domingo, 15 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 5 - Un extraño despertar

Recuerdo muy bien que soñé. Baje saltando de azotea en azotea interminablemente, atravesando el cielo azul. Sabía que estaba soñando, pero no sabía despertarme. Lo conseguí al cometer lo que habría sido mi suicidio, no saltar a la azotea, saltar al vacío. Recuerdo haber sentido muchos segundos de caída, la velocidad, y el vértigo. Mis sueños siempre han sido muy reales. Pero en vez de despertarme de golpe, fue bajando la velocidad, todo se hizo más blanco y fui tomando consciencia, hasta que me desperté del todo.
Abrí los ojos. Veía el suelo, era blanco y blando, como una cama (bastante cómoda, la verdad). Pero la cama era todo el suelo.
Estaba adormilado. Cerré los ojos de nuevo. Como cualquier persona antes de terminar de despertarse, toqué con la mano los alrededores. Era cálido y agradable ese suelo. Seguí palpando el alrededor. Era como estar en eso que los antiguos religiosos llamaban cielo. Pensé que estaba muerto, pero no me pareció lógico, yo pensaba que entonces no sentiría.
De repente, toqué algo más cálido y blando, que también era agradable. Eso no era el suelo, estaba más alto. Curioso, abrí los ojos para mirar que era. Empalidecí hasta quedarme totalmente blanco. En el suelo había una chica, de mi edad entonces; 13. Pero eso no fue lo que más me sorprendió. Ella estaba desnuda. Y había tocado su pecho.
Me quedé literalmente flipando. De echo, tarde unos días en dejar de estar flipando, pero todo a su tiempo. No podía ser muy real. Me di cuenta de que yo estaba desnudo. Ella abrió lentamente los ojos. Tenía el pelo negro, fino y largo, extendido por el suelo, como una estrella de infinitas puntas. Era ligeramente morena, alta. Tenía los ojos negros. Y, naturalmente, me pareció guapa. Empezamos a hablar.
-Hola.
-Ho-hola – le contesté tímidamente.
-¿Has dormido bien?
-Sí –dije ya sin tartamudeos.
-¿Tuviste un buen sueño?
-No mucho. Me caía constantemente.
-Son secuelas por escaparte.
-¿Cómo lo sabes? – le dije aún más extrañado.
-¿Recuerdas que pensabas que alguien te seguía? Tenías razón. Era yo.
Me quedé pensándolo un minuto. Era verdad. Pero, ¿cómo sabía ella lo que pensé?. Eso solo me había pasado con la chica del sueño. Pero no podía ser ella, no se parecía. Decidí no preguntarlo. Por curiosidad y por cambiar de tema, le pregunté:
-¿Y tú con qué soñaste?
-Soñaba que estaba en la playa, tomándome un helado. Y luego… - parecía que pensaba que yo conocía el resto. Pero no creía saberlo.
-¿Y luego…?
-¿No te acuerdas? Me despertaste tú.
Se me cayó el alma. ¿Para qué le habría preguntado? Ahora sí que iba a morir, no por caerme. Iba a morirme a guantazos.
-Lo-lo siento – conseguí decir.
Ella empezó a reírse. No sabía por qué. Y eso me hizo palidecer más. Ese era el día más raro de mi vida, sin duda.
-No te culpes, lo hiciste sin querer. Además, queriendo habría sido comprensible.
Eso era demasiado para mí. No sabía ni su nombre y ella sabía todo lo que pensaba. Tardé unos minutos en responder.
-¿Pero cómo demonios sabes lo que pienso?
-Mira, tienes que esperar. No puedo responderte a todo ahora. Ni siquiera a el nombre. Nos están vigilando, pero aún no te has dado cuenta. Detrás de ti hay un hombre feo y calvo que te mira, que me ha escuchado, y pone mala cara.
Tenía razón. Y esa era una buena razón para no hablar más de la cuenta. Empecé a reírme de la cara del hombre, con esa chica que no conocía y que empezaba a caerme bien.


Se me hacía incomodo el estar desnudo con una chica desnuda delante. Y ella debía de saberlo, porque me leía la mente.
-No te preocupes. Puedes mirar, no te mataré ni nada.
No le hice demasiado caso. Por una vez en mi vida me controlé, el día era demasiado raro. Y de repente, me vino a la cabeza aquella canción de los Beatles que tantas veces he escuchado, Don’t let me down. La escuché con total tranquilidad. Pero a ella le alteró. Parecía que se daba cuenta que estaba escuchando música. No debía de ser normal en ella escuchar música porque sí, a través de su cerebro y sin ningún medio. Por hablar, le pregunte:
-Oye, chica desconocida, ¿para qué estamos desnudos?
-Porque ese hombre de ahí y sus ordenadores –detrás de un cristal en la pared- pasan la información a otros tipejos como él y a otros ordenadores sobre nosotros, porque dicen que no somos como los demás humanos.
Eso me extrañó.
-¿Por qué dicen que no somos humanos?
-En principio lo somos, o casi. Tenemos una capacidad pulmonar algo mayor, unas piernas que nos permiten saltar más y correr más rápido, y nuestro cerebro tiene unas ondas diferentes al suyo. Pero somos básicamente iguales, la diferencia es mínima. O eso dijeron antes de que te durmieras.
-¿Y para eso es necesario tenernos aquí?
-Dijeron que nos iban a hacer algunas pruebas, pero que iban a estudiar como somos en este “hábitat”.
-Y no sabrás si tendré que volver al internado, ¿no?
Se pensó un poco la respuesta.
-No, no creo que tengas que volver.
-Bien.


