nosotros, y nadie se dio cuenta. ¿Cómo íbamos a pensar que alguien tendría que hacer el desayuno...?


Pasaba algo. No sabía el qué, pero me pilló dormido profundamente. Probablemente, en la parte de sueño más profunda de toda la noche. El caso es que estaba empezando a clarear y a llover, y nos estábamos despertando y recogiendo las cosas. No quería empezar el viaje, tenía sueño, estaba medio dormido, y los diálogos me llegaban a medias. No estaba preparado. Cuando me levanté, alguien recogió mi saco. Volví a ir donde me llevaban mis pensamientos. Tina seguía dormida. Me senté a su lado, y la miré, centímetros desde arriba. Acerqué mi cara a la suya.

Qué guapa estaba durmiendo, y qué extraño era todo. Se me cerraban los ojos, pero veía que su rostro estaba iluminado por la luz azul de cuando queda poco para el amanecer. No quería despertarla, quería que siguiera así, tranquila y en paz en sus sueños. Vi sus labios, tibios y finos. Era preciosa. Esa belleza me daba una sensación de tranquilidad que me llevaba al sueño... Pero miré otra vez. Quise darle un beso, y tuve miedo de dárselo. Mi cabeza cayó, lenta y suavemente, mis labios rozaron los suyos, y se pegaron a ella.

Se movió, intentando sentarse, sin apenas fuerza. Pero ese roce que nos unía continuó. Abrió los ojos, y parpadeó. Estaba demasiado dormida para comprender. La abracé, y el beso se rompió. La ayudé a levantarse, todavía abrazada a mi, y subimos al tren mientras nos caían algunas gotas desde el cielo. Nos sentamos en dos asientos, aún abrazados. No entendía lo que pasaba, pero me sentía bien, muy bien. Me volví a dormir.


Abrí los ojos. Ya había descansado suficiente; sabía que no se me iban a cerrar, que viese lo que viese, mis parpados no iban a caer de nuevo. El sol subía en el horizonte, encaprichado con iluminarnos a todos nosotros con la luz de la mañana.

Mientras, seguía abrazado a Tina. Me sentía extraño, pero muy bien. Acaricié su pelo con mis manos. Ella se despertó. Me abrazó, y nos quedamos así un rato, hasta que tuvimos consciencia de todo aquello que no eramos nosotros dos.

La mañana transcurrió perezosa. No entraré en detalles, porque no lo recuerdo bien. Tenía la cabeza en otra parte, porque pensaba en ella, y quería hablar con ella, pero no me atrevía, ya que no nos quedábamos a solas dentro del tren con todos los demás. En algún momento paramos para comer, pero tampoco era el momento. Además, dado que después de comer no hubo ninguna siesta, tampoco pude decírselo. Estuve evadido todo el día con Led Zeppelin sonando de fondo en mi cabeza, mientras las demás paranoias desfilaban en un primer plano. Hasta bien entrada la tarde. Jane y Drake estaban murmurando algo, pero solo yo me daba cuenta, porque los demás estaban a lo suyo. Solo se percataron de que algo ocurría cuando el tren empezó a frenar sin aparentes motivos al lado de una colina cubierta de hierba.

-¿Qué ocurre? - quiso saber, algo alarmado, Manau.

-Ahora lo veréis – contestó Jane. El tren abrió su capsula, y ella salió con agilidad hacia la cima de la colina, seguida por Drake, y por todos los demás. Tina y yo salimos los últimos. Nos miramos, como preguntándonos sin palabras que era lo que pasaba entre nosotros, o que nos íbamos a encontrar en de la colina. Hice un esfuerzo con mis cansadas piernas, y llegué donde todos los demás se habían quedado pasmados. No lo podía creer.

