sábado, 5 de junio de 2010

Historia sin nombre - Capítulo 15 - La Realidad

Era precioso. Solo se oía el piar de los pájaros y el apacible ruidito que hacía el viento moviendo la hierba y las hojas de los árboles. Subí corriendo a una colina entre los árboles y me tiré rodando por la hierba. Olía a tierra, y yo sonreía. Dejé de rodar al bajar la colina, y me quedé bocarriba, mirando el cielo de la mañana a través de las copas de los árboles. Sentía el tacto de la hierba en mis manos, era curioso. Así me quedé un rato, mientras me quedé adormilado. Un piano bellísmo comenzó a resonar en mi cabeza, y cuando la Valse se acabó, llegó Rick.

-Esto es maravilloso – le dije.

-¡He visto una ardilla!

-¿Una ardilla?¿Dónde? - me levanté de golpe, y nos metimos entre los árboles corriendo, en busca de ardillas. Era evidente que las íbamos a asustar, pero si corrían, al menos las veríamos. Y las vimos. Nos pareció maravilloso. Era la primera vez que veíamos un animal. Seguimos corriendo por el bosque, hasta que de repente, nos topamos con un gran muro. Un muro donde acababa el bosque, inmenso, y que continuaba hacia los cielos y hacia los dos lados. Rick y yo andamos pegados a este muro, hasta que subimos una colina alta, llena de trozos de ese muro, y pudimos ver con más claridad. El bosque llegaba hasta el horizonte. La muralla, también, pero esta se elevaba mucho más que el bosque.

-... Rick, es evidente que tú sabes tan poco como yo sobre esto, así qué... ¿dónde están los otros? - Rick tardó en responder. Tampoco sabía donde estaban.

-Pues... ¡ahí! - dijo, señalando a mi espalda.

Allí había un claro, y una cueva en la muralla. Por ahí habíamos salido con el tren. Corrimos hacia allí. Al bajar del tren nos habíamos emocionado tanto que no habíamos visto de donde salía el tren. Niyebe y Eudora estaban sentadas sobre unas piedras, al lado de las vías. Drake, Esteban, y Jane, estaban haciendo alguna reforma al tren, más cerca de la muralla. Drake nos atendió.

-Vaya, ¿ya habéis vuelto? Hay mucho bosque que explorar.

-¿Qué... es esa muralla? - preguntó Rick, jadeando.

-La ciudad – respondió Esteban tranquilamente, sin mirar. Jane seguía concentrada, y Eudora y Niyebe, a lo suyo. Yo me pregunté donde estaría Tina.

-¿Cómo que la ciudad? -tomé aire – Esa muralla no puede ser la ciudad.

-No, claro que esa muralla no es la ciudad; es la muralla que rodea a la ciudad.

-Pero... ¡tiene que ser enorme! - dijo Rick.

-Sí. Y, ¿por qué hay una muralla rodeando la ciudad?¿por qué no nos lo han dicho nunca? - seguí yo.

-¿Y cómo es que nunca nos habíamos dado cuenta?

-La muralla tiene sofisticados sistemas de camuflajes, para que no puedan verse desde la ciudad. Es más, si te acercas a ellas, efectos ópticos te hacen dar media vuelta mientras crees que sigues andando hacia delante. La muralla está ahí para que no se pueda salir al exterior. Y si está camuflada, es obvio que no os lo digan – Prosiguió Esteban.

-¿Para qué está ahí? - preguntó Rick, mientras yo escuchaba.

-Pues para que lo que esté dentro no salga, ni lo que esté fuera entre. Y no, su principal función no es protegernos de los animales de la naturaleza, sino evitar que nosotros salgamos fuera.

-¿Por qué nos privan de la naturaleza? - pregunté.

-Buena pregunta. Pues no lo sé, habría que buscar un gobierno al que preguntarle, ¿no? - siguió Drake.

-Drake, no seas idiota – le contestó Esteban. La cosa se ponía interesante – sabes perfectamente, que esa muralla está ahí no para protegeros del exterior, sino para proteger al exterior de vosotros.

-¿Qué? - Rick y yo no entendíamos nada.

-Esteban dice que somos un peligro para la naturaleza, que la degradamos y rompemos su equilibrio.

-Pero... ¿cómo íbamos a hacer eso? Estamos aquí y todo sigue como estaría antes – dije yo.

-Diablos, ¿qué os han enseñado en historia? ¡Eso es lo que no comprendéis! - Rick y yo, e incluso Esteban, nos preguntábamos a qué se refería - ¡Claro que vosotros no vais a hacerle nada a la naturaleza! Pero vosotros sois los primeros en salir de la ciudad en quien sabe cuanto tiempo, y estáis preparados para ello, todo está en el tren. Los demás, ¿lo harían? ¿Cómo acabaría esto si salieran de la ciudad miles de millones de personas?

-...Pero, Esteban, se les puede preparar para ello – contesté.

-No a todos les importaría tanto la naturaleza. Qué todos hicieran como nosotros requeriría mucho trabajo y esfuerzo por parte de ese gobierno aparentemente ausente. ¿No es más fácil dejar que, si de verdad se quiere disfrutar dela naturaleza, que se busque por sus propios medios? Suponiendo que lo consiguiera alguien, solo tendrían que encargarse de que no hicieran ninguna barbaridad. Es mucho más fácil esto, que dejar que salgan todos y tener que encargarse de ellos.

-Mirado así, tiene razón. Pero todo el mundo tiene derecho a ser libre y a ver la naturaleza – continuó Drake.

-Por eso hemos llegado hasta aquí. Si no fuera como yo he dicho, habrían puesto más obstáculos para evitar que saliéramos de la ciudad. No lo prohíben, solo lo ocultan. Y los que se hacen preguntas, lo descubren.

-Pero eso tampoco está bien. No deberían ocultarlo -dije.

-Pero es más fácil y eficaz. -

La conversación terminó. Rick y yo fuimos de nuevo a dar una vuelta por el bosque, siguiendo al principio el trayecto de las vías. Pasamos por el lado de Tina y Eudora. No pude evitar mirar a Tina, haciéndome sentir débil, porque me gustaba, estúpido, por que sabía que si intentara integrarme en su conversación no lo conseguiría, y triste, porque ella no me miró a mí. Pero no había olvidado la conversación, que siguió dando tumbos por mi mente junto a Tina durante ese paseo.


Habíamos curioseado, y encontrado diferentes especies de árboles. Yo los miraba sorprendido. La textura que tenían sus cortezas era algo completamente nuevo para mí, pero mis pensamientos no me dejaron sentirme en armonía con el entorno. Volvimos un rato más tarde. Para entonces, ya estaban todos allí.

Subimos al vehículo, y seguimos pedaleando una gran parte del día. Esteban ya había cogido plantas para hacer la comida. No, no comimos plantas, sino que la máquina transformaba esas plantas en cualquier comida. Comimos por esos métodos a partir de entonces.

Comimos poco después del mediodía, lejos ya de la ciudad. El día se estaba encapotando, cada vez habían más nubes. Es decir, tarde o temprano, iba a llover. Descansamos un buen rato, y volvimos a subir al tren. Pedaleamos mecánicamente, cada uno sumido en sus pensamientos. Yo estaba sumido en los míos, y acababa por ser de lo más deprimente. No podía dejar de pensar en Tina. No me interesaba nada más en ese momento. Para colmo, me sentía solo. No sabía de qué hablar. Tenía muchos temas de conversación para hablar, pero los demás también estaban sumidos en sus pensamientos. Pensé en todos los demás, y en música. Se me vino a la cabeza una canción: This Time Around, de Deep Purple. Estuve pensando en esa canción e imaginando algún solo adicional durante un buen rato. Pensé en eso y en libros. Hacía tiempo que no leía. Me acordaba de uno en concreto, el Guardián entre el Centeno. Me lo leí en el internado, después de que Rick desapareciera, y antes de conocer a Tina y a Clara. No podía dejar de pensar en Tina, como se puede ver. Cualquier acababa por hacerme pensar en ella. Pero volví a concentrarme en el libro, y me acordé de Sunny. La chica del vestido verde. Una puta de Nueva York, aquella ciudad tan antigua y sorprendente. Siempre quise que el libro hablara un poco más de ella. Holden tendría que haberle preguntado sobre su vida, o al menos, haberlo intentado. Aunque, de todas formas, comprendí que no lo hiciera. “Tal vez sea un poco directo preguntarle a una puta por su vida personal” pensaría Holden. Yo, la verdad, no estaba seguro de nada. No tenía ni la más remota idea de como viviría una puta, en el siglo XX. En mi época no hay, y en las clases de historia, no salen. Pero deberían salir esas cosas. Pensé que debería buscar información sobre ellas.

Así transcurrió casi todo el día. Nadie hablaba, pero no hacía falta. Estaba inmerso en el paisaje, que veía moverse vertiginosamente por la ventana, a la vez que mis pensamientos. Era como si hablara conmigo mismo. Dentro de mi cabeza, tenía una habitación con varias sillas, y personas sentadas en ellas, hablando. Siempre sonaba música, y la iluminación ideal era, siempre de madrugada, una tenue luz dada por algunas bombillas. Así solía ser mi cabeza, así debía estar. A veces se hacía el día, asqueroso y nublado, en el que ninguno sabía qué decir, y la música parecía que sobraba. Las cosas son así. La madrugada está separada del amanecer por apenas unas horas. Y a veces, uno no está preparado para que amanezca. Yo, casi nunca lo estoy. Mi cabeza siempre debería estar como esa habitación.

En ese momento, de hecho, estaba clareando. Las voces de mi interior empezaban a callarse, absortos en el crepúsculo del exterior de esa habitación. Es así como la estabilidad mental se deshace. Un momento de felicidad a menudo está separado por horas de otro momento opuesto. En este caso, Tina fue lo que me hundió, porque no podía dejar de pensar en ella. Pero no de la forma de antes. Ahora, pensar en ella me hundía, en vez de hacerme sonreír. Solo sentía que no la tenía.

La habitación de mi cabeza era como el tren. Nadie hablaba. Pero yo quería hablar. Lo necesitaba. Quedarse demasiado tiempo dentro de la cabeza puede ser peligroso si no estás preparado para el amanecer.

Pensaba que iba a pasar como siempre había pasado cuando estaba con los de mi clase, en el internado. Allí siempre hablaban ellos, y yo estaba excluido. Nadie me escuchaba, menos Rick. Por eso él sí fue mi amigo, y los demás no. Por eso siempre amanecía, menos cuando estaba con él. Él me daba la estabilidad emocional. Desde aquellos tiempos me agobio al estar en una conversación con mucha gente. Pero este no fue el caso.

No recuerdo como, surgió una conversación que se fue animando poco a poco, en la que yo participaba. No solo yo; todos. Todos hablábamos, todos formábamos una piña. El día mejoró notablemente para nosotros desde entonces. Pero fuera estaba lloviendo. Teníamos la esperanza de que dejara de llover por la noche, para dormir al aire libre.


