domingo, 22 de marzo de 2009

Historia sin nombre - Capítulo 6 - Una huida poco limpia


Andamos rápido por los pasillos, pero no corrimos en ningún momento. Ella había dejado atontados a todas las personas que había detectado. Pero podía haber más personas en el edificio.
-Oye, ¿tienes idea de porqué tenían que tenernos desnudos? – le susurré.
-¡Pero bueno!¿Tú me ves a mí cara de científica loca? – y esa fue la respuesta, que alivió un poco la tensión, pero no me respondió nada.
No entendía como se manejaba ella por aquellos pasillos, todos blancos, y que parecían un verdadero laberinto, con tantas puertas. En varias ocasiones bajamos escaleras, siempre sigilosamente. Pero yo no tenía ni idea de por donde quería salir.
Al lado de una puerta, oímos parte de una conversación:
-Algo ha ocurrido en el laboratorio 50.3. No funcionan los ordenadores, no se mantiene el contacto.
-¿Has mandado una orden para ver qué pasa?
-Sí. Debería llegar la respuesta en breve – y se escuchó el sonido de un nuevo mensaje, mientras la desconocida y yo nos mirábamos temiéndonos lo peor.
-“Todos están aturdidos psíquicamente, los ordenadores desconectados de todas las redes. Hay que llamar a la policía. Hay intrusos” -
No esperamos más. Empezamos a correr, pero con sigilo aún. Me pareció entender lo que estaba buscando; la salida de emergencia, porque ahora había varias señales. Y además, esto desde luego, era una emergencia.
Doblamos varios pasillos y bajamos dos escaleras más. Ahí estaba la puerta que andábamos buscando. Corrimos hacia ella, pasamos, y cerramos sin hacer ruido. Sabíamos que no serviría de nada, porque había cámaras, pero ganaríamos tiempo. Había allí una azotea, también blanca. Era mediodía, y hacía un auténtico día de primavera… y para correr como el demonio.
En la esquina había una tirolina, que daba a otro edificio grande de la manzana de enfrente, en la azotea más alta. Ella se enganchó a una rápidamente. Yo hice lo mismo. Ella se deslizó por el cable. Y yo.
Miré abajo. Solo unos cien metros de caída, con suerte. Pero el suelo no se veía con la niebla que se formaba más abajo. En la tirolina se iba muy, muy rápido. Me gustó la sensación, y ya tenía la adrenalina por todo mi cuerpo. Me acercaba al edificio. Ella ya había llegado y se había descolgado. Me esperaba unos segundos, que sería mejor no perder. La tirolina frenó sola al final, y me pude descolgar con facilidad. Habríamos descendido unos quince pisos, y cruzado una avenida. Calculaba que si en el otro edificio estábamos en la planta 50, en este estábamos en un piso 35.
Empezamos a correr, en dirección a la otra parte del edificio. Había un sol deslumbrante, y con ese cielo azul, era realmente agobiante que todo fuera blanco, porque iluminaba más. Pero el edificio en concreto estaba cubierto por la sombra de los otros edificios, así que no molestaba demasiado. Tuvimos que saltar o agacharnos para pasar los conductos de ventilación, y saltar algunas entradas a la azotea. A mí se me daba bien, y me alegré de haber ensayado el día antes de escaparme.



Entonces, lo oímos. Retumbaba en el aire. Era como me lo habían descrito. Volaba como una mariposa, pero retumbaba en los oídos. Era un helicóptero. Pero no me terminó de gustar, era de la policía, y dejó a un hombre armado en la otra parte de la azotea. Corrimos aún más rápido, saltando cualquier cosa. Ese helicóptero nos buscaba, y no sabíamos si habría refuerzos.
Ya habíamos llegado a la otra parte del edificio, que era enorme. Estaba la tirolina que debíamos de estar buscando. Daba a otro edificio, que si que estaba al sol, pero en el que no había indicios de policía. Ella bajó primero, yo después. Bajamos otros 10 pisos, y me gustaba la sensación de bajar, pero el hecho de que me persiguiera la policía no me hacía ninguna ilusión. De cualquier manera, no pensaba volver al internado, costara lo que costara.