Hasta donde la vista alcanzaba, había en aquel paraje una ciudad antigua y destrozada. El sol estaba enfrente de nosotros, ocultado por nubes que tapaban su lento descenso. Los edificios, agrietados y rotos en su mayoría, habían sido invadidos por la naturaleza, y la ciudad había dejado de ser una ciudad para parecerse al bosque más extraño y maravilloso de todos. Las plantas cruzaban las calles, por el suelo y por el cielo. Se podía ver el brillo de un río, a lo lejos, y a su lado se encontraba una torre. Una torre que, a pesar de estar deteriorada, destacaba sobre toda la ciudad. La Torre Eiffel.

-París, a vuestros pies – dijo Esteban, como si fuera algo sin importancia, mientras nosotros no podíamos creerlo. Seguíamos anonadados e inmóviles.

-Pero, ¿qué hacemos en París? ¿Todavía existe? ¿Por qué está así?

-Albus, ¿cómo no va a existir si lo estás viendo? - respondió Esteban. Le divertía vernos así de sorprendidos.

-Estamos en París -siguió Drake- porque nos pilla de camino. La ciudad que todos conocemos se encuentra al noreste, y nosotros vamos hacia el sur. La ciudad está así de destrozada simplemente por el paso del tiempo, pero no sabría decirte de cuanto.

-¿Solo por el paso del tiempo? ¿Es que no hubo ninguna guerra?

-Tal vez las hubiera, pero te aseguro que si la guerra hubiera sido en París, ya no quedaría ni polvo.

-¿Es ese el Sena? ¿Dónde está Notre Damme? - preguntó Ithin, con inmensa curiosidad.

-Podemos ir, si queréis. - contestó Drake, para satisfacción de Ithin y de todos nosotros. Me moría de ganas por explorar la ciudad.

-Y de paso, un tour por todos los monumentos de la ciudad. ¿Pagáis con tarjeta o en efectivo? - añadió Esteban. Lo gracioso era que no teníamos ni idea de a qué se refería con aquello de pagar. El dinero en nuestra época debe de ser completamente diferente a el de antiguamente.

-Por favor, vamos a Paris – dijo Ithin, apoyada por todo lo que nosotros dijimos.

-Podemos cenar ahora, llevarnos los sacos de dormir, y pasar el resto de la tarde y la noche en la ciudad – propuso Jane.

-¡Sí! - respondimos todos, descoordinados, pero de acuerdo.

-Pero, ¿tenemos que cenar? ¿No podemos ir ahora? - Ithin sí que se moría de ganas por ir.

-Sí, claro. Luego os quejaréis porque tenéis hambre – le contestó Jane, con un enfado medio disimulado. Lo decía en broma, pero estoy seguro de que nos habría entrado hambre viendo la ciudad.

-Bueno, vale. Cenamos y vemos la ciudad. Pero rapidito, ¿vale?

-Eso – me sorprendió que lo dijera Tina. ¿Querría hablar conmigo sobre amor, un atardecer en París? Sería de lo más romántico, y me gustó la idea, aunque le tenía miedo. No sabía que le podía decir.

Esteban ya había bajado, y estaba preparando la comida. Es decir, los platos, cubiertos, y lo que sería la mesa, solo que en el suelo. Seguramente había mandado al ordenador del tren que preparara la comida desde lo alto de la colina. Yo me había quedado arriba, pero la mayoría había bajado a ayudar. Sabía que tardaríamos cinco minutos en empezar a comer, tan bien como sabía que los únicos que quedaban en la colina eramos Tina y yo. Finjí no saber eso último, absorto en Paris. Hasta que se me cruzó un cable.

-Hola, Tina – dije, intentando sonar tranquilo. Estaba nerviosísimo, y muerto de vergüenza.

-Hola , Albus – me respondió. Estaba igual que yo.

-Deberíamos hablar... ¿no? - empecé a temblar de la emoción, y me sentí como un idiota.

-Sí. - Los dos nos quedamos cayados, mirándonos a los ojos.

-Yo... me gustas, Tina. Mucho.

-Y tú a mi, Albus – podría haberme quedado más tranquilo, pero no. Me parece que me iba a dar un ataque de los nervios.

Ella dio un paso hacia mi, y yo uno hacia ella. Me quedé a 10 centímetros de sus labios.