Así fue. Al cabo del rato dejó de llover, y cuando quedaba poco para que se pusiera el sol, las nubes parecieron despejarse. No había llovido mucho, pero sí lo suficiente como para mojar la hierba y los bosques. En la mayoría de los árboles no habían hojas, pero estaban empezando a salir. Lo que hace la primavera. Nos bajamos del tren, todos muy cansados. Podríamos haber puesto tiendas de campaña, y deberíamos haberlo hecho. Pero, realmente, cenamos medio dormidos, y lo que hicimos fue poner los sacos de dormir en los lugares donde caímos rendidos, en un claro cerca de las vías, y meternos dentro. Seguía quedando un poco de claridad entonces, pero ya era casi de noche, y habían muchas estrellas. Más de las que yo había visto nunca.

Al principio quedó un poco de barullo, mientras poníamos los sacos, pero después todos se durmieron. Yo no, por supuesto. Aunque estaba reventado, no me hacía a la idea de dormir allí. Me quedé un rato intentando dormirme, pero desistí y me levanté. Ya era noche cerrada, y apenas veía nada. Me moví con cuidado, para no pisar a mis compañeros o hacer algún ruido y despertarlos. La luz de las estrellas me llevó al lugar donde sabía que acabaría yendo.

Tina estaba dormida. Me quedé un rato mirándola. Ojalá estuviera despierta y estuviera conmigo. Ahora me sentía solo. Había un silencio total, y junto a la oscuridad, me resultaba agobiante. Es curioso, como una paz tan completa puede a uno enervarle tanto. Pero al menos tuve suerte. El sueño venció al agobio. Se me caían los parpados a su lado, y cuando volví a mi saco dormir, me dormí rápidamente, pensando en ella.


Fue una noche incomoda. No creo que nadie durmiera bien. Me desperté en varias ocasiones, y al instante me acordaba de Tina, pero al cabo de un minuto me volvía a dormir, porque seguía estando muy cansado. También veía moverse un poco a los demás, en esos momentos. No estaban cómodos.

Lo gracioso, es que mientras dormitábamos, Esteban no estaba entre nosotros, y nadie se dio cuenta. ¿Cómo íbamos a pensar que alguien tendría que hacer el desayuno...?


Pasaba algo. No sabía el qué, pero me pilló dormido profundamente. Probablemente, en la parte de sueño más profunda de toda la noche. El caso es que estaba empezando a clarear y a llover, y nos estábamos despertando y recogiendo las cosas. No quería empezar el viaje, tenía sueño, estaba medio dormido, y los diálogos me llegaban a medias. No estaba preparado. Cuando me levanté, alguien recogió mi saco. Volví a ir donde me llevaban mis pensamientos. Tina seguía dormida. Me senté a su lado, y la miré, centímetros desde arriba. Acerqué mi cara a la suya.

Qué guapa estaba durmiendo, y qué extraño era todo. Se me cerraban los ojos, pero veía que su rostro estaba iluminado por la luz azul de cuando queda poco para el amanecer. No quería despertarla, quería que siguiera así, tranquila y en paz en sus sueños. Vi sus labios, tibios y finos. Era preciosa. Esa belleza me daba una sensación de tranquilidad que me llevaba al sueño... Pero miré otra vez. Quise darle un beso, y tuve miedo de dárselo. Mi cabeza cayó, lenta y suavemente, mis labios rozaron los suyos, y se pegaron a ella.

Se movió, intentando sentarse, sin apenas fuerza. Pero ese roce que nos unía continuó. Abrió los ojos, y parpadeó. Estaba demasiado dormida para comprender. La abracé, y el beso se rompió. La ayudé a levantarse, todavía abrazada a mi, y subimos al tren mientras nos caían algunas gotas desde el cielo. Nos sentamos en dos asientos, aún abrazados. No entendía lo que pasaba, pero me sentía bien, muy bien. Me volví a dormir.


Abrí los ojos. Ya había descansado suficiente; sabía que no se me iban a cerrar, que viese lo que viese, mis parpados no iban a caer de nuevo. El sol subía en el horizonte, encaprichado con iluminarnos a todos nosotros con la luz de la mañana.

Mientras, seguía abrazado a Tina. Me sentía extraño, pero muy bien. Acaricié su pelo con mis manos. Ella se despertó. Me abrazó, y nos quedamos así un rato, hasta que tuvimos consciencia de todo aquello que no eramos nosotros dos.

La mañana transcurrió perezosa. No entraré en detalles, porque no lo recuerdo bien. Tenía la cabeza en otra parte, porque pensaba en ella, y quería hablar con ella, pero no me atrevía, ya que no nos quedábamos a solas dentro del tren con todos los demás. En algún momento paramos para comer, pero tampoco era el momento. Además, dado que después de comer no hubo ninguna siesta, tampoco pude decírselo. Estuve evadido todo el día con Led Zeppelin sonando de fondo en mi cabeza, mientras las demás paranoias desfilaban en un primer plano. Hasta bien entrada la tarde. Jane y Drake estaban murmurando algo, pero solo yo me daba cuenta, porque los demás estaban a lo suyo. Solo se percataron de que algo ocurría cuando el tren empezó a frenar sin aparentes motivos al lado de una colina cubierta de hierba.

-¿Qué ocurre? - quiso saber, algo alarmado, Manau.

-Ahora lo veréis – contestó Jane. El tren abrió su capsula, y ella salió con agilidad hacia la cima de la colina, seguida por Drake, y por todos los demás. Tina y yo salimos los últimos. Nos miramos, como preguntándonos sin palabras que era lo que pasaba entre nosotros, o que nos íbamos a encontrar en de la colina. Hice un esfuerzo con mis cansadas piernas, y llegué donde todos los demás se habían quedado pasmados. No lo podía creer.

Hasta donde la vista alcanzaba, había en aquel paraje una ciudad antigua y destrozada. El sol estaba enfrente de nosotros, ocultado por nubes que tapaban su lento descenso. Los edificios, agrietados y rotos en su mayoría, habían sido invadidos por la naturaleza, y la ciudad había dejado de ser una ciudad para parecerse al bosque más extraño y maravilloso de todos. Las plantas cruzaban las calles, por el suelo y por el cielo. Se podía ver el brillo de un río, a lo lejos, y a su lado se encontraba una torre. Una torre que, a pesar de estar deteriorada, destacaba sobre toda la ciudad. La Torre Eiffel.

-París, a vuestros pies – dijo Esteban, como si fuera algo sin importancia, mientras nosotros no podíamos creerlo. Seguíamos anonadados e inmóviles.

-Pero, ¿qué hacemos en París? ¿Todavía existe? ¿Por qué está así?

-Albus, ¿cómo no va a existir si lo estás viendo? - respondió Esteban. Le divertía vernos así de sorprendidos.

-Estamos en París -siguió Drake- porque nos pilla de camino. La ciudad que todos conocemos se encuentra al noreste, y nosotros vamos hacia el sur. La ciudad está así de destrozada simplemente por el paso del tiempo, pero no sabría decirte de cuanto.

-¿Solo por el paso del tiempo? ¿Es que no hubo ninguna guerra?

-Tal vez las hubiera, pero te aseguro que si la guerra hubiera sido en París, ya no quedaría ni polvo.

-¿Es ese el Sena? ¿Dónde está Notre Damme? - preguntó Ithin, con inmensa curiosidad.

-Podemos ir, si queréis. - contestó Drake, para satisfacción de Ithin y de todos nosotros. Me moría de ganas por explorar la ciudad.

-Y de paso, un tour por todos los monumentos de la ciudad. ¿Pagáis con tarjeta o en efectivo? - añadió Esteban. Lo gracioso era que no teníamos ni idea de a qué se refería con aquello de pagar. El dinero en nuestra época debe de ser completamente diferente a el de antiguamente.

-Por favor, vamos a Paris – dijo Ithin, apoyada por todo lo que nosotros dijimos.

-Podemos cenar ahora, llevarnos los sacos de dormir, y pasar el resto de la tarde y la noche en la ciudad – propuso Jane.

-¡Sí! - respondimos todos, descoordinados, pero de acuerdo.

-Pero, ¿tenemos que cenar? ¿No podemos ir ahora? - Ithin sí que se moría de ganas por ir.

-Sí, claro. Luego os quejaréis porque tenéis hambre – le contestó Jane, con un enfado medio disimulado. Lo decía en broma, pero estoy seguro de que nos habría entrado hambre viendo la ciudad.

-Bueno, vale. Cenamos y vemos la ciudad. Pero rapidito, ¿vale?

-Eso – me sorprendió que lo dijera Tina. ¿Querría hablar conmigo sobre amor, un atardecer en París? Sería de lo más romántico, y me gustó la idea, aunque le tenía miedo. No sabía que le podía decir.

Esteban ya había bajado, y estaba preparando la comida. Es decir, los platos, cubiertos, y lo que sería la mesa, solo que en el suelo. Seguramente había mandado al ordenador del tren que preparara la comida desde lo alto de la colina. Yo me había quedado arriba, pero la mayoría había bajado a ayudar. Sabía que tardaríamos cinco minutos en empezar a comer, tan bien como sabía que los únicos que quedaban en la colina eramos Tina y yo. Finjí no saber eso último, absorto en Paris. Hasta que se me cruzó un cable.

-Hola, Tina – dije, intentando sonar tranquilo. Estaba nerviosísimo, y muerto de vergüenza.

-Hola , Albus – me respondió. Estaba igual que yo.

-Deberíamos hablar... ¿no? - empecé a temblar de la emoción, y me sentí como un idiota.

-Sí. - Los dos nos quedamos cayados, mirándonos a los ojos.

-Yo... me gustas, Tina. Mucho.

-Y tú a mi, Albus – podría haberme quedado más tranquilo, pero no. Me parece que me iba a dar un ataque de los nervios.

Ella dio un paso hacia mi, y yo uno hacia ella. Me quedé a 10 centímetros de sus labios.

-¡A cenar! - gritó Esteban, no sé si por nosotros.

Ella se quedó quieta, y yo dudé un momento. Le di un beso en los labios, fui feliz, y bajamos corriendo a cenar.


Nadie habló durante toda la cena. Comimos lo más rápido posible, todos llenos de alegre curiosidad y de emoción. Creo que en esos cinco minutos habían soñado tanto despiertos con París que no se habían ni percatado de que Tina y yo estábamos allí. Era ahora yo el que soñaba explorar París, los bosques de los edificios y los propios edificios en ruinas. Visitar los monumentos abandonados de la ciudad del amor, Tina y yo de la mano. Seguro que conseguíamos separarnos de los demás aunque solo fuera por un rato.

Los que terminaban de comer miraban a los demás con impaciencia, esperando a que terminaran. Cuando al fin esto ocurrió, guardamos todo a toda prisa y cogimos una mochila con algunas cosas y un saco de dormir cada uno. Echamos una carrera: el que llegara antes a Paris, ganaba.

Corrí hacia lo alto de la colina, y sin dudarlo, me eché a rodar hacia abajo. Después de dar unas mil vueltas, llegué por fin a algo llano. Debió de ser un parque en su tiempo, y debía de tener una plaza más adelante, como si fuera una entrada al parque. Yo solo veía una calle enfrente mía, cuyo asfalto se borraba en el suelo que iba hacia la colina. Con la torre Eiffel al fondo y el sol cayendo lentamente, corrí sin apenas mantener el equilibrio hacia aquella calle. Ganó Gael; sin mareos se corre mejor.