Ese edificio tenía muchas, muchísimas placas solares, y daban calor. Si las tocábamos, nos derretiríamos. Así que andamos con cuidado por los estrechos pasos que había entre las placas, o incluso por el borde del edificio. Vimos otro helicóptero, y nos escondimos bajo una de las placas. Dejó a una mujer policía también armada en el edificio. Pero hacia donde nos dirigíamos. Se internó en el bosque de placas solares, como nosotros. Fuimos con mucho cuidado de que no nos viera. Una vez casi nos acorrala. Tuve que tirar un trocito de metal que se había caído de una placa hacia otro lugar alejado, para que no nos viese.
Funcionó, pero aún estábamos en una planta 25, y ella parecía querer llegar al suelo. Llegamos al borde del edificio, que era más pequeño que el otro. Habíamos tenido suerte, esa manzana tenía dos edificios, y al que íbamos era más bajo. Por eso había una escalerilla de mano.
Pero eso daba a una zona cerrada con vallas, así que no podíamos ir allí. El edificio tenía unas partes más altas, es decir, en la azotea había algunas plantas más, pero no ocupaban todo el edificio. Saltamos a la salida del ascensor de esa planta pequeña de la azotea. La caída había sido de tres o cuatro metros, pero nosotros la supimos amortiguar bien. Bajamos del techo, que estaría sobre el motor del ascensor, y saltamos un poco abajo, a la puerta, que estaba cerrada, por lo que no pudimos entrar en el edificio. Andamos al borde. Había cuatro pisos, y esta vez sí una escalera normal de hierro que llegaba hasta el suelo, por lo que bajamos con facilidad. Y a esa altura estaríamos en una planta 20, ya en medio de la niebla.
Tenía miedo. Iba a ser libre, al fin. Pero, la presión me estaba matando. Necesitaba hablar con ella, pero no podía por miedo a que nos descubriesen. Y en cualquier salto, me mataría, eso era cuestión de tiempo.
-¿Donde vamos?
-Al suelo, tengo un plan para huir de la policía. Pero seguime siempre, es difícil. Calla.
Y seguimos. Por el borde del edificio, se veía un paso de cristal que llegaba al otro edificio. Pero estaba unos diez pisos más abajo. Exploramos la azotea, moviéndonos rápidamente y sin hacer ruido. Había una entrada, que tenía escaleras. Por suerte, no estaba cerrada con llave. Estaba cerca de el paso de cristal, pero mucho más arriba, así que decidimos bajar. Bajamos rápido la escalera, pero de puntillas, hasta llegar a la planta 10. A la izquierda se veía una puerta con una ventana. Daba al paso de cristal. La abrimos, y pasamos. Era sobrecogedor. El suelo era blanco, pero las paredes y el techo de cristal. Te daba la sensación de que te ibas a caer de un momento a otro. Se veía el suelo y algunos taxis automáticos que funcionaban como un tren por los monorailes. Y, más arriba, entre la niebla, la silueta de algunos edificios, todos muy altos. Llegamos al otro lado, tras atravesar otra avenida. No tenía ni la más remota idea de en que parte de la ciudad estaba. Debía de ser enorme. Llegamos al rellano de la escalera, y bajamos unos pisos. Ella fue a la puerta de emergencia, yo la seguí. Daba a una pequeña azotea que hacía esquina con la avenida. Había una escalera que bajaba a la avenida. Pero si ibamos por ahí, nos verían fácilmente, y estaba cerrada con llave. Así que buscamos otra manera de bajar. La parte que no daba a la avenida, daba a un callejón estrecho. No había manera de llegar al otro edificio. Había una tubería que llevaría el agua de lluvia hacia abajo. Ella se agarró, y empezó a descender, como podía. Yo hice lo mismo. No había echo eso en la vida, era cuestión de deslizarse y agarrarse. Pero podía caerle encima, así que me fui agarrando cada poco. Había un punto en que la tubería giraba, y se ponía horizontal, hasta perderse en el callejón. Por eso, ella se paso. Era demasiada altura para saltar al suelo sin romperse algo, unos cinco o seis metros, como lo que yo salté para huir del internado, pero no había nada para amortiguar. Hasta que ella tuvo la genial idea. Abajo había un contenedor de basura, justo debajo de una tubería que echaba todos los desperdicios del edificio.
-No queda más remedio. Te hace tanta gracia como a mí – y me dijo eso porque yo ya estaba verde.