-¡A cenar! - gritó Esteban, no sé si por nosotros.

Ella se quedó quieta, y yo dudé un momento. Le di un beso en los labios, fui feliz, y bajamos corriendo a cenar.


Nadie habló durante toda la cena. Comimos lo más rápido posible, todos llenos de alegre curiosidad y de emoción. Creo que en esos cinco minutos habían soñado tanto despiertos con París que no se habían ni percatado de que Tina y yo estábamos allí. Era ahora yo el que soñaba explorar París, los bosques de los edificios y los propios edificios en ruinas. Visitar los monumentos abandonados de la ciudad del amor, Tina y yo de la mano. Seguro que conseguíamos separarnos de los demás aunque solo fuera por un rato.

Los que terminaban de comer miraban a los demás con impaciencia, esperando a que terminaran. Cuando al fin esto ocurrió, guardamos todo a toda prisa y cogimos una mochila con algunas cosas y un saco de dormir cada uno. Echamos una carrera: el que llegara antes a Paris, ganaba.

Corrí hacia lo alto de la colina, y sin dudarlo, me eché a rodar hacia abajo. Después de dar unas mil vueltas, llegué por fin a algo llano. Debió de ser un parque en su tiempo, y debía de tener una plaza más adelante, como si fuera una entrada al parque. Yo solo veía una calle enfrente mía, cuyo asfalto se borraba en el suelo que iba hacia la colina. Con la torre Eiffel al fondo y el sol cayendo lentamente, corrí sin apenas mantener el equilibrio hacia aquella calle. Ganó Gael; sin mareos se corre mejor.

Todos nos quedamos quietos, sin aliento por la carrera y por los vestigios de tiempos quien sabe cuántos siglos atrás. Mirábamos alrededor, estupefactos y contentos por haber llegado hasta allí. Yo miré a Tina, y le dediqué mi sonrisa más sincera y feliz. Ella hizo lo propio.

-Ya estamos aquí. ¿Qué sugerís hacer? - preguntó Jane. Todo el mundo pensaba lo mismo, dar un paseo, perderse por las calles de París, y ver todos sus rincones.

-Perdernos por París – sugirió Niyebe.

-¡Sí! - Ithin estaba encantada con la idea. ¿Qué mejor forma hay de conocer una ciudad que perderse en ella?

-Bueno, y una vez nos perdemos, ¿cómo encontramos el camino de vuelta? - preguntó Gael, aguándonos la fiesta por unos instantes.

-No os preocupéis por eso, que estáis en buenas manos – respondió Drake. Recordé todas mis dudas y dudé lo de “buenas”. Aún así, confiaba en ellos.

-Soy un ordenador parlante y con piernas, recordadlo. Lo menos que podría hacer sería guardar mapas de la ciudad en mi memoria. - Esteban me estaba empezando a caer bien. Uno no suele esperar que un androide haga chistes.

-Oye, Esteban – dijo Jane- ¿Puedes hacer de guía turista? Drake y yo podemos ayudarte, de todas formas.

-¿Conocéis la historia de la ciudad? - pregunté. La historia no suele interesarme, pero a veces sí.

-Por supuesto. Bueno, marchando. Os cuento mientras nos movemos – empezó a andar, cogiendo aire, como quien va a empezar a dar un discurso, seguido por todos nosotros – La historia de París se remonta a tiempos muy ancianos, aunque supongo que los conoceréis, ya que son los únicos que se molesta el gobierno de enseñar. La ciudad la construyeron los celtas, alrededor del año 250 antes de Cristo...

Fue así como nos contó, a veces interrumpido por Drake y Jane, cómo llegaron los romanos y conquistaron la ciudad, cómo hicieron lo mismo otros pueblos, las numerosas guerras que aquí se batallaron durante siglos de historia, haciendo incapié en las de la Edad Media, la religión, la forma de ver la vida, la reforma católica, la matanza de San Basrtolomé, las monarquías, la revolución francesa, la república, los monumentos, y los edificios que quedaban de la ciudad. Mientras tanto, pasamos por montones de calles, internándonos en el interior de la ciudad, y el sol seguía decayendo lentamente; faltaba media hora que el sol se pusiera. Yo, mientras, andaba perdido entre mis pensamientos, lo que nos contaban de la ciudad, y mis ganas propias de un explorador de entrar en cualquiera de esos edificios, tanto en buen como en mal estado, e investigar que albergaban en su interior.