Todos nos quedamos quietos, sin aliento por la carrera y por los vestigios de tiempos quien sabe cuántos siglos atrás. Mirábamos alrededor, estupefactos y contentos por haber llegado hasta allí. Yo miré a Tina, y le dediqué mi sonrisa más sincera y feliz. Ella hizo lo propio.

-Ya estamos aquí. ¿Qué sugerís hacer? - preguntó Jane. Todo el mundo pensaba lo mismo, dar un paseo, perderse por las calles de París, y ver todos sus rincones.

-Perdernos por París – sugirió Niyebe.

-¡Sí! - Ithin estaba encantada con la idea. ¿Qué mejor forma hay de conocer una ciudad que perderse en ella?

-Bueno, y una vez nos perdemos, ¿cómo encontramos el camino de vuelta? - preguntó Gael, aguándonos la fiesta por unos instantes.

-No os preocupéis por eso, que estáis en buenas manos – respondió Drake. Recordé todas mis dudas y dudé lo de “buenas”. Aún así, confiaba en ellos.

-Soy un ordenador parlante y con piernas, recordadlo. Lo menos que podría hacer sería guardar mapas de la ciudad en mi memoria. - Esteban me estaba empezando a caer bien. Uno no suele esperar que un androide haga chistes.

-Oye, Esteban – dijo Jane- ¿Puedes hacer de guía turista? Drake y yo podemos ayudarte, de todas formas.

-¿Conocéis la historia de la ciudad? - pregunté. La historia no suele interesarme, pero a veces sí.

-Por supuesto. Bueno, marchando. Os cuento mientras nos movemos – empezó a andar, cogiendo aire, como quien va a empezar a dar un discurso, seguido por todos nosotros – La historia de París se remonta a tiempos muy ancianos, aunque supongo que los conoceréis, ya que son los únicos que se molesta el gobierno de enseñar. La ciudad la construyeron los celtas, alrededor del año 250 antes de Cristo...

Fue así como nos contó, a veces interrumpido por Drake y Jane, cómo llegaron los romanos y conquistaron la ciudad, cómo hicieron lo mismo otros pueblos, las numerosas guerras que aquí se batallaron durante siglos de historia, haciendo incapié en las de la Edad Media, la religión, la forma de ver la vida, la reforma católica, la matanza de San Basrtolomé, las monarquías, la revolución francesa, la república, los monumentos, y los edificios que quedaban de la ciudad. Mientras tanto, pasamos por montones de calles, internándonos en el interior de la ciudad, y el sol seguía decayendo lentamente; faltaba media hora que el sol se pusiera. Yo, mientras, andaba perdido entre mis pensamientos, lo que nos contaban de la ciudad, y mis ganas propias de un explorador de entrar en cualquiera de esos edificios, tanto en buen como en mal estado, e investigar que albergaban en su interior.


Cuando se puso el sol, estábamos en la antigua avenida de los Campos Eliseos, convertida ahora en un bosque en el que destacaba al fondo el Arco del Triunfo. Diez minutos tardamos en llegar hasta dicho monumento, y vimos los antiguos relieves deteriorados, y la piedra agrietada y vieja. No obstante, estas características le daban al arco una extraña belleza en conjunto con el atardecer de la que no gozaba cuando estaba en buen estado. París, la ciudad de la luz, no tenía una sola bombilla encendida, y el sol ya se había escondido.

-He aquí el Arco del Triunfo, aunque poco victorioso. Creo que se puede apreciar a simple vista que tuvo tiempos mejores – comentó Esteban.

-Pues a mí me gusta más así – pensé, en voz alta.

-¿En serio? - preguntó Drake. Todos me miraban. Había dicho algo extraño, ahora tendría que explicarme.

-Eh... sí. Me gusta más el aspecto que tiene el arco y la ciudad así, abandonada y salvaje, con la poca luz que queda después de que se ponga el sol, con algunas nubes por el cielo, y con un viento que no sopla muy fuerte pero es frío. Me recuerda... - me di cuenta de lo que estaba a punto de decir, y dejé de hablar. No me pareció que debiera contarselo a todos. La mayoría parecía más o menos interesada, Rick me miraba sonriendo un poco, con curiosidad, a los ojos, pero con una curiosidad diferente a la de Tina. Ella miraba con una curiosidad de quien quiere conocerme más, y Rick con la de quien conoce a un amigo y comprueba que la persona en cuestión sigue pudiendo decir cosas que le parecen bellas. Los mayores estaban atentos, pero Gael y Manau me miraban entre extrañados y sorprendidos. Supongo que será porque no nos conocíamos mucho.

-¿A qué? - preguntó Rick, con la misma amable curiosidad.

-A sueños, a pensamientos, a canciones y a libros. Este lugar... es como un cuadro del paisaje de mi mente al pensar en esas cosas. Me encanta este lugar, es maravilloso. Es como si mi mente ya no solo estuviera en mi cabeza, sino también a mi alrededor – sorprendí un poco a todos, diciendo esto. Rick me sonrió más, como Tina, y los demás en general. Los mayores estaban sorprendidos, no se esperaban que dijera algo así. Tal vez había dicho algo relacionado con todo aquello que no nos habían contado, pero no podía saberlo. Gael y Manau siguieron pasmados un momento, y entonces les entraron ganas de reír. Lo que dije les pareció tan raro que al principio se sorprendieron, y después rieron ante la rareza de la situación. O eso es lo que quise pensar, porque sino se estarían riendo de mí. Continué.

-¿Y veis la torre Eiffel, con grandes trozos de su metal desprendido, dejando de ser una torre para caer poco a poco al suelo, como si fuera el ejemplo de “todo lo que sube, tiene que bajar”? Es la cumbre de todo lo que he contado, el adorno final – me interrumpí a mi mismo, y miré a Jane, Drake, y Esteban - ¿Por qué está así? ¿También ha sido el paso del tiempo?-

Hubo un breve silencio, que más tarde sabría como interpretar.

-Sí – respondió Drake – la humedad oxida el hierro, y si no hay nada ni nadie que lo reponga, la estructura se deteriora.

-Bueno, vamos a dar una vuelta, ¿vale? - preguntó Ithin, junto a Niyebe. También yo quería explorar la ciudad sin tantas personas a mi alrededor.

-De acuerdo. Pero volved cuando no quede nada de luz. Tenéis linternas, por si acaso – les respondió Jane. Drake y Esteban no se movieron, y todos se dispersaron, excepto yo. Quería saber más sobre lo que le ocurrió a la torre Eiffel, y Drake pareció darse cuenta.

-Ten en cuenta además el efecto del viento, de los rayos, y de quien sabe más. Pero la culpable es la naturaleza, como en toda la ciudad, Albus, esta vez no hemos sido los humanos los que...

-Drake – le interrumpió Esteban, seco y duro. - Ya basta, tiene derecho a saberlo -

Ahora comprendí el silencio anterior. Drake me había ocultado algo.

-¿Es que sí que fueron los humanos? - pregunté, frío. Drake miró a Esteban, después al suelo, y a continuación a mis ojos.

-No, fue la naturaleza. Las causas han sido las que te expliqué, pero ocurrió algo más – hubo un breve silencio en el que Drake y Esteban se miraron, y Esteban asintió. - Albus... tu llegaste a ese internado por algo. Es decir, sino, hubieras vivido con tus padres. ¿Sabes algo de ellos?

-No. Nada. – respondí, sorprendido. No me esperaba aquello. Se volvieron a mirar.

-Tus padres... se llamaban Paul y Linda. Estaban completamente enamorados: se amaban de verdad. Eran una pareja increíble, como si el uno complementara al otro, y fueran juntos una sola mente soñadora, rebosante de imaginación. Les gustaba mucho la música, como a ti. Pero ellos también la tocaban: tu padre sabía tocar muy bien la guitarra, y se defendía con cualquier instrumento de cuerda. Incluso se atrevía con el piano. Pero la que de verdad sabía tocar bien el piano era tu madre. Y no solo el piano: Linda tocaba el saxofón tenor, el de jazz. También cantaban, pero me estoy yendo por las ramas, Albus. Tú tenías tres años, y Jane y yo teníamos tu edad. Estábamos en París, como ahora... pero era todo distinto. Deberíamos contároslo todo ya. Al igual que estáis vosotros aquí, con nosotros, Jane y yo estuvimos con Esteban, y vuestros padres y los nuestros. Te prometo que os lo contaremos, Albus, pero ahora no es el momento.

-Es algo que incumbe a todos. Contártelo solo a ti sería traicionar a los demás – añadió Esteban. Me moría de curiosidad por saber que es lo que tenían que contarnos sobre eso, pero asentí, y dejé a Drake continuar.

-Estábamos en los Campos de Marte. Te dejaron con nosotros, y se fueron a dar una vuelta. Ellos eran así, tenían un sentido muy profundo de lo romántico. Fueron a la Torre Eiffel, mientras lloviznaba un poco. Mientras se fueron, empezó a llover más y más fuerte. Empezó una auténtica tormenta: el viento soplaba con fuerza. caían rayos y un denso manto de lluvia. Un poderoso rayo cayó en la antena de la torre, sonando un trueno fortísimo. La torre no pudo aguantarlo, y...

-Una parte de la torre se desplomó – le ayudó Esteban. - Fuimos corriendo inmediatamente, contigo en brazos.

-Los encontramos, en medio de un amasijo de hierro. Seguían vivos, pero... -Drake no terminó la frase, y a cambio tomó aire. - Tu madre nos vio, cuando llegamos. Sonriendo, y con tranquilidad, dijo: “Sed felices, luchad por vuestros sueños, aunque aceche la muerte. Ojalá pudiera seguir, y ser una buena madre. Cuidad de ellos.” Tu padre sonrió. él estaba peor que Linda. Silbó una melodía, y Linda se le unió en la última nota. Cayó un rayo en ese momento, y cuando se apagó el resplandor, y se extinguió el trueno, ellos... tenían los ojos cerrados. Sonreían – Drake hacía un esfuerzo inhumano por no echsarse a llorar, y Esteban estaba tan frío y quieto como una estatua. Yo contuve una lagrima, pero seguía teniendo preguntas.

-¿Qué edad tenían cuando murieron?

-No más de treinta y cinco.

-¿Cómo eran?

-Eran personas estupendas, los dos unos auténticos artistas. Como los que ya no quedan. Te pareces a ellos. Tienes los ojos y el pelo de tu padre, pero te pareces más a tu madre. Sus gestos y su sonrisa eran como los tuyos. Ellos juntos formaban una sola persona, una hermosa persona. Tú eres como esa persona, Albus. Eres exactamente igual que lo que juntos formaban. - Drake hizo una pausa en la que se le escapó una lagrima. - No volvimos a París, hasta ahora. - Se le escapó una lágrima en el otro ojo. - Anda, ve con los demás. -

Le miré a los ojos, nos dedicamos una media sonrisa, y me fui corriendo a buscar a mis amigos.