Pasamos un rato sin hablar, pero ella me leía los pensamientos, así que era como si le hablara constantemente. Decidí recordar todo lo significativo hasta entonces, para que ella supiera lo que me pasaba. Se mostró atenta todo el rato. En el momento en que pensé todo lo de Rick, Tina y Clara se le saltaron las lagrimas, y yo me quedé mirándola a ella, hasta que me di cuenta que seguía desnuda, y miré rojo como un tomate a otro lado, lo que hizo que se riera porque me leyó ese pensamiento. Cambié de tema.
-¿Porqué no tengo hambre?¿Tú tampoco tienes?
-No, no tengo. Nos metieron alimentos mientras dormíamos, directamente a la sangre, con una sonda. Pero ya se ha curado la herida. ¿Ves?
Me señaló su brazo. Tenía razón. Había un punto rojo. Pensé que ojalá solo nos hubieran metido alimento, pero ella me miró con una mirada esperanzadora, así que dejé de preocuparme, ella tendría sus razones para creer eso, y yo la creía.

De pronto, una pared se levantó hacia arriba. No la habíamos visto porque todo era blanco. Detrás había una piscina, con el suelo blanco, pero que por el agua se veía azulada. Tenía cincuenta metros de largo, y tres de profundidad. Cada uno estaba medido. Sonaron unos altavoces que no sabíamos donde estaban.
-Tiraos de cabeza y bucead todo lo que podáis.
Yo miré aún más extrañado a la chica desconocida, y me sonrió.
-No te preocupes, vas a bucear treinta metros.
Yo no me creía que pudiera bucear tanto. Me estaba preguntando como iba a hacerlo, cuando ella saltó. Buceó pegada al fondo, y yo la miré todo el rato, atontado porque estaba desnuda. Se impulsó en el suelo, y salió a la superficie. Tomó aire y dijo:
-Treinta y dos.
Me resultó chocante. No entendía como iba a poder hacer eso. Solo había buceado dos veces, hacía varios años. Me acerqué al borde. Estuve cogiendo y echando aire profundamente cerca de un minuto. Y me tiré de cabeza. Avancé 7 metros solo por el salto, y quedé cerca del fondo. Seguí buceando, sin problemas, a una velocidad normal, porque pensaba que si fuera más rápido me quedaría antes sin aire. 15 metros. Seguía más o menos bien. 20, me empezaba a faltar el aire. 25, no me quedaba más aire, pero seguí. Pensaba que me iba a ahogar, y cuando no podía más, me impulsé y salí arriba rápidamente. Cogí aire muchas veces, y salí del agua. Había hecho 30 metros. Ella me sonrió, y corrió a darme un abrazo. Yo me puse más rojo. Nunca me habían dado un abrazo. Y menos una chica desnuda estándolo yo también. Nunca pensé que me pasaría algo así, pero claro, ¿como me iba a mí a pasar algo mínimamente normal?

Había subido la temperatura, y cuando ya estábamos secos, bajó de nuevo. Volvimos al lugar de antes, y la pared volvió a bajar.
-Te dije que lo ibas a conseguir.
-Sí, ¿pero cómo lo he hecho?
-¿Te acuerdas que te dije que ellos creían que teníamos una capacidad pulmonar mayor de lo normal? Pues tenían razón.
-Se me había olvidado – dije, algo sorprendido.
Me quedé un rato pensando.
-Oye, ¿y sabes cuánto tiempo vamos a estar aquí haciendo pruebas?- le pregunté.
Pareció pensarse la respuesta. Creía que le estaba leyendo la mente al hombre que nos miraba.
-Mmm… Espera un momento – me dijo.
Estuvo unos minutos allí sentada, concentrada, y mirando el suelo. De pronto, se levantó.
-Unos diez minutos. Ven.
Me quedé boquiabierto. ¿Qué estaba tramando?.

Andamos en dirección a donde estaba el hombre. Tenía cara de atontado. Se levantó una pared, que llevaba a donde estaba el hombre. Seguía atontado, no se dio cuenta. Se puso en el ordenador. Yo no entendía nada.
-¿Qué estás haciendo?
-Borrando todo sobre nosotros, y cosas que no deben saber. A él lo he dejado semiinconsciente, y le he borrado todo lo que he podido sobre nosotros. También a los demás. Pero no aguantará más que un rato. No tengo suficiente onda para más. Tengo que dar también la orden de desconectar los ordenadores de la red, pero antes borrarles la información. ¿Entiendes? -
Yo no había entendido nada.
-Sí – le dije.
Tardó un minuto en el ordenador. Luego abrió una puerta que estaba atrás mía, y que no había visto.
-Ven – se levantó y fue corriendo a esa sala. Yo la seguí también corriendo.

Allí estaban todas nuestras cosas, su ropa, la mía, y mi mochila. Como todo, la habitación era blanca. Se empezó a vestir, y esta vez no pude hacer nada, entre una cosa y la otra miraba boquiabierto como se vestía.
-Oye, si alguna vez quiero que no me mires desnuda, es ahora. No tenemos tiempo que perder. Corre, vístete.
Me vestí lo más rápido que pude, mirándola de reojo. Era ropa cómoda, porque para huir del internado la necesité. Cogí la mochila, que afortunadamente era totalmente impermeable, pues yo tenía el pelo mojado. Una vez listos, se abrió otra puerta, que daba a un pasillo también blanco.
-¿Nos vamos? – pregunté esperanzado.
-Sí. Nos vamos.

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