Cuando se puso el sol, estábamos en la antigua avenida de los Campos Eliseos, convertida ahora en un bosque en el que destacaba al fondo el Arco del Triunfo. Diez minutos tardamos en llegar hasta dicho monumento, y vimos los antiguos relieves deteriorados, y la piedra agrietada y vieja. No obstante, estas características le daban al arco una extraña belleza en conjunto con el atardecer de la que no gozaba cuando estaba en buen estado. París, la ciudad de la luz, no tenía una sola bombilla encendida, y el sol ya se había escondido.

-He aquí el Arco del Triunfo, aunque poco victorioso. Creo que se puede apreciar a simple vista que tuvo tiempos mejores – comentó Esteban.

-Pues a mí me gusta más así – pensé, en voz alta.

-¿En serio? - preguntó Drake. Todos me miraban. Había dicho algo extraño, ahora tendría que explicarme.

-Eh... sí. Me gusta más el aspecto que tiene el arco y la ciudad así, abandonada y salvaje, con la poca luz que queda después de que se ponga el sol, con algunas nubes por el cielo, y con un viento que no sopla muy fuerte pero es frío. Me recuerda... - me di cuenta de lo que estaba a punto de decir, y dejé de hablar. No me pareció que debiera contarselo a todos. La mayoría parecía más o menos interesada, Rick me miraba sonriendo un poco, con curiosidad, a los ojos, pero con una curiosidad diferente a la de Tina. Ella miraba con una curiosidad de quien quiere conocerme más, y Rick con la de quien conoce a un amigo y comprueba que la persona en cuestión sigue pudiendo decir cosas que le parecen bellas. Los mayores estaban atentos, pero Gael y Manau me miraban entre extrañados y sorprendidos. Supongo que será porque no nos conocíamos mucho.

-¿A qué? - preguntó Rick, con la misma amable curiosidad.

-A sueños, a pensamientos, a canciones y a libros. Este lugar... es como un cuadro del paisaje de mi mente al pensar en esas cosas. Me encanta este lugar, es maravilloso. Es como si mi mente ya no solo estuviera en mi cabeza, sino también a mi alrededor – sorprendí un poco a todos, diciendo esto. Rick me sonrió más, como Tina, y los demás en general. Los mayores estaban sorprendidos, no se esperaban que dijera algo así. Tal vez había dicho algo relacionado con todo aquello que no nos habían contado, pero no podía saberlo. Gael y Manau siguieron pasmados un momento, y entonces les entraron ganas de reír. Lo que dije les pareció tan raro que al principio se sorprendieron, y después rieron ante la rareza de la situación. O eso es lo que quise pensar, porque sino se estarían riendo de mí. Continué.

-¿Y veis la torre Eiffel, con grandes trozos de su metal desprendido, dejando de ser una torre para caer poco a poco al suelo, como si fuera el ejemplo de “todo lo que sube, tiene que bajar”? Es la cumbre de todo lo que he contado, el adorno final – me interrumpí a mi mismo, y miré a Jane, Drake, y Esteban - ¿Por qué está así? ¿También ha sido el paso del tiempo?-

Hubo un breve silencio, que más tarde sabría como interpretar.

-Sí – respondió Drake – la humedad oxida el hierro, y si no hay nada ni nadie que lo reponga, la estructura se deteriora.

-Bueno, vamos a dar una vuelta, ¿vale? - preguntó Ithin, junto a Niyebe. También yo quería explorar la ciudad sin tantas personas a mi alrededor.

-De acuerdo. Pero volved cuando no quede nada de luz. Tenéis linternas, por si acaso – les respondió Jane. Drake y Esteban no se movieron, y todos se dispersaron, excepto yo. Quería saber más sobre lo que le ocurrió a la torre Eiffel, y Drake pareció darse cuenta.