No sabía si a los mayores les gustaría que les contara esto a Rick y los otros, pero me daba igual, porque lo iba a hacer igualmente. Seguí corriendo, y llamándolos a gritos. Ya temía haberme perdido, cuando Rick salio corriendo de una casa vieja y se paró en seco en mitad de la calle, mirándome.

-¿Pero qué pasa? ¿Estas bien? - me preguntó, entre sorprendido y asustado.

-Nada, estoy bien.

-Joder, gritabas como si hubiera salido un asesino de alguna de esas casas a descuartizarte -me reí ante la ocurrencia.- Sí, ríete, llega a salir y me hace una gracia... - me reía ya a carcajadas. Rick acabó por reírse y darme un puñetazo de broma en el hombro. Entonces apareció Clara, seguida de Tina, la que al verme sonrió tímidamente, escondiendo su sonrisa antes de mirarme a los ojos. Supongo que yo tendría cara de tonto en ese momento.

-Bueno, ¿pasa algo o no? - preguntó Clara, mirándonos a Rick y a mí.

-Eso quisiera yo saber – contestó Rick, aún de broma.

-No os preocupéis, pero es que os tengo que contar algo importante – les desaté la curiosidad a todos, y les conté lo que había hablado con Drake y Esteban.

-Entonces, tus padres... -dijo Clara. Desde luego, no se esperaba oír lo que acababa de contar.

-Sí – contesté, adivinando a lo que se refería – murieron hace más de diez años.

-Paul y Linda... - dijo Rick, sin terminar la frase.

-¡Cómo el de los Beatles! ¡Paul y Linda McCartney! - exclamó Tina,

-¿Estás diciendo que este -dijo señalándome a mí- es el hijo de un Beatle? - preguntó Clara, sorprendida.

-No, idiota, digo que se llamaban así en honor a ellos – le contestó Tina, y todos nos reímos, mientras Clara se ponía roja. - Bueno. Ya sabemos que es lo que les pasó a tus padres, Albus. Pero, ¿y a los nuestros, y a los de los demás? Tampoco sabemos nada de los padres de Jane, Drake, y... ¿Esteban?

-Esteban no puede tener padres, aunque tal vez su aspecto e incluso su personalidad estén basados en la de alguien, pero también deberíamos investigar sobre sus orígenes – comentó Rick. Le siguió Clara.

-A mí me empieza a hartar que nos oculten todo esto. ¿A qué esperan para contárnoslo?

-Quizás deberíamos preguntarles, sin dejarles otra alternativa que respondernos – propuse yo.

-¿Cuándo? - preguntó Tina por todos.

-Mmm... creo que esta noche es mejor que no. Cuando volvamos, no sé que es lo que iremos a hacer. Tal vez acampemos ahí mismo, y algunos estén dormidos. O pase al contrario.

-Entonces, ¿mañana? - propuso Clara.

-Sí. Mañana, cuando estemos todos juntos, haremos todas estas preguntas – contestó Rick. Hubo un breve silencio, que cortado por mí.

-Entonces, ¿aquí solo estabais vosotros tres?

-Sí. Los demás fueron por otro camino, y nosotros fuimos explorando la calle de casa en casa – contestó Clara a mi pregunta.

-La mayoría apenas tiene muebles, como si la ciudad entera se hubiera mudado de repente, hace muchos años – añadió Tina.

-Deberías probar a entrar en una, Albus, que se que te gusta explorar nuevos lugares. Con todo el abandono, el polvo, la oscuridad y las telarañas dan un miedo que te cagas – me propuso Rick. Cuanta razón tenía, ¡estaba deseando entrar!

No había gran cosa, pero curioseaba lentamente cada segundo que estaba allí, porque sabía que quedaba poco para que tuviéramos que volver. Me olvidé de mis amigos, y merodeé varios pisos disfrutando del silencio solo interrumpido por mis pisadas, curioseando viejos escritorios rotos, y rebuscando por todos los armarios, hasta que encontré algo en uno. Era la funda de un traje, o quizás un vestido. Abrí un con dificultad la oxidada cremallera hasta que esta se atascó. Miré en su interior con la poca luz que quedaba, y vi que era un vestido de color rojo. Volví a cerrar la cremallera, y lo dejé en el armario.

Bu! - di un pequeño bote, asustado, y con todos los músculos tensos.

-¡Vaya susto que me has dado, Tina! - le dije, algo molesto. Pero cuando me sonrió, se me olvidó todo lo demás.

-¿Qué hacías? - me preguntó.

-Pasaba por aquí, curioseaba ¿Y tú?

-Fastidiarte los planes – y soltó una risita tonta.

-¿Así que solo has venido por eso? - dije, fingiendo estar enfadado.

-No – iba a preguntarle a por qué había venido, sino, pero ella se puso más seria por un instante, mientras yo lo asimilaba. Claro que había venido por algo más. Los dos volvimos a sonreír, tímidamente. Me acerqué más a ella.

-Tina – le dije, con tono serio, pero sonriendo – te quiero. -

Ella sonrió aún más.

-Yo también, Albus. Te quiero. -

Le acaricié el brazo, subiendo hasta su pelo, y pasando a su mejilla. Le di un beso en la mejilla, y más por toda su dulce cara. Ella hacía lo mismo, hasta que en un momento dado, paramos, dándonos la mano. Nos miramos a los ojos, y finalmente, nos besamos. Nos abrazamos, y cerré los ojos. No quería ver, tan solo sentir que estábamos juntos. Sentándonos, apoyados en una pared, siguieron los besos.


Cuando volví a abrirlos, ya habíamos parado. Fue como si me hubiera despertado, y tal vez fuera exactamente eso. Todos esos besos habían sido como un sueño muy feliz, y tal vez el cansancio me había dejado dormido. Ella estaba dormida, reposando en mi hombro. Me percaté solo por casualidad de que ya no quedaba luz, al intentar buscar la sonrisa de su rostro dormido que seguro encontraría.

-Eh, Tina ¡No veo! - se despertó y nos empezamos a reír.

-Enciende tu linterna, que yo enciendo la miá.

-Tiene que ser tardísimo. Vámonos – dije. Ella encendió su linterna, y yo la mía un instante después. Vi su sonrisa, y me sentí muy feliz.

Volvimos de la mano todo el camino, contándonos nuestros pensamientos e inquietudes sobre dónde íbamos a parar, todo lo que me contaron sobre mis padres, y que ocurriría el día siguiente. Cuando llegamos, parecía que nos iban a echar una bronca por llegar tan tarde. Todos se habían acostado ya, menos ellos.

-¿Pero dónde os habíais metido? - dijo Jane, enfadada, hasta que se percató que íbamos de la mano. Nos soltamos rápidamente, muertos de vergüenza. Jane sonrió, como Drake y Esteban.

-Sera mejor que vayáis a dormir: hace falta que descanséis – asentimos con la cabeza, fuimos junto a los demás, y sacamos nuestros sacos de dormir, que pusimos juntos.

-Buenas noches - me dijo Tina

-Sueña con algo maravilloso – le dije. Sonrió, apagamos las linternas, y nos dimos un beso de buenas noches.

Cuando me tumbé, apenas tardé en dormirme. Pero me dio tiempo de pensar una última cosa. Mi madre había dicho “cuidad de ellos”, no de él.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Historia sin nombre - Capítulo 14 - El Caballo de Hierro

Llovía. La interminable tormenta tal vez fue lo que nos despertara, o tal vez Rick, cuya única intención había sido, en un principio, entrar y vestirse, curioseando por la puerta. El caso, es que a sobre las 10 me desperté, mientras ella seguía dormida, con una carita tan feliz en su rostro que me daba gusto solo de verla. Y yo pensaba que había dormido más de una vez con alguien al lado, incluso con ella. Pero nunca me había hecho sentir tan bien. En aquel momento, me sentía completo, y feliz, muy feliz. Era evidente que me gustaba.
Y pensar en el hecho de que me gustase alguien me hizo mirar al pasado, al pasado de cuando estaba en el internado. Tendría 6 o 7 años. Rick era ya mi mejor amigo, pero le conocía poco. Las habitaciones eran diferentes, estaban llenas de juguetes, y hacíamos muchos juegos. Me llevaba bien con la clase. En verdad, todo lo que recordaba de esa época me parecía bonito. Luego todo cambió. Y además, literalmente, en el sentido de la frase. Los demás niños se iban haciendo mayores precipitadamente, como si quisieran ser mayores. Ya jugaban a ser adultos. Yo ni me planteé que quería hacer de mayor, o si quería crecer. Realmente, Rick y yo fuimos lo que menos cambió en todo este tiempo. Por eso los demás nos empezaron a caer mal, y viceversa. Y estuve pensando en qué habíamos cambiado. Evidentemente, habían llegado las hormonas. No estábamos tan salidos como otros de la clase, y nuestra forma de pensar, de ver las cosas, tampoco había cambiado mucho. Solo que ahora era algo más oscura, y completa, y nos pasábamos más tiempo razonando las cosas. No es que necesitásemos ahora saber el por qué de las cosas, por que de niño también lo habíamos hecho. Solo que ahora, cuando en la infancia nos habríamos quedado con ganas de saber la última parte, la entendíamos. Esa era la parte oscura, la que había cambiado en el razonamiento. La infancia es una verdad a medias; una mentira completa, genial y absoluta, en la que éramos felices, aunque tuviéramos problemas. Una mentira que desembocaba en la adolescencia. Me habría gustado que fuera más larga.
Pero había acabado. Las hormonas y las verdad completa que queríamos saber de niños la habían desterrado. En el fondo, esa curiosidad de niños es lo que se supone que coincide en el adulto como en el niño. Es lo que al niño le conduce a la adolescencia, y cuando se hace adulto y pierde esa curiosidad, se va volviendo de lo más tonto y aburrido. Así que, la curiosidad nos llevó a dos cosas, a las hormonas, y a complementar los razonamientos y la curiosidad con las cosas más oscuras que te ocultaban en la infancia.
“You'll be all alone when animals cry. All by yourself inside infancy's lie.”, dijo Jim Morrison, el cantante de The Doors, alguna vez. No entiendo bien que es lo que dice, pero suena bien.
Pero dejaré de filosofar. En este momento pensé que debería escribir esto después de hacer todo lo que teníamos que hacer por la tarde, y volví mi mente al pasado de nuevo.
Hubieron unos días en los que Rick había estado castigado sin salir a los patios porque había se había peleado con algún chico. Si os preguntáis como caben varios patios en un solo rascacielos, tiene fácil respuesta; uno encima de otro y luz artificial. Los únicos naturales eran los de las azoteas. Por aquel entonces, nuestras habitaciones estaban en los pisos mas bajos, y solíamos salir al patio a jugar muchas tardes.
Aunque me llevaba bien con los demás, sin Rick me sentía solo, y me faltaba algo. Estuve dando vueltas un rato, hasta que terminé por sentarme en un banco. Miré a mi alrededor, y encontré otro banco. En él estaba sentada una chica. Claro, yo me pasé un buen rato mirándola. Tal vez fue la primera chica que me gustó. Al cabo del tiempo, ella se dio cuenta de que estaba allí, mirándola. Ahora, si tuviéramos esta edad, yo habría cesado de mirarla, avergonzado, y ella, entre avergonzada y enfadada, miraría a otro lado. Pero eramos niños, y eso lo cambiaba todo. Ella se quedó mirándome, y yo seguí mirándola, hasta que me levanté y me senté a su lado.
Estuvimos toda la tarde así. Al rato, empezamos a hablar. Yo le conté por qué estaba allí. Y ella, después, me dijo que no tenía amigos.
-¿Que no tienes amigos?
-No sé... todos son tontos.
-Sí, un poco... Mi mejor amigo es Rick. Pero en verdad no tengo más.
-Yo no tengo ninguno.
-¿Puedo ser tu amigo? - Recuerdo perfectamente como me miró. Sus ojos ámbar habían mirado a casi todos lados durante esa conversación. Pero en ese momento, los clavó en los míos, con una sonrisa de ilusión.
-¿De verdad?
-De verdad.
-Sí. ¡Tú serás mi primer amigo!
-¡Y tú mi primera amiga!
Estuvimos hablando un rato más, pero llegó la hora de despedirse. Quedamos en el mismo sitio y a la misma hora, para el día siguiente. Ya estaban llegando los tutores a por nosotros. Por entonces nos hacían dormirnos muy temprano, y estábamos más controlados. Vi cómo se alejaba su corta melena, y quería seguirla. Pero mi tutor ya había entrado en el patio.
Cuando llegué a mi habitación, decidí que no le contaría nada de esto a Rick. Sería mi pequeño secreto. Me dormí pensando en ella, y cuando me desperté, estuve todo el día esperando a que llegara el momento. Pero, cuando llegó, ella no estaba. Me pasé toda la tarde esperándola. Así, casi todos los días siguientes.
Cuando Rick dejó de estar castigado, me costaba escabullirme para ir a esperar a que ella viniera, pero aún así, lo hacía, decidido a no contárselo. Pasaron más días, y empecé a pensar que me había enamorado de ella. Cuántos más pasaban, menas tardes iba a esperarla. Pero, cuando me acordaba de ella, iba, aunque sabía que ella no iba a venir. La última vez que fui, fue una tarde muy triste, en la que lloré mucho, y en la que me puse a recordar. Y cuando la recordé, bajé inmediatamente decenas de pisos hasta aquel piso. No pensaba que iba a encontrarla, no tenia ninguna esperanza de que la volviera a ver. Pero fui. Tal vez por que no tenía nada que perder, no sé, no me lo planteé.
Los niños me miraban raro. Ciertamente, era un extraño allí. ¿Qué podría hacer yo aquí? Ellos pensaban que era mejor jugar con los chicos mayores. Pero, con mi cara de tristeza, no se atrevieron a preguntar. Solo uno, un chico de unos 7 años. Le contesté a duras penas que estaba esperando, que había quedado allí con otra persona, y cuando se fue, hundí la cabeza. Vinieron los tutores a por los chicos, y salí con ellos del patio. Subí a mi habitación, y terminé los deberes. Fui a ducharme tarde, como de costumbre. Y tardé una eternidad, para variar. Al salir, vi a una chica. Tenía las piernas bonitas, y por pensar esto, casi me da un buen guantazo. Sí, claro que esa chica era Tina. Pero era Tina, la chica que estaba al otro lado de la cama, no la otra chica, de la que no sé nada. No miraban igual.
Tanto pensar en el pasado me hacía echarlo de menos, aunque después fuera muy duro [...]