Se soltó. Cayó como verticalmente, y se hundió hasta la cintura. Esperé a que saliera, temblando y sin saber por que; tenía demasiados motivos. Se escondió a la izquierda del contenedor, porque a la derecha estaba la avenida, y podían verla mientras me esperaba. Me solté, y caí verticalmente, como ella, me gustaba el caer, pero no me gustó el aterrizaje. Todo era blando y esponjoso, en algunos lugares líquido. Era asqueroso y olía fatal. Salí todo lo rápido que pude, y me escondí a la izquierda con ella, perdido de basura y después de bajar cincuenta pisos. Me dirigió una sonrisa.
-¿Te ríes de la pinta que tengo o estás contenta porque hemos llegado?- le pregunté bruscamente, pero en voz baja. Ella empezó a reírse más.
-Estás loca- le dije y con una sonrisa. Al poco, paró de reírse.
-Vamos, hay que seguir.
No le pregunté adonde, por no hacer más ruido. Ella se internó en el callejón. Llegamos a una especie de patio tétrico, húmedo y oscuro. No tenía ni idea de adonde me quería llevar.
Se empezó a oír la sirena de la policía, a unas manzanas. Se acercaba. Me puse tenso. Ella me miró seriamente, y se agachó. No entendía que hacía, pero la policía se acercaba. Sonó un ruido metálico. Había levantado la tapa de una alcantarilla.
-¡Vamos!- me susurró.
Me agarré a la escalerilla que había, y empecé a bajar lo más rápido que pude, ella se metió y cerró la tapa. Casi nos pillaban.
Llegué al suelo. Todo estaba oscuro, húmedo, y olía mal. Se oían nuestras respiraciones agitadas, el ruido de gotas cayendo y los chillidos de las ratas huyendo. Me entró mucho miedo. Entonces, ella llegó al suelo. Tanteó por la pared, y le dio a un interruptor. Todo se iluminó con una débil luz blanca, algo verdosa.
-No sé si nos siguen. Hay que hablar lo menos posible. Sígueme, esto es como un laberinto. Cuando se apague la luz, no te preocupes, yo busco el interruptor. Y, sí, no queda más remedio que ensuciarse... un poco.
Dicho esto, se calló, y empezó a andar. Me arrepentí de haber visto con Rick aquellas películas de miedo tan antiguas. Ahora me esperaba un monstruo a cada esquina. Y lo peor es que ella debía de enterarse. Andamos durante lo que me pareció una hora y media. Claro, que allí no sé podía medir el tiempo. Seguía llevando mi mochila, eso sí, ahora la mochila llevaba porquería de más, en sentido literal. Girábamos hacia la izquierda derecha, derecha izquierda... y todo por los pasillos, si es que se podían llamar pasillos, más largos que he visto nunca. Cada cinco minutos había que darle al interruptor. Y los gritos de las ratas no eran muy buena música. El resultado era un agobio total. Y ella iba muy rápido, porque, como yo, temía que nos pusiera pillar la policía. Estaba cansado, tenía hambre y sed, y por si fuera poco, calor. En algunos puntos las aguas residuales llegaban hasta los tobillos, y me llevé tanto tiempo que casi me acostumbré al olor. Ya creía que era cuestión de rato que me volviera loco, cuando ella, se paró en seco, y me choqué con ella.
-Vamos a bajar, y bastante. Yo iré primera, la luz debe aguantar. Es... como un tobogán, pero algo más asqueroso. Al fondo hay unas rejillas de filtración. Eso te parara.
No me dejó tiempo a ponerle pegas, porque se sentó, y se deslizó hasta las profundidades de la alcantarilla. Me senté, no sin antes decirme que estaba loco. Me empujé con las manos, y me deslicé. Si no fuera porque estaba rodeado de aguas residuales, y estaba en una alcantarilla, sería agradable. Estaba bastante inclinado, y me llevaría unos minutos deslizándome, hasta que se hizo menos vertical. Frené mucho, hasta que llegué a las rejillas, donde aplasté e hice crujir varios esqueletos de ratas muertas. Ella estaba allí, esperándome.
-Vamos, lo que viene ahora ya no será asqueroso.
-¿En serio?
-Déjate de rollo, aún no hemos llegado.
Andamos por una especie de pasadizo, esta vez sin aguas residuales. Era muy estrecho. Ella se paró y empezó a subir por una escalerilla. Levantó una tapa de alcantarilla. Y, al contrario de lo que esperaba, no entró luz. Aquello estaba más oscuro. Me daba un poco de miedo. Subí.