-Ten en cuenta además el efecto del viento, de los rayos, y de quien sabe más. Pero la culpable es la naturaleza, como en toda la ciudad, Albus, esta vez no hemos sido los humanos los que...

-Drake – le interrumpió Esteban, seco y duro. - Ya basta, tiene derecho a saberlo -

Ahora comprendí el silencio anterior. Drake me había ocultado algo.

-¿Es que sí que fueron los humanos? - pregunté, frío. Drake miró a Esteban, después al suelo, y a continuación a mis ojos.

-No, fue la naturaleza. Las causas han sido las que te expliqué, pero ocurrió algo más – hubo un breve silencio en el que Drake y Esteban se miraron, y Esteban asintió. - Albus... tu llegaste a ese internado por algo. Es decir, sino, hubieras vivido con tus padres. ¿Sabes algo de ellos?

-No. Nada. – respondí, sorprendido. No me esperaba aquello. Se volvieron a mirar.

-Tus padres... se llamaban Paul y Linda. Estaban completamente enamorados: se amaban de verdad. Eran una pareja increíble, como si el uno complementara al otro, y fueran juntos una sola mente soñadora, rebosante de imaginación. Les gustaba mucho la música, como a ti. Pero ellos también la tocaban: tu padre sabía tocar muy bien la guitarra, y se defendía con cualquier instrumento de cuerda. Incluso se atrevía con el piano. Pero la que de verdad sabía tocar bien el piano era tu madre. Y no solo el piano: Linda tocaba el saxofón tenor, el de jazz. También cantaban, pero me estoy yendo por las ramas, Albus. Tú tenías tres años, y Jane y yo teníamos tu edad. Estábamos en París, como ahora... pero era todo distinto. Deberíamos contároslo todo ya. Al igual que estáis vosotros aquí, con nosotros, Jane y yo estuvimos con Esteban, y vuestros padres y los nuestros. Te prometo que os lo contaremos, Albus, pero ahora no es el momento.

-Es algo que incumbe a todos. Contártelo solo a ti sería traicionar a los demás – añadió Esteban. Me moría de curiosidad por saber que es lo que tenían que contarnos sobre eso, pero asentí, y dejé a Drake continuar.

-Estábamos en los Campos de Marte. Te dejaron con nosotros, y se fueron a dar una vuelta. Ellos eran así, tenían un sentido muy profundo de lo romántico. Fueron a la Torre Eiffel, mientras lloviznaba un poco. Mientras se fueron, empezó a llover más y más fuerte. Empezó una auténtica tormenta: el viento soplaba con fuerza. caían rayos y un denso manto de lluvia. Un poderoso rayo cayó en la antena de la torre, sonando un trueno fortísimo. La torre no pudo aguantarlo, y...

-Una parte de la torre se desplomó – le ayudó Esteban. - Fuimos corriendo inmediatamente, contigo en brazos.

-Los encontramos, en medio de un amasijo de hierro. Seguían vivos, pero... -Drake no terminó la frase, y a cambio tomó aire. - Tu madre nos vio, cuando llegamos. Sonriendo, y con tranquilidad, dijo: “Sed felices, luchad por vuestros sueños, aunque aceche la muerte. Ojalá pudiera seguir, y ser una buena madre. Cuidad de ellos.” Tu padre sonrió. él estaba peor que Linda. Silbó una melodía, y Linda se le unió en la última nota. Cayó un rayo en ese momento, y cuando se apagó el resplandor, y se extinguió el trueno, ellos... tenían los ojos cerrados. Sonreían – Drake hacía un esfuerzo inhumano por no echsarse a llorar, y Esteban estaba tan frío y quieto como una estatua. Yo contuve una lagrima, pero seguía teniendo preguntas.

-¿Qué edad tenían cuando murieron?

-No más de treinta y cinco.

-¿Cómo eran?