Estábamos tan cerca que nuestras caras se rozaban, sin tener en cuenta en qué almohada tendrían que estar. Y yo no sabía que hacer... Habría que levantarse y preparar todo ¿no? Únicamente, quería con todas mis ganas abrazarla. Pero, ¿que pasaría si se despertase? A lo mejor me abrazaba ella a mí, como si me daba un guantazo. Me moví un poco, apenas unos centímetros, pero ella abrió los ojos, clavados en los míos. Se acercó un poco más... y se incorporó, para sentarse en la cama.
-Buenos días -dijo.
-¿Con el tormentón que hace?
-Sí.
-Está bien. Buenos días – me callé, y me quedé mirándola, atontado.
-Deberíamos ir a desayunar, terminar de preparar las cosas por ahí abajo, y preparar nuestro equipaje.
-Sí, pero hay que empezar por hacer las camas. ¿Y qué pasa con la mansión?
-Pues... hoy no da a tiempo a terminarla. Ahora no vamos a recoger todo eso, no hay tiempo, si acaso luego.
-¿Recogerla? Yo tengo otra idea. ¿Por qué no nos la llevamos a donde vayamos? Con dos cajas llenas de piezas, que podemos seleccionar, nos iría de perlas.
-Vale. Se supone que en el equipaje podemos llevar lo que queramos, así que no hay problema.
-Tengo curiosidad. Quiero saber que hay fuera, donde vamos. -le dije, cambiando de tema como cambiaban mis pensamientos.
-¿Qué puede haber fuera?¿Bosque, montaña, mar, prado?¿Crees que Jane y los otros lo saben?
-Saben más de lo que dicen, pero eso no lo saben, no pueden saberlo. Solo pueden fijarse del clima, y eso indica que estamos en la zona templada. Con la historia, se podría saber más exactamente, pero no sé...
-Bueno, no te preocupes. Ya queda poco.
-Vamos a desayunar.
Fue un día de lo más ajetreado. Pusimos el colchón de nuevo en su sitio, y estuvimos abajo gran parte del tiempo, dándole los últimos retoques al “tren”, ordenando todos los trastos que habíamos dejado a lo largo del tiempo, limpiando el polvo y los restos de piedra de las excavaciones... Ya la habíamos unido al otro túnel. Estaba muy oscuro y olía raro. No se veía nada, y daba algo de miedo. No me gustó nada estar allí cuando estábamos instalando las vías. Pero finalmente las instalamos, ya unos días atrás. Cuando terminamos con esas cosas, a mediados del atardecer, nos centramos en el equipaje. Nos dijeron que nos lleváramos ropa de todo tipo, y con razón, por que no sabíamos a donde íbamos a llegar. Ya habíamos decidido lo que nos íbamos a llevar para montar el campamento. Sobretodo lo habían decidido los mayores, que entendían más del asunto. No sé muy bien que estaban tramando, tal vez fuera una sorpresa.
Yo ya le había dicho a Drake que me iba a llevar los legos a donde demonios fuéramos, y él aceptó, riéndose.
-No pensé que te fueras a enganchar tanto y tan rápido – me dijo.
Y claro, estábamos todos muy nerviosos. Teníamos que levantarnos temprano al día siguiente para empezar el viaje. Y no nos podríamos dormir, claro que no. Afortunadamente, el ajetreo cansa.
La ducha y la cena estuvieron llenas de ensoñaciones. Y cuando terminamos, fui a mi habitación a escuchar música, y a escribir todo esta parte del capítulo. Cuando Rick llegó, lo único que hice fue bajar el volumen. Cuando terminé, media hora después, casi a la medianoche, me caía de sueño. Apagué el ordenador, lo metí en la maleta, junto a las pocas cosas que realmente eran mías, y la ropa que había cogido de esa casa, desde bañadores, hasta abrigos. Al meterme en la cama y apagar la luz, sentí una extraña sensación. Iba a tardar en acostarme allí de nuevo hasta la próxima vez. Ya había dejado atrás mi primer hogar. Ahora iba a ser la segunda.

Se abrió la puerta de nuestra habitación. La única luz que había en toda la casa era la del salón. Drake entró en el cuarto y nos despertó a Rick y a mí. Yo me levanté en cinco segundos, porque sabía, por costumbre del internado, que si tardaba más de eso, me costaría mucho más levantarme. Rick tardó un poco más en despejarse, pero finalmente se levantó.
-¿Ya es la hora? ¿No podemos irnos más tarde?
-No, de momento hay que levantarse y acostarse temprano -dijo Drake, asustándonos- hasta que lleguemos. - Suspiré, aliviado.
-¿Por qué? No le veo utilidad. Aún no debe de haber amanecido... - le contestó Rick.
-Por que en la naturaleza hay que moverse con la luz. En la noche, no somos nadie, debemos descansar, y montar un sistema de alarma por si acaso.
-Por si acaso... ¿qué?
-Rick, no sabemos que hay fuera. No sabemos cuales pueden ser los animales, ni cuales los peligros.
-¿Y habrá que montar guardia por la noche?
-No, -dijo Drake, haciendo una pausa para reírse un poco- no te preocupes, de eso se encarga Esteban, que no necesita descansar tanto como nosotros.
-Y cuando lleguemos, ¿por qué no vamos a seguir haciendo guardias ni nada de eso?
-Por que no estaremos tan a la intemperie. Montaremos un buen campamento, y no dormiremos todos al lado del tren – y ahora, yo, que había estado escuchando toda la conversación sin mediar una palabra, pregunté.
-Drake, ¿dónde vamos?
-No lo sabremos realmente hasta que lleguemos. Pero sí, tenemos un rumbo, aunque queremos que sea una sorpresa. -
No dije nada más. Rick bajó de la litera, y nos estuvimos preguntando que demonios habría querido decir con eso. La sorpresa... ¿sería buena?¿No nos habríamos metido en la boca del lobo?.
Salimos de la habitación, llevando ya las maletas -y las cajas de lego con la mansión- al salón, dejando las camas deshechas.
Fui al cuarto de baño, y después, al salón a desayunar, con los demás. Estábamos todos algo atontados, medio dormidos. Cuando nos dijeron que nos levantaríamos temprano, habíamos pensado sobre las 8 o más tarde. Pero era aún más temprano que cuando me despertaba yo en el internado. Apenas estaba clareando...
Aunque no tenía mucha hambre, desayuné más que los demás, porque aquí podía desayunar sin seguir un estricto horario, como en el internado. Así que desayuné un buen tazón de cereales y unas tostadas con mermelada. Y cuando terminé, el último, recogimos la mesa, pusimos lo que había encima en una bandeja, y se lo pasamos a Mary por el ascensor. Mientras se iba y volvía, cogimos el equipaje, y esperamos delante de la puerta del ascensor. Toda la casa estaba ya a oscuras. Seguía lloviendo. El ascensor subía...
Las puertas se abrieron. Una luz resplandeciente salia del ascensor, y dejó la habitación azulada, como cuando estás en el ordenador a oscuras. Empujamos las maletas y cajas hacia dentro, y después entramos nosotros. Había utilizado muchas veces el ascensor para bajar a la estación. Pero esta era la más emocionante. Cuando se cerraron las puertas del ascensor, sentía que íbamos hacia la aventura, como si esta vida fuera un libro. Volvía a sonar la misma canción del día cuando llegué. Pero ahora la reconocí, era Shine on You crazy Diamond.
-El tren se llamará “El Caballo de Hierro” -dijo Drake, ilusionado. -Como los trenes de carbón de las viejas películas.