-Oye, espera aquí, voy a buscar el interruptor.
No me hizo ninguna gracia, pero me quedé allí de pie, en el frío hormigón, en medio de la oscuridad, escuchando sus pasos alejarse, y los latidos de mi corazón, aterrado. Lo único que me motivó a no caer a las garras del pánico fue que tenía que seguir adelante, aunque sufriera.
Se oyó algo, un ruido extraño. El estómago me dio un vuelco, temiéndome cualquier cosa horrible. Y entonces, me quedé ciego por unos instantes. Todo era blanco. Ella había encendido la luz. Cuando me acostumbré a la luz, vi lo que menos me esperaba. Estaba en medio de unas vías de tren, en una estación vacía, con papeles por los suelos, y que parecía que no se usaba desde hacía mucho, mucho tiempo. Ella se acercó. Me rozó la mano, como para quitarme el miedo, y lo consiguió. Puso la tapa de nuevo en su sitio.
-Estamos en una estación abandonada, a una gran profundidad. No me hagas preguntas, las cámaras y micrófonos seguirán funcionando. Hay que seguir.
Y yo no entendía por donde. Pero era ella la que sabía el camino, así que no me preocupé. Se dirigió a una especie de garaje. La puerta estaba rota, se podía pasar. Cuando entramos, todo estaba oscuro, y en el centro había una cosa bastante grande. Parecía una especie de esos taxis de monorailes que circulaban por la calle. Lo arrastramos, salimos por la puerta, y volvimos a las vías. Ya entendía que pretendía.
Lo encajamos en las vías, y después de unos intentos, lo encendimos. Tenía batería, y también tenía unos pedales. Nos montamos, y empezamos a pedalear. Se iba bastante rápido, el coche no pesaba mucho, y entre la fuerza de los dos pedales y la batería, se llegaba a unos 70 km/h. Y así, fuimos pedaleando, durante una media hora. Pasamos varias estaciones, también encendidas, ya que el interruptor debía de ser para todo el sistema de esa vía de tren. Poco a poco fuimos bajando el ritmo. De pronto, ella dejó de pedalear, y yo hice lo mismo. Me miró sonriente, y entonces, llegamos a otra estación. Apagó el coche, y empezó a llevarlo a un garaje similar al anterior, también con la puerta rota. Le ayudé, y me fijé que antes de salir del garaje, lo enchufó, para cargarlo. Salió. Y la seguí. Se paró, y me dijo:
-Ven.
Andó recto, y pasó por una puerta. Yo iba a hacer lo mismo, cuando me di cuenta de que era el cuarto de baño de chicas. Me quedé pensando, ¿adonde querría llevarme? Volvió, y me apremió:
-¡Vamos!
La seguí a regañadientes. Ella abrió la puerta de un retrete. Hizo como si yo debiera entrar, pero me negué en rotundo. Empezó a empujarme hacia adentro.
-¿Estás loca o qué?
Cuando entré finalmente, cerró la puerta. Tiró de la cadena, y yo no entendía por qué. El agua se fue, lógicamente. Pero no volvió. Sonó un ruido extraño, y, para mi sorpresa, la pared de ese retrete, y el retrete, se hundieron en el suelo, dejando solo el suelo suficiente para que ella y yo pudiéramos estar de pie. Una vez se hundió, pasamos a una habitación algo mayor, y se volvió a levantar la pared. Una voz de mujer a agradable empezó a hablarnos.
-¿Eres nuevo, no? Encantada, yo soy Mary, soy una robot, ya te habrás dado cuenta. Menudo recibimiento, ¿cómo se te ocurre llevarlo por las alcantarillas la primera vez?
-Oye, Mary, no quedaba más remedio, sabes que a mí tampoco me hace ninguna gracia.
-Bueno, bueno... Anda, os quitaré echaré agua, estáis hechos un asco.
Y entonces, empezó a caer agua. Fue una ducha extraña. Nunca había estado tan sucio, ni nunca había tenido la sensación de que estaba soñando, todo parecía tan irreal...

El agua dejó de caer, y llegaron unas toallas para que nos secáramos, aún con la ropa encima. Una vez secos, se abrió una puerta a otra habitación. Entramos. Parecía un ascensor. Mary habló de nuevo.
-Bienvenidos a casa.
-¡Ah, por cierto! Albus, me llamo Ithin. -

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