-Eran personas estupendas, los dos unos auténticos artistas. Como los que ya no quedan. Te pareces a ellos. Tienes los ojos y el pelo de tu padre, pero te pareces más a tu madre. Sus gestos y su sonrisa eran como los tuyos. Ellos juntos formaban una sola persona, una hermosa persona. Tú eres como esa persona, Albus. Eres exactamente igual que lo que juntos formaban. - Drake hizo una pausa en la que se le escapó una lagrima. - No volvimos a París, hasta ahora. - Se le escapó una lágrima en el otro ojo. - Anda, ve con los demás. -

Le miré a los ojos, nos dedicamos una media sonrisa, y me fui corriendo a buscar a mis amigos.


No sabía si a los mayores les gustaría que les contara esto a Rick y los otros, pero me daba igual, porque lo iba a hacer igualmente. Seguí corriendo, y llamándolos a gritos. Ya temía haberme perdido, cuando Rick salio corriendo de una casa vieja y se paró en seco en mitad de la calle, mirándome.

-¿Pero qué pasa? ¿Estas bien? - me preguntó, entre sorprendido y asustado.

-Nada, estoy bien.

-Joder, gritabas como si hubiera salido un asesino de alguna de esas casas a descuartizarte -me reí ante la ocurrencia.- Sí, ríete, llega a salir y me hace una gracia... - me reía ya a carcajadas. Rick acabó por reírse y darme un puñetazo de broma en el hombro. Entonces apareció Clara, seguida de Tina, la que al verme sonrió tímidamente, escondiendo su sonrisa antes de mirarme a los ojos. Supongo que yo tendría cara de tonto en ese momento.

-Bueno, ¿pasa algo o no? - preguntó Clara, mirándonos a Rick y a mí.

-Eso quisiera yo saber – contestó Rick, aún de broma.

-No os preocupéis, pero es que os tengo que contar algo importante – les desaté la curiosidad a todos, y les conté lo que había hablado con Drake y Esteban.

-Entonces, tus padres... -dijo Clara. Desde luego, no se esperaba oír lo que acababa de contar.

-Sí – contesté, adivinando a lo que se refería – murieron hace más de diez años.

-Paul y Linda... - dijo Rick, sin terminar la frase.

-¡Cómo el de los Beatles! ¡Paul y Linda McCartney! - exclamó Tina,

-¿Estás diciendo que este -dijo señalándome a mí- es el hijo de un Beatle? - preguntó Clara, sorprendida.

-No, idiota, digo que se llamaban así en honor a ellos – le contestó Tina, y todos nos reímos, mientras Clara se ponía roja. - Bueno. Ya sabemos que es lo que les pasó a tus padres, Albus. Pero, ¿y a los nuestros, y a los de los demás? Tampoco sabemos nada de los padres de Jane, Drake, y... ¿Esteban?

-Esteban no puede tener padres, aunque tal vez su aspecto e incluso su personalidad estén basados en la de alguien, pero también deberíamos investigar sobre sus orígenes – comentó Rick. Le siguió Clara.

-A mí me empieza a hartar que nos oculten todo esto. ¿A qué esperan para contárnoslo?

-Quizás deberíamos preguntarles, sin dejarles otra alternativa que respondernos – propuse yo.

-¿Cuándo? - preguntó Tina por todos.

-Mmm... creo que esta noche es mejor que no. Cuando volvamos, no sé que es lo que iremos a hacer. Tal vez acampemos ahí mismo, y algunos estén dormidos. O pase al contrario.

-Entonces, ¿mañana? - propuso Clara.

-Sí. Mañana, cuando estemos todos juntos, haremos todas estas preguntas – contestó Rick. Hubo un breve silencio, que cortado por mí.

-Entonces, ¿aquí solo estabais vosotros tres?

-Sí. Los demás fueron por otro camino, y nosotros fuimos explorando la calle de casa en casa – contestó Clara a mi pregunta.

-La mayoría apenas tiene muebles, como si la ciudad entera se hubiera mudado de repente, hace muchos años – añadió Tina.