Ya abajo, montamos todo el equipaje en la parte de atrás del único vagón que formaba el tren. Las paredes y la puerta que hacían de maletero, estaban hechas de un material plástico que era ligero a la vez que resistente, al igual que la parte de adelante, que era una cápsula en la que había asientos en su interior. El ordenador y los sistemas estaban entre el maletero y esa cápsula. Por lo visto, en esos sistemas, llevábamos una sofisticada máquina capaz de hacer casi cualquier comida a partir de materia orgánica. Suena a chisme raro, y lo es, pero se basa en principios muy simples; todo lo vivo está formado aproximadamente por los mismos tipos de moléculas. Una vez sabe de que moléculas se forman los alimentos, solo tiene que obtenerlas a partir de otras cosas para obtener el alimento deseado. Y luego, cocinarlos, pero al parecer eso era lo de menos.
Yo no me lo podía creer. Aquello parecía de ciencia ficción, pero había que tener en cuenta dos cosas, se basa en un principio simple, y no sabía en qué año estábamos. Según Esteban, Mary la utilizaba en la ciudad para cocinar, pero realmente, los alimentos se encontraban en cualquier sitio, y no hacía falta transformarlos a no ser que se quisiera algo muy concreto. Supuse que nos llevaríamos otras cosas geniales que necesitábamos, aunque no lo sabíamos, en el equipaje. Pero preferí descubrir el qué más tarde.
El tren estaba ya en las vías, lo pusimos allí cuando terminamos de montarlo. La cápsula se abría hacia arriba, dejándonos entrar. Había 13 asientos, los justos. Delante había uno solo, separado de los demás, donde iba Esteban. Detrás había un pasillo, que separaba tres filas de asientos. En cada fila, había dos asientos a un lado, y otros dos al otro. Pero todos tenían pedales adelante. Realmente, el vehículo era del tamaño de un dormitorio, pero más bajo. Para dormir durante el viaje, si queríamos dormir tumbados, tendríamos que acampar.
Ya colocado estratégicamente el equipaje, de forma que las cajas estuvieran abajo, las maletas de forma intermedia, y los sacos de dormir y lo útil para el viaje, arriba, cerramos el maletero. Tenía la puerta en el lado derecho, y estaba hecho de una especie de plástico similar al de la cápsula de la parte delantera del vehículo, pero este era más grisáceo y opaco.
Nos montamos. Rick y yo nos sentamos juntos. Íbamos en la segunda fila, en la de la derecha. El estaba pegado al cristal de la capsula, y yo al pasillo. Delante nuestra estaban Jane y Drake, de copilotos. A la izquierda estaban Tina y Clara, esta última pegada al cristal, dejándonos a Tina y a mi más cerca. Esteban era ya el único que quedaba fuera. Desenchufó el cable al que estaba enchufado el vehículo. Se encendieron las luces de el vehículo, que estaban en la parte frontal, y dos más débiles a la izquierda y la derecha. Fue en dirección al ascensor. Abrió la caja de los controladores de los sistemas, y movió unas palancas. Se apagó la luz, y sonó el eco de la puerta de esa caja al cerrarse, y sus pisadas acercarse. Todos estábamos inmóviles, y en silencio. Finalmente, saltó dentro del tren, y se sentó en su sitio. La cápsula se cerró, y aunque esto pudiera parecer dar un mayor sensación de claustrofobia, nos sentimos todos aliviados. Estábamos separados de la oscuridad opresora del exterior, y nos sentíamos más a salvo.
-Venga, a pedalear – Nos dijo Esteban.- Cuando lleguemos al túnel por el que tuvimos que cavar, encenderé las baterías. Antes es más prudente ir lentos.-
Al comenzar a pedalear, apenas nos movíamos, pero poco a poco el vehículo ganaba más velocidad. En unos minutos llegamos al cruce con el otro túnel.
-Dejad de pedalear. El tren seguirá adelante por la inercia, siguiendo la vía que gira hacia el otro túnel.-
Dejamos de pedalear inmediatamente. A mi me volvió a entrar miedo. Ese túnel estaba demasiado oscuro. Además, ¿y sí no habíamos puesto bien las vía...? Pero no me dio tiempo a pensar más en eso, porque estábamos girando, y el giro salió bien. Entonces me entró el miedo y la tranquilidad simultánea de saber que habíamos llegado al otro túnel. Tenía dudas.
-Rick, ¿hay aire en el túnel?¿No nos quedaremos sin poder respirar? - él no supo que responder para ahuyentar mis miedos. Así que respondió Jane.
-No temas. Hay aire. Y en el caso de que sea peligroso de respirar, tenemos filtros. Simplemente, deja de preocuparte, piensa que en unas horas, saldremos al mundo exterior. Fuera de la ciudad. Con todo el día por delante.
-Encendemos baterías, y volvemos a pedalear. -dijo Esteban, cortando la conversación. Le hicimos caso, y seguimos hablando.
-Pero... tanta oscuridad me agobia.
-Albus, ¿has oído alguna vez los pájaros piar?¿Has visto a los bosques crecerles las hojas, o a algún animal? - contestó Drake, de repente.
-...No.
-¿Y quieres conseguirlo?
-Sí.
-Pues este tren va en esa dirección.
-Entonces... ¿eso es en lo que discordáis con el gobierno, en que no os deje salir el exterior de la ciudad?
-No exactamente. Queremos salir de la ciudad, ver la naturaleza que nos ocultan. Pero queremos entender por qué lo hacen, y quien es el que se encarga de decidir todo eso. Todo lo que hay dentro de la ciudad está genial, sin que nadie se encargue de solucionar problemas que se solucionan como por arte de magia. La policía está meramente “por si acaso”. ¿Y quién maneja a la policía?¿Quien vigila los problemas, y quién los soluciona, sin que nadie se dé cuenta? -
Nadie respondió. Nos pasamos un rato pedaleando en silencio, dando vueltas a nuestros pensamientos, formulándonos montones de veces esas preguntas sin obtener ninguna respuesta. Hasta que Ithin rompió el silencio.
-¿Podemos poner música?
-De acuerdo -contestó Jane- Pero, ¿de dónde sacamos la música?
-Albus tiene un montón en su ordenador, además de buen gusto.
-Sí, pero mi ordenador está apagado y en el maletero. Jane, ¿no tenéis música en vuestros ordenadores?
-Claro que sí, pero ahora mismo está encendido solo el principal para que lo maneje Esteban, y ahora no alberga ni una sola canción, porque esas partes del ordenador están desconectadas, para ahorrar energía.
-¿Tanta falta nos hace ahorrar energía? - preguntó Ithin.
-Y tiempo. Para poner música, tendríamos que parar el tren y coger el ordenador. Poner altavoces restaría energía de las baterías, y cuanta más les dejemos, más rápido podremos continuar el viaje.
-¿Qué pasaría si se agotasen? - saltó Nil, viendo el lado negativo como de costumbre, en la conversación.
-Pues que para llegar al exterior, tardaríamos, por lo menos, el triple, y os moriríais de aburrimiento.
-De todas formas, aún con baterías, el viaje es largo, nos vamos a aburrir. ¿Qué hacemos? - siguió Ithin. Drake le contestó.
-... Creo que vais a querer matarme por esto, pero en el fondo es una buena idea. Podemos dar clase de algo. - Inmediatamente todos nos quejamos y formamos un barullo enorme.
-¿Te has vuelto loco? - le dijo Rick, en serio y en broma, de él nunca se sabe.
-No, todo tiene su lógica. En clase, cuando os aburrís, os ponéis a pensar, o sino, incluso atendéis. El tiempo se pasa más rápido que en silencio, sin hacer nada más que pedalear y sin poder parar de hacerlo. Incluso si no atendéis. La sensación de hacer algo que sabes que no deberías hacer y que estás haciendo es divertida. No digo que sea siempre lo mejor, pero...
-Sí, Drake, tienes razón. Si piensas que te puedes meter en un lío, es la mar de divertido. -Continuó Ithin por Drake – Pero no atender a la explicación no es precisamente meterse en un lío.
-Uno piensa mejor cuando pasa de escuchar lo que intentan que escuche, sí. -Concluí yo.
-Entonces, lo que hace falta aquí, es una buena y larga clase de historia, por cortesía de Esteban -añadió Jane.
-De acuerdo, empezamos la clase. Podéis dormiros si queréis, pero solo si sabéis dormir pedaleando. Al principio de la historia, lo primero que se conoce es la civilización que vivía en Oriente Medio, a orillas de los ríos Tigris y Eufrates...-
Al principio estuvimos escuchando lo que decía. Pero, de vez en cuando decía algo, que me hacía pensar en otra cosa, y derivar y derivar a partir de eso, hasta darme cuenta de lo que estaba diciendo Esteban y volver a meterme en la senda de la historia. De vez en cuando le hacíamos preguntas, como por ejemplo, sobre los nombres de los dioses. Si eran dioses, tenían que tener un nombre importante, con algún significado. Y no entendíamos en lo que consistía un dios. Ninguno de nosotros creíamos en ninguno. La ciencia podía explicar todo, o casi todo. Lo que no explicaba, dábamos por hecho que necesitaba más investigación, o, simplemente, que éramos capaces de comprender la ciencia hasta un límite, y que, a partir de ahí, eramos incapaces de ver más allá de nuestras narices.
Las religiones dicen que hay un dios que creo todo eso que no entendemos, además de cosas que ya sí entendemos. Nosotros, simplemente decíamos que no lo entendíamos. Igual que no sé hacer una ecuación de tercer grado, no sé con certeza como se creo el universo. De la misma forma que no sé en qué está pensando Tina, no sé el origen de la vida.
Pero lo puedo aprender.

Iba avanzando la historia, Esteban seguía con sus explicaciones y narraciones. Fenicios, Griegos, Romanos... Yo me empezaba a cansar de pedalear, como los demás. Pero tenía la mente más entretenida. Reflexionaba sobre lo que decía Esteban. Nunca me había interesado tanto la historia. Aquí no debía de hacer actividades de vez en cuando, ni hacer esquemas de lo que nos enseñaban. Solo escuchar, y no necesariamente.
La vía seguía más o menos recta. Apenas había sentido unas pequeñas curvas a lo largo del trayecto, largo, oscuro, y agotador. Y, de repente, Esteban cesó de hablar, acabada de empezar la Edad Media.
-Dejad de pedalear -Inmediatamente se formó un gran barullo, aunque dejamos de pedalear, y el vehículo se paró. Todos preguntábamos a la vez que pasaba. Esteban se estaba levantando de su asiento, y la cápsula que cubría toda la parte delantera del vagón empezó a levantarse, dejando entrar un aire húmedo, frío, y que olía a siglos. Todos nos callamos.
-Delante nuestra hay un sistema de puertas metálicas cerradas, pero por un sistema de cerrojos muy simple y antiguo. Y no necesita llaves, no os preocupéis. Las abriré en un periquete -bajó del tren, al tiempo que los focos iluminaron con más intensidad que nunca hacia delante.
Efectivamente, habían justo en frente nuestra, a 5 metros, unas grandes puertas de hierro oxidado que ocupaban todo el túnel de lado a lado. Drake movió el cerrojo, y empujo cada puerta hacia un lado, de forma que se metían dentro de la pared, dejando fuera tan solo el asa y el cerrojo, para volverla a cerrar. Había otra puerta idéntica delante, a otros 5 metros. Daban mala espina.
-Pedalead hasta colocaros entre la 1ª y la segunda puerta. Tengo que cerrarla.-
Le hicimos caso, emocionados. Rick me preguntaba, susurrando, para no romper el silencio sepulcral que había, como podía Esteban haber visto esas puertas en la oscuridad y controlar el ordenador, aparentemente con la mente, y yo soñaba con una ciudad subterránea, tenebrosa y fantasmal, abandonada al otro lado de las puertas.
Volvimos a repetir el proceso. Teníamos ante nosotros la 3ª puerta, y la 2ª estaba cerrada. Pasamos, y se apagaron los focos. Teníamos ya delante la cuarta puerta. Por debajo pasaba un pequeño charco de agua y, ¡luz! Si había luz, es porque estábamos cerca del final. Se cerró la tercera puerta. Solo oía mi corazón desbocado y los chirridos que provocaba Esteban. Abrió la cuarta puerta, y nos pusimos frente a la quinta en segundos. Esa zona estaba más encharcada, y la puerta estaba abollada. Se colaba luz por el contorno de las puertas oxidadas.
Esteban cerró la cuarta puerta. Fue hacia la quinta y última, que con trabajo, abrió. Contuvimos un suspiro, deslumbrados.
La vía del tren continuaba cubierta de hierba bajo los árboles y el cantar de los pájaros.

sábado, 2 de enero de 2010

Historia sin nombre - Capítulo 13 - La mansión

Me desperté cuando empezó a clarear. El cielo estaba de un azul muy raro, aún no había salido el sol. No había nubes, y la ciudad empezaba a despertarse, al igual que yo. Tenía la sensación de que me iba a caer, y no al suelo de la azotea, sino al de abajo.

Moví el colchón de sitio y lo puse al lado de la entrada a la azotea, para no tener la sensación de que me iba a caer, y para poder ver el amanecer, ya que desde el otro sitio la baranda me tapaba el horizonte. Hacía mucho frío fuera de las mantas...

Me senté de nuevo, y me cubrí con las mantas, cansado. Se me cerraban los ojos, mientras el horizonte se volvía más y más rojizo. Hasta que algo brilló más que todo lo demás; el Sol. Poco a poco emergía más en el horizonte, empezaba a parecer una cúpula dorada. Me levanté, llevándome las mantas para no pasar frío. Me apoyé en la baranda... y miré hacia abajo. Me dio mucho vértigo. Impresiona mucho ver esa caída, esa sensación de estar a un paso de la muerte, estando medio dormido.

Seguí mirando al Sol. Ya era un semicírculo sobre el horizonte. Recordé que no era bueno mirar fijamente al sol, pero quería ver el amanecer. Era el primero que veía, y me gustaba. El circulo del sol iba cerrándose, elevándose en el horizonte. Y cuando ya era una esfera apenas flotante, allá a lo lejos, di media vuelta, cogí el colchón, y entré en el ascensor. Cuando llegué al salón, nadie se había levantado. Lo arrastré hasta mi cuarto, lo tire en el suelo, me tumbé sobre él, me tapé, y me volví a quedar dormido.


Rick me despertó cruelmente; quería venganza. Para empezar, mientras estaba empezando a salir del sueño, cambió el colchón de sitio. No sabía que andaba tramando. Oí levantarse la persiana. Un chorro de luz me dio en la cara. Y abrió la ventana, dejándome helado. Me levanté de un salto, y me puse de pié como pude. No podía ver nada. Le gruñí a Rick, con la voz ronca por el sueño:

-Me cago en to' los muertos de la ventana...

-Sí, buenos días, Albus. Son las 10. ¿Vienes a desayunar?

-Vale... - dije, mientras se reía entre dientes.

Y al poco, estábamos todos de nuevo ya en la mesa. Cada uno iba a lo suyo, unos comían más, otros menos... Yo me hinché a comer, me gustaba poder desayunar con tiempo y tomarme lo que quisiera. Además, me vendría bien si yo iba a cavar el túnel. Me sorprendió que Manau, Eudora y Gael desayunasen tan poco. Tal vez estuvieran acostumbrados a levantarse temprano en el desayuno, y al tener tiempo, ya no se daban cuenta de que comían menos. Yo, que siempre he desayunado en 4 minutos, aprecio mucho la diferencia.

Para cuando terminamos de desayunar, ya estábamos lo suficientemente despiertos como para empezar a hablar. Y hablábamos nerviosos, sabíamos que a cada día que pasaba estábamos más cerca de ir a algún lugar desconocido. De pronto Drake, Jane, y Esteban se levantaron. De inmediato los imitamos y seguimos, sabíamos adonde íbamos.


Era algo agobiante que todos nosotros estuviéramos en el ascensor, bajando desde el techo de la ciudad hasta sus cimientos. Me sentía como un minero, yendo hacia las profundidades de la tierra. Mientras bajábamos nos repartimos en grupos. Esteban, Niyebe, Tina, Manau, Ithin y yo, íbamos a empezar a montar el tren, y los demás, a hacer el túnel. Ese día apenas hicimos la estructura principal, la parte que llevaría las ruedas, y sobre la que iría todo lo demás. Ellos, a nuestro lado, habían montado en la tuneladora. En el garaje habían montones de piezas y chatarra, que seguramente Esteban y los demás había conseguido buscando por toda la antigua red de metro. Ellos habían encontrado una máquina que era casi idéntica a lo que querían, y ya habían conseguido su objetivo. Nosotros no lo teníamos tan fácil, habíamos tenido que soldar metales, aunque eso lo hizo Esteban porque precisaba más precisión. Nunca mejor dicho, es un máquina.

Mary nos trajo la comida abajo, y comimos en el metro. Hicimos una pausa después de comer, y después seguimos trabajando. Íbamos a muy buen ritmo. Así, en unos días, lo tendríamos todo listo. Sí, seguramente lo tuviéramos listo en unos días, pero acabaríamos reventados.

Mientras seguía las complicadas instrucciones de Esteban para montar el tren, estuve pensando. Me gustaba Tina. A ella la había estado mirando con otros ojos, por ella dormí en la azotea. Y que iba a hacer, ¿decírselo? Habían pasado muchos años desde la primera vez que me gustó una chica... o bueno, no sé si realmente me gustó, porque yo tenía 6 años. Tampoco me había planteado que era exactamente lo que quería del amor en la vida. En eso estaba pensando. No podía estar enamorado eternamente. Eso solo pasaba en los cuentos y en las películas. Pero ya estaba yendo demasiado lejos. Ni siquiera creía que yo le gustara a ella...

Y así fueron las cosas. Después de esto, seguí con el trabajo. Apenas tuve tiempo para que Drake y los mayores me explicaran lo que debería estar estudiando, y los demás tampoco. La semana transcurrió así; llena de trabajo.


La semana siguiente, estábamos cansadisimos. Tal vez exagere, pero creo que esa semana adelgacé un poco, y de tanto cargar y mover cosas, me puse más fuerte. Tampoco era muy difícil ponerme mas fuerte, teniendo en cuenta que apenas hacía deporte. Pero eso era lo de menos. No podía dejar de pensar en Tina, me era totalmente imposible. Los primeros días, simplemente quería estar con ella, hablar con ella... Pero los dos últimos días todo había cambiado. Habíamos hecho cambios en los grupos de trabajo, por variar, ya que los que estaban en el túnel estaban hartos de cavar y los que estábamos montando el tren estábamos desesperados. Así que no estaba con ella. Lo suficiente para qué, cavando en la oscuridad, el corazón me diera un vuelvo y no me dejara pensar en otra cosa que no fuera en ella, que si no me hacía caso, que si su sonrisa, o su mirada de chocolate...

Quería acercarme a ella. Iba a acercarme a ella, a hacerme más amigo de lo que ya éramos (véase capítulo 3 por ejemplo)... y en un momento dado, incluso le podría decir que me gustaba, que no es lo mismo que si quiere salir conmigo, por que para empezar, no saldríamos mucho, y no creía que le pudiera gustar a ella. Solo le contaría lo que siento hacia ella, nada más. Pero, incluso si llegaba a decírselo, aún quedaba mucho para ello.

Ese día, mientras cavaba, me centraba en lo que pensaba hacer. Es decir, iba a hablar con ella, y pienso que no puedo pensar la conversación de antemano, porque no puedo saber que me dirá ella. Pero podía pensar por donde quería que fueran los tiros.


Al día siguiente, nos dieron un descanso. Ya estaba todo casi listo, pero necesitábamos descansar tras la dura semana de trabajo, antes de lo que viniera después. Yo, después de aburrirme de estar tirado sin hacer nada, pensé en buscar a Tina, pero como quería hablar solo con ella, y ella no estaba sola, busqué otro quehacer. Fui a la habitación de los ordenadores a ver que estaban tramando, pero al pasar, vi la puerta del cuarto de Jane entreabierta, y, como curioseé echando una mirada, a ella leyendo. Seguí y entré en el cuarto. Drake estaba con los pies en la mesa, tomando un batido, y viendo una peli, y Esteban estaba más a la izquierda, perdido entre ordenadores. Cuando me oyó, Drake se sentó bien de un salto, pausó la película, giró en la silla, y me saludó.

-Hola, Albus ¿Qué pasa?

-Drake, no sé que hacer. Después de tanto trabajo ahora no veo nada que hacer por ninguna parte y me desespero.

-Si lo que quieres es seguir con las lecciones, olvidate, porque yo si que he encontrado algo que hacer. ¿Quieres verla tu también?

-No, mejor no -me callé un momento, y recordé una cosa, totalmente por casualidad- Oye, Drake, en esta casa hay muchos armarios. Están para guardar la ropa, pero la otra vez sacaste dos televisores del armario del fondo de esta habitación. Supongo que habrá más ordenadores antiguos y eso, pero... en alguno, ¿hay algo más? -Drake pensó un momento antes de continuar.

-Sí, pero no demasiadas cosas. Hay legos.

-¿Legos?¿Qué es eso? -estaba muy sorprendido, no había oído la palabra en mi vida.

-Sí, legos. Es un juguete. Se inventó en el siglo XX, y en el XXI era muy popular al parecer. Yo tengo muchos, y quien sabe cuantos años tendrán. Son de plástico, así que no se degradan, solo pueden romperse.

-Pero... ¿Qué es?

-Los legos consisten en montar cosas, cualquier cosa, a partir de muchas piezas pequeñas, de muchos tipos. ¿Quieres verlos?

-Sí -le contesté, ilusionado. Y mientras íbamos por la estrecha habitación molestando a Esteban, al que las vibraciones que producíamos en el aire y en el suelo al movernos molestaban sumamente al intentar arreglar una placa base con precisión microscópica, le pregunté:

-Pero, Drake, ¿por qué tienes tú estos juguetes tan antiguos? Quien sabe, pueden tener miles de años.

-No estoy seguro... a mi padre también le gustaban, y me los dio cuando era pequeño. Jugaba mucho, me encantaban. Me siguen gustando, pero apenas juego con ellos.

-¿Me dejas jugar un rato?

-Claro.