-Deberías probar a entrar en una, Albus, que se que te gusta explorar nuevos lugares. Con todo el abandono, el polvo, la oscuridad y las telarañas dan un miedo que te cagas – me propuso Rick. Cuanta razón tenía, ¡estaba deseando entrar!

No había gran cosa, pero curioseaba lentamente cada segundo que estaba allí, porque sabía que quedaba poco para que tuviéramos que volver. Me olvidé de mis amigos, y merodeé varios pisos disfrutando del silencio solo interrumpido por mis pisadas, curioseando viejos escritorios rotos, y rebuscando por todos los armarios, hasta que encontré algo en uno. Era la funda de un traje, o quizás un vestido. Abrí un con dificultad la oxidada cremallera hasta que esta se atascó. Miré en su interior con la poca luz que quedaba, y vi que era un vestido de color rojo. Volví a cerrar la cremallera, y lo dejé en el armario.

Bu! - di un pequeño bote, asustado, y con todos los músculos tensos.

-¡Vaya susto que me has dado, Tina! - le dije, algo molesto. Pero cuando me sonrió, se me olvidó todo lo demás.

-¿Qué hacías? - me preguntó.

-Pasaba por aquí, curioseaba ¿Y tú?

-Fastidiarte los planes – y soltó una risita tonta.

-¿Así que solo has venido por eso? - dije, fingiendo estar enfadado.

-No – iba a preguntarle a por qué había venido, sino, pero ella se puso más seria por un instante, mientras yo lo asimilaba. Claro que había venido por algo más. Los dos volvimos a sonreír, tímidamente. Me acerqué más a ella.

-Tina – le dije, con tono serio, pero sonriendo – te quiero. -

Ella sonrió aún más.

-Yo también, Albus. Te quiero. -

Le acaricié el brazo, subiendo hasta su pelo, y pasando a su mejilla. Le di un beso en la mejilla, y más por toda su dulce cara. Ella hacía lo mismo, hasta que en un momento dado, paramos, dándonos la mano. Nos miramos a los ojos, y finalmente, nos besamos. Nos abrazamos, y cerré los ojos. No quería ver, tan solo sentir que estábamos juntos. Sentándonos, apoyados en una pared, siguieron los besos.


Cuando volví a abrirlos, ya habíamos parado. Fue como si me hubiera despertado, y tal vez fuera exactamente eso. Todos esos besos habían sido como un sueño muy feliz, y tal vez el cansancio me había dejado dormido. Ella estaba dormida, reposando en mi hombro. Me percaté solo por casualidad de que ya no quedaba luz, al intentar buscar la sonrisa de su rostro dormido que seguro encontraría.

-Eh, Tina ¡No veo! - se despertó y nos empezamos a reír.

-Enciende tu linterna, que yo enciendo la miá.

-Tiene que ser tardísimo. Vámonos – dije. Ella encendió su linterna, y yo la mía un instante después. Vi su sonrisa, y me sentí muy feliz.

Volvimos de la mano todo el camino, contándonos nuestros pensamientos e inquietudes sobre dónde íbamos a parar, todo lo que me contaron sobre mis padres, y que ocurriría el día siguiente. Cuando llegamos, parecía que nos iban a echar una bronca por llegar tan tarde. Todos se habían acostado ya, menos ellos.

-¿Pero dónde os habíais metido? - dijo Jane, enfadada, hasta que se percató que íbamos de la mano. Nos soltamos rápidamente, muertos de vergüenza. Jane sonrió, como Drake y Esteban.

-Sera mejor que vayáis a dormir: hace falta que descanséis – asentimos con la cabeza, fuimos junto a los demás, y sacamos nuestros sacos de dormir, que pusimos juntos.

-Buenas noches - me dijo Tina

-Sueña con algo maravilloso – le dije. Sonrió, apagamos las linternas, y nos dimos un beso de buenas noches.

Cuando me tumbé, apenas tardé en dormirme. Pero me dio tiempo de pensar una última cosa. Mi madre había dicho “cuidad de ellos”, no de él.