Y así, sacamos unas cuantas cajas de plástico llenas de piezas, llevándolas para molestia de Esteban hasta mi cuarto. Y en cuanto Drake se fue, destapé una caja, y me puse a curiosear. Estuve un rato mirando las piezas, sin entender bien como funcionaba eso. Cogí dos, y aprendí a encajarlas. Así descubrí unas cuantas piezas, y el funcionamiento general de las cosas. Recordé lo que había estado haciendo antes. Había buscado fotos de mansiones y castillos. ¡Ya sabía qué podía construir!

Busqué una plataforma grande, y que tenía desniveles, y empecé. Al principio puse piezas grandes para hacer las paredes, pero luego me di cuenta de que si hacia eso, luego era todo lo que pusiera encima era menos estable. Así que las empecé a hacer entrelazando muchas piezas pequeñas. Quedaba de un solo bloque, que era como yo quisiera, pero era como un puzzle, porque tenía que buscar las piezas del color que quería (gris piedra) y hacerlas encajar, respetar los bordes y girar en las esquinas.

Alguien se acercaba por el pasillo. Se quedó en la puerta, mirando, para mi alegría, a mi y al suelo cubierto de piezas

-Tina, no te quedes en la puerta; pasa, que ni yo ni las piezas mordemos.

-Hola Albus, ¿qué estás haciendo? ¿otra vez construyendo extraños artilugios?- dijo Tina riéndose pícaramente.

-Que yo sepa es la primera. ¿Cuándo he montado antes cualquier chisme? -pero al instante me di cuenta- Es verdad, en el tren. -y me reí tontamente.

-Tú mismo lo has dicho -calló un momento, observando- ¿Y esto?¿Qué estás haciendo?

-Antes no sabía que hacer, hablé con Drake, y descubrí esto. ¿Sabes? se llaman legos, y consisten en montar cosas a partir de todas estas piezas pequeñas.

-Parece divertido... ¿puedo colaborar?

-Claro. Te explico, de momento, estoy haciendo el primer piso. Va a ser una mansion, o un castillo, de piedra, y quiero que tenga trampas y mecanismos. Como tiene desniveles, he pensado en hacer que las paredes lleguen hasta una altura común, para que haya salas altas y bajas, y sea mas facil hacer los siguientes pisos.

-Vaya, parece complejo, pero participaré. ¿Por dónde empezamos?

-Pues... no sé, por cualquier parte del primer piso. Vamos a hacer lo que te dije, las paredes. Pero las exteriores, las habitaciones las hacemos después. Y pon ventanas, y algunas piedras que sobresalgan, para que parezcan decoraciones del edificio. Un consejo, las paredes no las hagas con piezas grandes, hazla con las pequeñas, para tenerlas a la medida que quieras y que sean más sólidas.

-Vale, pues comenzémos con la misión.

-Tu por esta parte -dije señalando a la izquierda- y yo por la derecha, hasta que juntamos las paredes por los dos flancos, ¿de acuerdo?

-De acuerdo.-

De ese modo, ambos nos concentramos en nuestro trabajo, y casi no nos dábamos cuentas de que el otro estaba ahí, menos cuando me fijaba en qué hacía y cómo, porque eso podía ayudarme. No hablamos mucho, solo de lo que estábamos haciendo, y de alguna tontería. Y después te un rato dándole a la imaginación, quedaban los puntos en los que tendríamos que unir nuestro trabajo. Eran los puntos centrales de la estructura, y eran los más bajos, por lo que la pared tendría que ser más alta para llegar a la altura de las otras. Una de esas sería la puerta, y de la otra decidimos hacer una fachada. Pusimos un pilar central, rodeado de dos ventanales grandes. Por lo alto pasaba una viga, y encima se repetía lo mismo, dando a la fachada 4 ventanas, con pilares y vigas entre ellas, que formaban un + de piedra. Sobre estas ventanas, pusimos otra viga, y dos frisos de leones a los lados. Cubriendo todo esto, pusimos unas piezas inclinadas que harían de tejas, sobre las que el edificio seguiría creciendo hacia arriba.

Para la puerta, nos devoramos la cabeza. Queríamos hacerla con engranajes. Girar uno, y que las puertas se abrieran, como por arte de magia. Utilizando magia sería mas fácil, pero con engranajes, no. Pusimos un engranaje fuera del edificio. Por esa parte de la pared, hacía girar a otros, que estaban de mero adorno. El engranaje que se giraba, que estaba sobre un eje, hacía girar un engranaje al otro lado de la pared. Sobre ese mismo eje giraban una cadenas, que al enrollarse sobre el eje, tiraban o jalaban de la puerta. Para que jalara, hubo que hacer un huequito en el muro para que una cadena saliera afuera, para engancharla a la puerta. El engranaje de dentro, estaba conectado a otro engranaje por arriba, y este igual otra vez, formando una fila de engranajes que pasaban sobre la puerta y llegaban a la misma altura, en la otra pared. Le pusimos un eje, para que hiciera lo mismo con la otra puerta. Y funcionó. Después de arreglar muchos pequeños fallos, ¡iba como la seda! Los dos contemplábamos el trabajo del otro, y de nuestra persona, por toda la construcción. Habíamos decidido poner una ventana igual los dos, cada uno en la cara opuesta del edificio, pero los demás detalles, cada cosita, la desconocíamos, y encontrábamos pequeños trucos en lo que había hecho el otro, y disfrutábamos viendo como el otro veía los nuestros.

Así fue como pasamos la tarde, y ya era de noche cuando llegamos a este punto. Nos duchamos corriendo, y luego fuimos a cenar. Luego, volvimos al cuarto, y seguimos construyendo.

No había plataformas tan grandes que se pudieran poner sobre los muros, así que teníamos que coger varias más pequeñas para hacer una sola planta, que sería la segunda, porque teniendo en cuenta que la plataforma sobre la que construimos todo el edificio tenia desnivelaciones, estas mismas hacían la primera planta, y las paredes llegaban a la altura de dos plantas. Pero no teníamos paredes interiores, solo exteriores, por lo que las plataformas no podrían sostenerse. En la parte central, que estaba sobre la planta baja, decidimos poner como suelo de una primera planta, una plataforma paralela a la puerta y a la fachada. Para que, suponiendo una escala real, pudiéramos subir hasta ahí, pusimos una escalera, que estaba en parte debajo del eje del mecanismo de la puerta izquierda. Las paredes de esa plataforma estarían mirando a la puerta y a la fachada, formando un pasillo que pasaba perpendicular sobre un gran vestíbulo. Las paredes decidimos ponerlas con esta estructura, yendo de una esquina a otra de la plataforma, pilar, ventana, pilar, ventana, pilar. Claro que, exactamente así, fue en la pared que daba a la fachada. En la otra, que daba a la escalera, donde estaría la ventana izquierda, sobre la escalera, dejamos un hueco. Es iba a ser la puerta. Por dentro, pusimos unas piezas que no tenían salientes para encajar, y que utilizamos para poder deslizar piezas por encima. Pusimos un muro, con el símbolo de una serpiente en el centro, sobre esta pieza. Si la ponías en la parte del hueco, parecía formar parte de la pared, pero si la movías, quedaba detrás de la ventana a la derecha del hueco, que dejaba ver el símbolo de la serpiente. Le pusimos unas piezas alrededor de la deslizante, para que el muro no se saliera al empujarlo. Para hacer esto más seguro, en la plataforma que haría el techo (y suelo de parte de la segunda planta) encajamos unas piezas por debajo con la misma función, solo que en vez de sostener el muro por abajo, lo hacia por arriba.

E irrumpió Rick en la habitación, dándonos un susto.

-Si hubiera un reloj de cuco en casa, acabaría de salir el cuco, porque son las dos. Mirad, no sé muy bien que estáis haciendo, pero ahora mismo no tengo ganas de participar, tengo sueño, y quiero dormirme. Mañana hay que trabajar otra vez para terminar las cosas, y quiero descansar bien, pero con vosotros dos ahí...

-Vale, -le corté- lo entendemos, pero ¿no nos puedes dejar un poco más?

-Me niego, quiero acostarme ya, y en el sofá está Jane, que se ha quedado allí dormida. Así que... eh, un momento, tengo una idea. Tina, con tu permiso, me voy a tu cuarto. Como esto va a dar para largo, tu te quedas aquí, nos cambiamos de sitio.

-Me parece estupendo. Buenas noches, Rick, que sueñes... con tu amor platónico, por ejemplo -Rick, con los ojos rojos y cara de sueño, rió con una cara de tonto magnífica.

-Buenas noches.

-Buenas noches -le contestamos.

Cuando salió, y cerró la puerta, le pregunté a Tina:

-Oye, ¿de verdad no te importa?

-¡Claro que no! A mi me da igual

-Pero, ¿qué dirá Clara? -A continuación sonrió pícaramente.

-No se lo digas a nadie, y menos a Rick, pero... Clara me dijo el otro día que le gusta Rick.

-¿En serio?

-Sí.

-No me lo esperaba...

Y poco después, seguimos, mientras le daba vueltas a lo que me acababa de decir.

Terminamos las paredes que iban, sin ventanas, desde las esquinas de la plataforma central hasta las paredes exteriores. Íbamos a empezar la 3ª planta, con las demás plataformas, pero no nos dio tiempo, por que nos estaba entrando sueño rápidamente; ya eran casi las 3. Iba a subirse a la litera de arriba, pero paró en mitad de la escalera, mientras yo la miraba sentado en mi cama.

-¿Qué pasa?

-Que... nunca he dormido en la cama de arriba de la litera, y como me muevo mucho, me da miedo de caerme de la cama... sobre la mansión y los legos. Ayúdame a bajar el colchón, vamos a ponerlo en el suelo-

Y lo hice sin rechistar. Para ello, primero hubo que despejar el suelo. Claro que no íbamos a recogerlo, eso era aburrido y no valdría para nada. Lo que hicimos fue moverlo todo a un rincón, pegado a la ventana. Allí, pegado a la puerta, tiramos el colchón desde arriba (ponerlo habría supuesto demasiada delicadeza para lo grande que era y el sueño que teníamos). Ella se tumbó, se tapó, y se quedó mirándome. Pienso ahora, lo fácil que habría sido decirle que no se preocupase, que no le pasaría nada si dormía arriba, o que yo dormiría arriba. Pero claro, la idea de dormir con ella a mi lado, simplemente por su presencia, me encantaba demasiado como para pensar en otra posibilidad. En cuanto a ella, no sé que habría pensado, supongo que no querría hacer moverme de mi cama.

Mi cama estaba sobre unas maderas, y estas sobre unas patas. Pero las patas eran muy cortas. Mi colchón apenas estaba cinco centímetros más alto que el suyo. Me tumbé, y me tapé.

-Buenas noches.

-Buenas noches -me contestó dulcemente, en un susurro.

Apagó la luz. Había cerrado los ojos, con la cabeza en mi dirección. Yo, con la cabeza sobre la almohada, la miraba a ella. Estaba algo iluminada por la luz que pasaba por la persiana. Estuve un rato así. Pero cerré los ojos. Y, mientras para estar más cerca, los dos nos acercábamos al borde del colchón inconsciente o conscientemente, me quedaba dormido, pensando, en que me sentía muy bien, en ella, en lo que sentía por ella... y en lo que pasaría el día de los preparativos para el viaje, mañana.